viernes, 24 de julio de 2009

Este no es mi sitio... (2ª parte y final) [Relato Warhammer Fantasy]

ESTE NO ES MI SITIO... (2ª parte)

Oscuridad...no sentía nada, ¿acaso era esto la muerte?, a su derecha oyó una risa siniestra, cascada, extraña.

- No, esto no es la muerte, aunque estas muerto.

Se sorprendió de que le hablaran, ¿quién...?

- Abre los ojos y lo verás.

Estaba seguro de no haber abierto la boca ¿cómo sabía la “voz” lo que pensaba?, sin embargo se vió obligado a obedecer lo que le decían. Despacio abrió los ojos, estaba todo borroso, esperó hasta que se le aclaró la vista y entonces se encontró mirando una pared muy antigua, la unión de los sillares estaba resquebrajándose, pero éstos eran enormes. Una suave luz iluminaba todo, miró en derredor, se encontraba en una especie de cripta, varias antorchas situadas estratégicamente le rebelaron la situación en la que estaba.




A su derecha un ser huesudo con ropajes ajados, que antaño fueron coloridos, lo miraba con ojos luminosos, aquella miraba lo hería...desvió sus ojos a otro lugar, para encontrarse con varias figuras más, estas si eran fáciles de reconocer, esqueletos. Dos esqueletos vestidos con metales preciosos sostenían enormes armas a dos manos, y más allá una criatura enorme permanecía expectante...pero ¿qué era?.

- Nunca antes habías visto un ushabti ¿verdad? - le espetó la criatura de su derecha.

De nuevo la risa cascada. Su estupor debía ser evidente pues la risa se aceleró, para pararse en seco.

- Mírame.

Trató de resistirse pero era inútil, su cuerpo ya no era su cuerpo.

- Eres listo, es cierto, ahora tu cuerpo me pertenece.

Cuando sus miradas volvieron a cruzarse, el dolor de cabeza estuvo a punto de hacerle perder la consciencia.

- Te preguntarás qué haces aquí....y qué eres ahora. Te lo contaré, pero antes debes saber que eres muy afortunado, ahora formas parte del gran ejército de Tutmanekh, a quien sirvo. Esacucha ahora mis palabras.

El ser le contó que se encontraba en los dominios de uno de los hijos del gran Dios Rey Settra, señor de todas las tierras de Nehekhara, le relató a grandes rasgos la historia de su pueblo, aunque a él todo eso le parecía extraño, nunca había estudiado la historia de las culturas que habían poblado el Mundo y ahora sabía por qué, era todo demasiado complejo, apenas se enteraba de nada, reconoció en un momento dado el nombre de Nagash y notó el odio con el que había sido propununciado, sin embargo, no conseguía centrarse en la historia que le narraba, hasta que llegó un momento en el que prestó atención a la última parte de lo que aquella criatura contaba, pues de alguna forma sabía que le concernía.

- ...así es como el todopoderoso Gran Rey Settra le confió al Príncipe Tutmanekh la empresa de crear una armada real, una flota que ampliara la movilidad de sus ejércitos también por mar. Tras muchos intentos hemos conseguido reunir un puñado de naves, más el ejército carece de formación marina, por eso dejamos a los dioses que decidieran, y he aquí que multitud de barcos aparecen en las costas de Nehekhara.

Sí, como el barco en el que él mismo vino...

- Así es, llevamos observandoos desde que desembarcasteis en la playa, los ataques que habéis sufrido, y la división de vuestras fuerzas. Nunca entenderé a vuestros generales, ¿por qué dividir el ejército?es hora de que seas tu el que me cuente todo lo que quiero saber...

Se vió obligado a relatar todo lo que él sabía, pero no sólo sobre lo que lo había llevado allí sino infinidad de preguntas de distinta índole...y todo ello sin necesidad de hablar, sus pensamientos y recuerdos eranmanipulados con impaciencia. No sabía cuanto tiempo había pasado desde que se inició el interrogatorio, pero seguro que habráin sido varios días, se le hizo eterno...

- Bien, tu información nos será muy útil, mucho más que la de aquellos que “encontramos” en la playa. Si, aquél campamento fue destruido, más no había nadie que supiera navegar, sin embargo nos dieron un nombre... y unos colores: Nordland, azul y amarillo.

Instintivamente miró sus ropas, esos colores conformaban la librea de su provincia, Nordland. Al bajar la mirada quiso gritar, hasta el momento no había tenido plena conciencia de qué había pasado con su cuerpo, ahora la cruda realidad le golpeo con saña. Descoloridos jirones de su uniforme apenas tapaban el puñado de huesos en los que se había convertido. La risa, ya familiar, lo sacó de su estupor.

- Tienes infinidad de años para acostumbrarte.

Y así fue que pasaron decenas de años. Él y sus antiguos compañeros nordlandeses, enseñaron todo lo que sabían sobre el mar a sus nuevos compañeros esqueletos. No es que fueran demasiado hábiles en el manejo de las naves, pero una vez que han sido enseñados correctamente realizaban el trabajo con un automatismo que helaría la sangre... sí él aún tuviera sangre. Se había vuelto un tanto irónico respecto a su nueva situación, la había acabado aceptando, y con el paso de los años ya no hacía falta que el hierofante guiara sus movimientos, se sentía útil y eso era mucho, tal y como lo había tratado la vida...sí, la no-vida era extrañamente gratificante.

El día en que la flota real realizaría su primera misión fue un día muy importante. El Príncipe en persona iba a partir con su nueva armada hacía el mar, nunca antes lo había visto, era raro que lo despertaran de su “sueño”, y eso no hizo más que hacerle pensar que su trabajo había sido muy importante. La figura regia lo atrajo de un modo hipnótico en cuanto el carro real estacionó cerca del barco en el que iba, parecía brillar con luz propia, y estaba seguro de que todos los esqueletos del ejército se encontraban en su situación, ahora entendía la fidelidad que le profesaban sus siervos desde hacía incontables años.

En aquél instante comenzó el discurso del gran Tutmanekh, un calor reconfortante le llenó plenamente, algo que nunca había experimentado desde que no era un ser vivo, si aquél ser se lo ordenaba sería capaz de morir por él en cualquier momento, quizá este sentimiento fuera un hechizo, algo inscrito en él para la eternidad, pero en el interior de su mente sabía que era imposible negar la admiración que sentía, era algo tangible, lógico, algo que un soldado sólo podía sentir frente al comandante que se convierte en héroe para sus tropas.

Acabado el discurso aún resonaban las sabias palabras de su señor por todo su ser, estaba como entumecido, pero pronto habