Amphilos era un mundo industrial que había empezado a aportar importantes ganancias al sistema que pertenecía, un sistema relativamente pequeño, formado por el propio Amphilos, el agrícola Amphobos y el mundo forja Amphelia, que giraban en torno a una gran estrella.. Este era el sistema Amphos, descubierto y anexionado al Imperio del Hombre en poco tiempo, su potencial comercial era muy superior a lo que en un principio se había pensado, quizá por eso se asignaron multitud de esfuerzos para su rápida modernización, o quizá se debiera a que sería un importante puente para continuar expandiendo las fronteras del Imperio por aquella inexplorada zona del universo. Puede que la unión de todos esos intereses diera pie a que se pasara por alto el que los nativos del sistema se sometieran sin apenas luchar, incluso se sospechaba que se realizaban ritos antiguos contrarios al Todopoderoso Emperador. Pero Amphos florecía a gran velocidad, su planeta principal, Amphilos, poseía enormes ciudades colmena anexas a las fábricas, pero, además, existían en su superficie decenas de ciudades con rica arquitectura, lugares de residencia de los señores del sistema, aquellos que se estaban enriqueciendo. El gobernador del sistema estaba orgulloso y no permitiría que nadie se fuera de la lengua, en su sistema todo estaba bien, todo correcto.
Sin embargo, esa “corrección” fue la que hizo saltar las alarmas, la eclesiarquía había descubierto aquél sistema, los misioneros imperiales fueron los primeros en pisar las nuevas tierras, pero era necesario seguir avanzando, cuando los nuevos planetas fueron sometidos con facilidad la Eclesiarquía desvió su atención al siguiente sistema. Fue un error, las inspecciones posteriores sobre la fe de las gentes de Amphos fueron siempre confusas, pero el sistema prosperaba, así que nada iba mal. Así pasaron los años, la Eclesiarquía realizaba sus inspecciones, pero los inquisidores eran adulados y engañados, sin embargo el último inquisidor no se dejó impresionar, algunos realizan su trabajo con más celo que otros, y este servidor del emperador era inflexible, realizó profundas investigaciones que parecieron enfurecer a la clase alta local, hubo enfrentamientos verbales, y cuando el inquisidor dijo que daría cuenta de sus investigaciones al Ordo Hereticus selló su final.
El gobernador rápidamente proclamó la independencia, los servidores inquisitoriales fueron ejecutados y las fuerzas de defensa puestas en alerta. Cruentas guerras civiles se sucedieron por las superficies de los planetas, los colonos y los nativos se enfrentaban en cada rincón, los unos temerosos por lo que se había hecho y los otros tratando de acallar los gritos disidentes. La Guardia Imperial amphilana era fiel al gobernador, así que cientos de miles de inocentes perecieron. El Imperio no se quedó de brazos cruzados, se envió una flota de la armada imperial para someter de nuevo la región, naves inquisitoriales apoyaron el ataque.
El floreciente sistema de Amphos pasó a ser un lugar de guerras continuas, la destrucción imperaba en los tres planetas, ambas facciones parecían igualadas. El mando Imperial se vio en la necesidad de pedir ayuda a los capítulos de Marines Espaciales que se hallaran cerca. Los Cuervos Grises fueron los primeros que acudieron a la llamada.
Esta era la información que había recibido la tercera Compañía de los Cuervos Grises, a la que él pertenecía. La había aprendido en el tiempo que habían viajado hacia el sistema Amphos. Ahora estaba en una Thunderhawk junto a sus hermanos, a punto de aterrizar en la superficie de Amphilos, el planeta preeminente. Una rápida plegaria al Emperador y volvió a echar un vistazo a su bólter, estaba preparado.
A sólo unos metros de posarse, la nave sufrió varios impactos que hicieron temblar toda su estructura. Si no hubiera estado sujeto por los cinturones de seguridad seguro que se hubiera chocado con su sargento, que se encontraba frente a él arengando a su unidad. Era un hombre increíble aquél veterano, lo había visto varias veces completamente a descubierto mientras disparos enemigos repiqueteaban a su alrededor, siempre con esa mirada helada y ese largo bigote gris que en aquellos momentos era lo único que se movía del sargento mientras la Thunderhawk daba bandazos. De pronto las miradas de ambos se encontraron.
- Mathelos vete poniendo el casco que tendremos un aterrizaje movido – le dijo con media sonrisa en los labios, luego levantó la voz para seguir repartiendo órdenes – vamos muchachos no os quedéis ahí agarrados a vuestros cinturones como una panda de Guardias asustadizos!!.
Como un solo ser toda la unidad se desembarazó de sus ataduras y se puso de pie. Tras ponerse el casco apresuradamente, estuvo peleando un rato con el accionador del cinturón, estaba atascado, y el sargento seguro que lo miraría de un momento a otro. Pues no, a él no le iba a gritar, sacó su cuchillo y de un tajo cortó el cinturón. El sargento lo miró a él, luego al cuchillo y por último al cinturón, una expresión divertida cruzó por un momento su rostro, pero rápidamente siguió vociferando. Un nuevo impacto en un lateral hizo que la nave perdiera totalmente el control.
Las puertas fueron abiertas antes de tocar el suelo y los Marines saltaron a tierra, el piloto consiguió aterrizar unos metros más allá estampando el morro en unos árboles gigantescos, para convertirse poco después en una inmensa bola de fuego. La tremenda explosión hizo perder el equilibrio a algunos de los Cuervos Grises, pero no era eso de lo que tenían que preocuparse. Disparos de fusil les dieron la bienvenida.
- Ya hemos llegado muchachos, vamos a desentumecer los músculos – dijo el sargento mientras ráfagas de energía silueteaban su figura – por el Emperador!!.
- Por el Emperador!!! – corearon todos los Marines.
Rugieron los bólteres con fiereza, la maleza tras la que se escondían los enemigos pareció cortada por una hoz. En poco tiempo los disparos habían cesado. El resto de Thunderhawks aterrizaron sin problemas, la Segunda y Tercera Compañías estaban en tierra. Los capitanes de ambas se reunieron a parte mientras se establecía un perímetro defensivo.
Mathelos y su unidad fueron los que “limpiaron” los restos de la lucha. Era un “honor” que se habían ganado, eran ellos los que primero habían contestado al fuego enemigo. Los cadáveres parecían ser de insurgentes apenas adiestrados, eso le extrañó mucho, pensaba que sería la Guardia rebelde la que les daría la “bienvenida”, estaba pensando en comentarlo con el sargento, pero éste pareció leerle el pensamiento.
- Esto sí que es raro, de donde sale esta gentuza?, esperaba que hubiera mayor resistencia, como sea todo así... – gruñía el veterano.
Tres horas después el trabajo estaba hecho, pero su unidad apenas descansó, los capitanes de ambas compañías habían llegado a un acuerdo. Cerca del lugar existía una ciudad, no era la más grande pero si era importante, y poseía un espaciopuerto lo bastante amplio como para que fuera el centro de operaciones de los Cuervos Grises y la Flota Imperial que estaba a punto de llegar. Mientras la Segunda Compañía atacaba a la fortaleza rebelde que custodiaba aquella región la Tercera debía ocupar el enclave.
El ataque se hizo por la noche, no sabían las defensas que pudiera haber en la ciudad, ni si contarían con algún tipo de ayuda en su interior. Las distintas unidades fueron tomando posiciones, las unidades mecanizadas serían las últimas en penetrar en las calles, su ruido podría ser como un cascabel inoportuno. Mathelos abría la marcha de los suyos junto con uno de sus hermanos. Hacia poco tiempo que habían empezado a recorrer una carretera que debía ser una de las principales arterias de la ciudad pues su extensión era considerable, aún no habían penetrado en el entramado de casas y edificios que se perfilaban gracias a la mermada iluminación de unas cuantas farolas. Se alegraba de que no hubiera total oscuridad, su capítulo no tenía un poder adquisitivo de importancia, y la tecnología que podían poner a disposición de sus Marines era limitada. Daría lo que fuera por poder contar con un dispositivo de visión nocturna decente, pero no era el caso, su casco disponía de uno bastante anticuado y en esos momentos la luz de aquellas farolas le daba mayor cobertura que su dispositivo, así que lo desactivó. A la derecha de él empezó a parpadear una luz, desvió la mirada a aquél punto con celeridad, pero no era el enemigo. Un tubo fluorescente que colgaba peligrosamente iluminaba, o trataba de hacerlo, un cartel de bienvenida muy colorido. Se le escapó una risa apenas perceptible, pero que hizo que su compañero lo mirara. Él señaló el cartel a modo de disculpa... entonces se desató el infierno.
El alba lo sorprendió pegado a la pared de un edificio encalado. Les había costado mucho llegar a esa posición, tras el primer ataque rebelde de la noche los disparos no habían cesado, y aún continuaban. Había perdido a varios de sus hermanos en los sucesivos ataques, ahora la lucha se había convertido en un combate urbano de guerrillas, su compañía se había diseminado por las diferentes calles, tratando de obtener un amplio avance.
Se asomó por la esquina de nuevo, una ráfaga de energía impactó en la pared, junto a sus ojos, esquirlas de piedra rebotaron contra su servoarmadura. Dio un paso atrás para tomar carrerilla y salió corriendo a descubierto disparando su bólter con rabia, a su izquierda dos de sus hermanos unieron sus disparos a los de él. Consiguió acabar con un rebelde abriéndole un boquete del tamaño de un puño en el estómago, pero tres más abrieron fuego contra él. Se agachó y volvió a apretar el gatillo, uno de los enemigos gritó agónicamente, uno de sus brazos había sido alcanzado y volaba ya por los aires mientras su dueño echaba mano a un muñón aún humeante. Sin pérdida de tiempo se dispuso a rematarlo pero algo chocó contra su hombrera izquierda, perdió el equilibrio y un segundo impacto en la cabeza lo hizo caer al suelo. Entonces todo empezó a darle vueltas, oía los disparos mezclados con los gritos de sus camaradas llamándole por su nombre, luego alguien empezó a arrastrarlo cogiéndolo de una de sus piernas. Intentó luchar, pero estaba mareado, sentía nauseas y la sien derecha le dolía. Sin poder evitarlo se desmayó.
* * *
- Marine! – una voz lejana que se introducía dolorosamente en su mente – Marthelos!! – se dio cuenta de que la voz no era de su cabeza, alguien lo llamaba cerca de él, trató de abrir los ojos – Marine Mathelos!!.
Con un esfuerzo consiguió volver a la realidad, abrió los ojos, veía borroso, sobretodo con el ojo derecho, trató de enfocar mejor las imágenes.
- Menos mal, pensé que había perdido a otro – por fin consiguió ver a su interlocutor, el bigote grisaceo de su sargento se encontraba muy cerca de su nariz – me oyes Marine?.
- Qué... qué ha pasado?... ¿qué me ha pasado? – dijo mientras se palpaba la cabeza, estaba sin el casco – dónde?...
El sargento le señaló a un lado, su casco estaba allí, un agujero bastante amplio se veía en el lado derecho, parecía haberse fundido por alguna cosa incandescente.
- Has tenido suerte, por el bendito Emperador! –le dijo el sargento mientras se ponía de pie.
Mientras, Mathelos no salía de su estupor, su casco estaba medio destrozado y él estaba vivo, su mano enguantada tocó su sien derecha y fue recorriéndola hacia atrás, pinchazos de dolor frenaron su impulso. Se miró los dedos, había sangre.
- No hemos podido traer al apotecario – comentó el sargento mientras desviaba su mirada a la izquierda.
Siguiendo aquella mirada Mathelos pudo observar que seguía la lucha, un puñado de cadáveres jalonaban la calle adyacente, la mayoría eran rebeldes pero pudo reconocer al menos un par de armaduras grises de su capítulo tiradas entre charcos de sangre. En ese momento un grupo de Marines tomaba posiciones tras vehículos y en patios de casas. El potente sonido de un bólter pesado ahogó el resto, para ser engullido a su vez por una tremenda explosión en uno de los patios donde se habían refugiado varios Marines.
- Jod**, hay que ponerse en marcha! – gritó el sargento a sus hombres.
Mathelos observó entonces a sus compañeros, sin contar con él y con el sargento, sólo quedaban cuatro, y uno de ellos parecía sangrar por un costado. Apretando la mandíbula con fuerza se puso en pie. Se encontraban en una callejuela algo estrecha, pero al menos seguía siendo una buena protección. Miró en derredor buscando su bólter pero no había rastro. Necesitaba un arma, una nueva explosión hizo temblar la calle entera.
Grandes cascotes cayeron sobre sus cabezas, tenían que abandonar su escondite. En el callejón sólo había dos opciones, salir y exponerse a los disparos o tratar de entrar por alguna de las ventanas que daban a él. La servoarmadura de un marine difícilmente cabría por uno de aquellos ventanucos, pensaba Mathelos, así que seguro que habrían de salir a descubierto, recordó el trozo de una letanía. “...y no conocerán el miedo”...
- Adelante! – el sargento, siempre expeditivo, ya había llegado a la misma conclusión y abría la marcha, fue el primero en salir de la calleja....
...y fue el primero en caer. Una nube roja tomó el lugar donde antes estaba su cabeza. Los dos Marines que le seguían dispararon inmediatamente dando aullidos de rabia. Fueron los siguientes. Uno cayó con al menos una decena de boquetes en el pecho, el otro perdió una buena porción del muslo izquierdo, pero siguió disparando...Cuando su bólter voló por los aires no iba sólo...
Mathelos se quedó paralizado un momento, él cerraba la marcha pero pudo ver el “espectáculo”, sus otros dos compañeros gritaban desesperadamente, estaba seguro de que abandonarían la protección del callejón de un momento a otro. Bueno.... su mano buscó en la cintura. Granadas de fragmentación. Si había que morir mejor hacerlo a lo grande.
-Adelante hermanos! No nos quedaremos mirando – y pasando entre ambos saltó a la calzada.
Los tres gritaban como salvajes. Les recibieron con una tormenta de fuego. Mathelos recibió dos nuevos impactos, pero esta vez no iba a caer. Le rechinaban los dientes, quitó el seguro de la primera granada casi a cámara lenta. El mundo se había parado a su alrededor. Alzó el brazo para lanzar el explosivo. A su izquierda un cuerpo caía, ahora sólo dos gritaban. Lágrimas de rabia pugnaban por inundar sus ojos. Se concentró en buscar el objetivo, luego lanzó la granada con toda la fuerza que le daba su odio.
La detonación volvió a poner en su lugar a tiempo y espacio. Ambos marines explotaron de júbilo. Buscó otra granada. Su compañero le gritó que se había quedado sin balas, también él se afanaba en echar mano de sus granadas. Pero sin un arma que los cubriera.... la situación era desesperada. Escuchó el sonido característico de un lanzagranadas. Cerró los ojos, su mano apretó con fuerza la granada que había conseguido desenganchar del cinturón.
La nueva explosión le parecío muy débil, aún así notó que sus pies se despegaban del suelo. Una ola de calor le rodeó por unos instantes. Sus tímpanos habían estado a punto de estallar, ahora un pitido insistente era lo único que oía. Apretó los párpados aún más. El choque contra el suelo lo volvió a la realidad. Punzadas de dolor le hicieron ver que aún estaba vivo. Abrió los ojos. El mundo daba vueltas. A unos metros un humo oscuro indicaba el lugar donde había caído el explosivo enemigo, un poco más allá su único compañero yacía inerte, un charco de sangre estaba formándose bajo su cuerpo... Se centró en sí mismo, en su cuerpo, estaba malherido? Sólo sentía dolor pero parecía que aún podía moverse. Un movimiento atrajo su atención hacia el enemigo, un grupo de rebeldes salían de sus coberturas y se acercaban con cautela. Apretó los puños, aún tenía la granada en la mano.
Trató de ponerse de pie, o al menos quedarse sentado, pero le costaba mucho. Tenía que levantarse, esos... esos malnacidos no merecían vivir, y él no podía hacer nada. Pensó en sus compañeros, habían luchado juntos muchas veces, algunos los conocía desde hacia poco pero otros eran sus amigos desde antes de ingresar en el capítulo. Sus recuerdos volaron a su tierra natal, una sociedad tribal, algo atrasada pero donde el honor y el valor existían como los máximos valores. El capítulo de los Cuervos Grises había designado el planeta como apto para el reclutamiento de sus guerreros, y él mismo había pasado las pruebas que eran necesarias, sólo dos generaciones lo habían hecho antes, con desigual fortuna, pero la suya había sido la que mayor número de neófitos había aportado. Hizo una mueca, ahora quedarían muy pocos...
BOOOOUUUUMMM, una fuerte explosión a pocos metros. Entre el humo, el polvo y los objetos que volaban como pequeños proyectiles no pudo ver apenas nada, pero su imaginación hizo el resto. Seguro que había sido su compañero, habría detonado sus granadas cuando los rebeldes se habían acercado a ver si estaba muerto....quizá pudiera hacer él lo mismo, en la mano tenía una granada, y al menos otras dos estaban en su cinturón, si explotaba se llevaría a un buen número de enemigos. Así que esperó.
Pero no ocurría nada, todo parecía en silencio. Pasaron unos minutos hasta que el humo se diluyó lo suficiente como para ver a su alrededor. El agujero donde antes había estado su compañero estaba rodeado de cadáveres. Sonrió. Miró hacia el fondo de la calle, a los escondites enemigos, ya no se veía a nadie. ¿Acaso habían muerto todos?. No, allí estaban, había visto un par de destellos metálicos. Cuando la visibilidad fue completa comenzaron a disparar. Disparaban a los cadáveres de los Cuervos Grises. No querrán tener más sorpresas, se dijo, mierd*!!. Su plan no serviría...., cerró los ojos. Pronto dispararían sobre él. Los segundos se le hicieron insufribles. Pero de pronto el disparo graneado comenzaba a apagarse poco a poco.
Los disparos eran cada vez más erráticos, algo sucedía, abrió los ojos, los rebeldes estaban retrocediendo. El sonido de las familiares orugas, aunque lejano, le hizo dar un suspiro, las unidades mecanizadas estaban llegando. Una inmensa alegría lo invadió, ellos los vengarían.
Con un supremo esfuerzo consiguió sentarse. Más adelante, algunos enemigos salían de un edificio, le daban la espalda. Aguantando el dolor elevó su brazo y lanzó la granada, en ese instante uno de los rebeldes lo vió, alertó a los compañeros... pero era tarde.
Sin esperar a la explosión se dejó caer de nuevo. Estaba muy cansado....como en sueños percibió la detonación.
Sin embargo, esa “corrección” fue la que hizo saltar las alarmas, la eclesiarquía había descubierto aquél sistema, los misioneros imperiales fueron los primeros en pisar las nuevas tierras, pero era necesario seguir avanzando, cuando los nuevos planetas fueron sometidos con facilidad la Eclesiarquía desvió su atención al siguiente sistema. Fue un error, las inspecciones posteriores sobre la fe de las gentes de Amphos fueron siempre confusas, pero el sistema prosperaba, así que nada iba mal. Así pasaron los años, la Eclesiarquía realizaba sus inspecciones, pero los inquisidores eran adulados y engañados, sin embargo el último inquisidor no se dejó impresionar, algunos realizan su trabajo con más celo que otros, y este servidor del emperador era inflexible, realizó profundas investigaciones que parecieron enfurecer a la clase alta local, hubo enfrentamientos verbales, y cuando el inquisidor dijo que daría cuenta de sus investigaciones al Ordo Hereticus selló su final.
El gobernador rápidamente proclamó la independencia, los servidores inquisitoriales fueron ejecutados y las fuerzas de defensa puestas en alerta. Cruentas guerras civiles se sucedieron por las superficies de los planetas, los colonos y los nativos se enfrentaban en cada rincón, los unos temerosos por lo que se había hecho y los otros tratando de acallar los gritos disidentes. La Guardia Imperial amphilana era fiel al gobernador, así que cientos de miles de inocentes perecieron. El Imperio no se quedó de brazos cruzados, se envió una flota de la armada imperial para someter de nuevo la región, naves inquisitoriales apoyaron el ataque.
El floreciente sistema de Amphos pasó a ser un lugar de guerras continuas, la destrucción imperaba en los tres planetas, ambas facciones parecían igualadas. El mando Imperial se vio en la necesidad de pedir ayuda a los capítulos de Marines Espaciales que se hallaran cerca. Los Cuervos Grises fueron los primeros que acudieron a la llamada.
Esta era la información que había recibido la tercera Compañía de los Cuervos Grises, a la que él pertenecía. La había aprendido en el tiempo que habían viajado hacia el sistema Amphos. Ahora estaba en una Thunderhawk junto a sus hermanos, a punto de aterrizar en la superficie de Amphilos, el planeta preeminente. Una rápida plegaria al Emperador y volvió a echar un vistazo a su bólter, estaba preparado.
A sólo unos metros de posarse, la nave sufrió varios impactos que hicieron temblar toda su estructura. Si no hubiera estado sujeto por los cinturones de seguridad seguro que se hubiera chocado con su sargento, que se encontraba frente a él arengando a su unidad. Era un hombre increíble aquél veterano, lo había visto varias veces completamente a descubierto mientras disparos enemigos repiqueteaban a su alrededor, siempre con esa mirada helada y ese largo bigote gris que en aquellos momentos era lo único que se movía del sargento mientras la Thunderhawk daba bandazos. De pronto las miradas de ambos se encontraron.
- Mathelos vete poniendo el casco que tendremos un aterrizaje movido – le dijo con media sonrisa en los labios, luego levantó la voz para seguir repartiendo órdenes – vamos muchachos no os quedéis ahí agarrados a vuestros cinturones como una panda de Guardias asustadizos!!.
Como un solo ser toda la unidad se desembarazó de sus ataduras y se puso de pie. Tras ponerse el casco apresuradamente, estuvo peleando un rato con el accionador del cinturón, estaba atascado, y el sargento seguro que lo miraría de un momento a otro. Pues no, a él no le iba a gritar, sacó su cuchillo y de un tajo cortó el cinturón. El sargento lo miró a él, luego al cuchillo y por último al cinturón, una expresión divertida cruzó por un momento su rostro, pero rápidamente siguió vociferando. Un nuevo impacto en un lateral hizo que la nave perdiera totalmente el control.
Las puertas fueron abiertas antes de tocar el suelo y los Marines saltaron a tierra, el piloto consiguió aterrizar unos metros más allá estampando el morro en unos árboles gigantescos, para convertirse poco después en una inmensa bola de fuego. La tremenda explosión hizo perder el equilibrio a algunos de los Cuervos Grises, pero no era eso de lo que tenían que preocuparse. Disparos de fusil les dieron la bienvenida.
- Ya hemos llegado muchachos, vamos a desentumecer los músculos – dijo el sargento mientras ráfagas de energía silueteaban su figura – por el Emperador!!.
- Por el Emperador!!! – corearon todos los Marines.
Rugieron los bólteres con fiereza, la maleza tras la que se escondían los enemigos pareció cortada por una hoz. En poco tiempo los disparos habían cesado. El resto de Thunderhawks aterrizaron sin problemas, la Segunda y Tercera Compañías estaban en tierra. Los capitanes de ambas se reunieron a parte mientras se establecía un perímetro defensivo.
Mathelos y su unidad fueron los que “limpiaron” los restos de la lucha. Era un “honor” que se habían ganado, eran ellos los que primero habían contestado al fuego enemigo. Los cadáveres parecían ser de insurgentes apenas adiestrados, eso le extrañó mucho, pensaba que sería la Guardia rebelde la que les daría la “bienvenida”, estaba pensando en comentarlo con el sargento, pero éste pareció leerle el pensamiento.
- Esto sí que es raro, de donde sale esta gentuza?, esperaba que hubiera mayor resistencia, como sea todo así... – gruñía el veterano.
Tres horas después el trabajo estaba hecho, pero su unidad apenas descansó, los capitanes de ambas compañías habían llegado a un acuerdo. Cerca del lugar existía una ciudad, no era la más grande pero si era importante, y poseía un espaciopuerto lo bastante amplio como para que fuera el centro de operaciones de los Cuervos Grises y la Flota Imperial que estaba a punto de llegar. Mientras la Segunda Compañía atacaba a la fortaleza rebelde que custodiaba aquella región la Tercera debía ocupar el enclave.
El ataque se hizo por la noche, no sabían las defensas que pudiera haber en la ciudad, ni si contarían con algún tipo de ayuda en su interior. Las distintas unidades fueron tomando posiciones, las unidades mecanizadas serían las últimas en penetrar en las calles, su ruido podría ser como un cascabel inoportuno. Mathelos abría la marcha de los suyos junto con uno de sus hermanos. Hacia poco tiempo que habían empezado a recorrer una carretera que debía ser una de las principales arterias de la ciudad pues su extensión era considerable, aún no habían penetrado en el entramado de casas y edificios que se perfilaban gracias a la mermada iluminación de unas cuantas farolas. Se alegraba de que no hubiera total oscuridad, su capítulo no tenía un poder adquisitivo de importancia, y la tecnología que podían poner a disposición de sus Marines era limitada. Daría lo que fuera por poder contar con un dispositivo de visión nocturna decente, pero no era el caso, su casco disponía de uno bastante anticuado y en esos momentos la luz de aquellas farolas le daba mayor cobertura que su dispositivo, así que lo desactivó. A la derecha de él empezó a parpadear una luz, desvió la mirada a aquél punto con celeridad, pero no era el enemigo. Un tubo fluorescente que colgaba peligrosamente iluminaba, o trataba de hacerlo, un cartel de bienvenida muy colorido. Se le escapó una risa apenas perceptible, pero que hizo que su compañero lo mirara. Él señaló el cartel a modo de disculpa... entonces se desató el infierno.
El alba lo sorprendió pegado a la pared de un edificio encalado. Les había costado mucho llegar a esa posición, tras el primer ataque rebelde de la noche los disparos no habían cesado, y aún continuaban. Había perdido a varios de sus hermanos en los sucesivos ataques, ahora la lucha se había convertido en un combate urbano de guerrillas, su compañía se había diseminado por las diferentes calles, tratando de obtener un amplio avance.
Se asomó por la esquina de nuevo, una ráfaga de energía impactó en la pared, junto a sus ojos, esquirlas de piedra rebotaron contra su servoarmadura. Dio un paso atrás para tomar carrerilla y salió corriendo a descubierto disparando su bólter con rabia, a su izquierda dos de sus hermanos unieron sus disparos a los de él. Consiguió acabar con un rebelde abriéndole un boquete del tamaño de un puño en el estómago, pero tres más abrieron fuego contra él. Se agachó y volvió a apretar el gatillo, uno de los enemigos gritó agónicamente, uno de sus brazos había sido alcanzado y volaba ya por los aires mientras su dueño echaba mano a un muñón aún humeante. Sin pérdida de tiempo se dispuso a rematarlo pero algo chocó contra su hombrera izquierda, perdió el equilibrio y un segundo impacto en la cabeza lo hizo caer al suelo. Entonces todo empezó a darle vueltas, oía los disparos mezclados con los gritos de sus camaradas llamándole por su nombre, luego alguien empezó a arrastrarlo cogiéndolo de una de sus piernas. Intentó luchar, pero estaba mareado, sentía nauseas y la sien derecha le dolía. Sin poder evitarlo se desmayó.
* * *
- Marine! – una voz lejana que se introducía dolorosamente en su mente – Marthelos!! – se dio cuenta de que la voz no era de su cabeza, alguien lo llamaba cerca de él, trató de abrir los ojos – Marine Mathelos!!.
Con un esfuerzo consiguió volver a la realidad, abrió los ojos, veía borroso, sobretodo con el ojo derecho, trató de enfocar mejor las imágenes.
- Menos mal, pensé que había perdido a otro – por fin consiguió ver a su interlocutor, el bigote grisaceo de su sargento se encontraba muy cerca de su nariz – me oyes Marine?.
- Qué... qué ha pasado?... ¿qué me ha pasado? – dijo mientras se palpaba la cabeza, estaba sin el casco – dónde?...
El sargento le señaló a un lado, su casco estaba allí, un agujero bastante amplio se veía en el lado derecho, parecía haberse fundido por alguna cosa incandescente.
- Has tenido suerte, por el bendito Emperador! –le dijo el sargento mientras se ponía de pie.
Mientras, Mathelos no salía de su estupor, su casco estaba medio destrozado y él estaba vivo, su mano enguantada tocó su sien derecha y fue recorriéndola hacia atrás, pinchazos de dolor frenaron su impulso. Se miró los dedos, había sangre.
- No hemos podido traer al apotecario – comentó el sargento mientras desviaba su mirada a la izquierda.
Siguiendo aquella mirada Mathelos pudo observar que seguía la lucha, un puñado de cadáveres jalonaban la calle adyacente, la mayoría eran rebeldes pero pudo reconocer al menos un par de armaduras grises de su capítulo tiradas entre charcos de sangre. En ese momento un grupo de Marines tomaba posiciones tras vehículos y en patios de casas. El potente sonido de un bólter pesado ahogó el resto, para ser engullido a su vez por una tremenda explosión en uno de los patios donde se habían refugiado varios Marines.
- Jod**, hay que ponerse en marcha! – gritó el sargento a sus hombres.
Mathelos observó entonces a sus compañeros, sin contar con él y con el sargento, sólo quedaban cuatro, y uno de ellos parecía sangrar por un costado. Apretando la mandíbula con fuerza se puso en pie. Se encontraban en una callejuela algo estrecha, pero al menos seguía siendo una buena protección. Miró en derredor buscando su bólter pero no había rastro. Necesitaba un arma, una nueva explosión hizo temblar la calle entera.
Grandes cascotes cayeron sobre sus cabezas, tenían que abandonar su escondite. En el callejón sólo había dos opciones, salir y exponerse a los disparos o tratar de entrar por alguna de las ventanas que daban a él. La servoarmadura de un marine difícilmente cabría por uno de aquellos ventanucos, pensaba Mathelos, así que seguro que habrían de salir a descubierto, recordó el trozo de una letanía. “...y no conocerán el miedo”...
- Adelante! – el sargento, siempre expeditivo, ya había llegado a la misma conclusión y abría la marcha, fue el primero en salir de la calleja....
...y fue el primero en caer. Una nube roja tomó el lugar donde antes estaba su cabeza. Los dos Marines que le seguían dispararon inmediatamente dando aullidos de rabia. Fueron los siguientes. Uno cayó con al menos una decena de boquetes en el pecho, el otro perdió una buena porción del muslo izquierdo, pero siguió disparando...Cuando su bólter voló por los aires no iba sólo...
Mathelos se quedó paralizado un momento, él cerraba la marcha pero pudo ver el “espectáculo”, sus otros dos compañeros gritaban desesperadamente, estaba seguro de que abandonarían la protección del callejón de un momento a otro. Bueno.... su mano buscó en la cintura. Granadas de fragmentación. Si había que morir mejor hacerlo a lo grande.
-Adelante hermanos! No nos quedaremos mirando – y pasando entre ambos saltó a la calzada.
Los tres gritaban como salvajes. Les recibieron con una tormenta de fuego. Mathelos recibió dos nuevos impactos, pero esta vez no iba a caer. Le rechinaban los dientes, quitó el seguro de la primera granada casi a cámara lenta. El mundo se había parado a su alrededor. Alzó el brazo para lanzar el explosivo. A su izquierda un cuerpo caía, ahora sólo dos gritaban. Lágrimas de rabia pugnaban por inundar sus ojos. Se concentró en buscar el objetivo, luego lanzó la granada con toda la fuerza que le daba su odio.
La detonación volvió a poner en su lugar a tiempo y espacio. Ambos marines explotaron de júbilo. Buscó otra granada. Su compañero le gritó que se había quedado sin balas, también él se afanaba en echar mano de sus granadas. Pero sin un arma que los cubriera.... la situación era desesperada. Escuchó el sonido característico de un lanzagranadas. Cerró los ojos, su mano apretó con fuerza la granada que había conseguido desenganchar del cinturón.
La nueva explosión le parecío muy débil, aún así notó que sus pies se despegaban del suelo. Una ola de calor le rodeó por unos instantes. Sus tímpanos habían estado a punto de estallar, ahora un pitido insistente era lo único que oía. Apretó los párpados aún más. El choque contra el suelo lo volvió a la realidad. Punzadas de dolor le hicieron ver que aún estaba vivo. Abrió los ojos. El mundo daba vueltas. A unos metros un humo oscuro indicaba el lugar donde había caído el explosivo enemigo, un poco más allá su único compañero yacía inerte, un charco de sangre estaba formándose bajo su cuerpo... Se centró en sí mismo, en su cuerpo, estaba malherido? Sólo sentía dolor pero parecía que aún podía moverse. Un movimiento atrajo su atención hacia el enemigo, un grupo de rebeldes salían de sus coberturas y se acercaban con cautela. Apretó los puños, aún tenía la granada en la mano.
Trató de ponerse de pie, o al menos quedarse sentado, pero le costaba mucho. Tenía que levantarse, esos... esos malnacidos no merecían vivir, y él no podía hacer nada. Pensó en sus compañeros, habían luchado juntos muchas veces, algunos los conocía desde hacia poco pero otros eran sus amigos desde antes de ingresar en el capítulo. Sus recuerdos volaron a su tierra natal, una sociedad tribal, algo atrasada pero donde el honor y el valor existían como los máximos valores. El capítulo de los Cuervos Grises había designado el planeta como apto para el reclutamiento de sus guerreros, y él mismo había pasado las pruebas que eran necesarias, sólo dos generaciones lo habían hecho antes, con desigual fortuna, pero la suya había sido la que mayor número de neófitos había aportado. Hizo una mueca, ahora quedarían muy pocos...
BOOOOUUUUMMM, una fuerte explosión a pocos metros. Entre el humo, el polvo y los objetos que volaban como pequeños proyectiles no pudo ver apenas nada, pero su imaginación hizo el resto. Seguro que había sido su compañero, habría detonado sus granadas cuando los rebeldes se habían acercado a ver si estaba muerto....quizá pudiera hacer él lo mismo, en la mano tenía una granada, y al menos otras dos estaban en su cinturón, si explotaba se llevaría a un buen número de enemigos. Así que esperó.
Pero no ocurría nada, todo parecía en silencio. Pasaron unos minutos hasta que el humo se diluyó lo suficiente como para ver a su alrededor. El agujero donde antes había estado su compañero estaba rodeado de cadáveres. Sonrió. Miró hacia el fondo de la calle, a los escondites enemigos, ya no se veía a nadie. ¿Acaso habían muerto todos?. No, allí estaban, había visto un par de destellos metálicos. Cuando la visibilidad fue completa comenzaron a disparar. Disparaban a los cadáveres de los Cuervos Grises. No querrán tener más sorpresas, se dijo, mierd*!!. Su plan no serviría...., cerró los ojos. Pronto dispararían sobre él. Los segundos se le hicieron insufribles. Pero de pronto el disparo graneado comenzaba a apagarse poco a poco.
Los disparos eran cada vez más erráticos, algo sucedía, abrió los ojos, los rebeldes estaban retrocediendo. El sonido de las familiares orugas, aunque lejano, le hizo dar un suspiro, las unidades mecanizadas estaban llegando. Una inmensa alegría lo invadió, ellos los vengarían.
Con un supremo esfuerzo consiguió sentarse. Más adelante, algunos enemigos salían de un edificio, le daban la espalda. Aguantando el dolor elevó su brazo y lanzó la granada, en ese instante uno de los rebeldes lo vió, alertó a los compañeros... pero era tarde.
Sin esperar a la explosión se dejó caer de nuevo. Estaba muy cansado....como en sueños percibió la detonación.
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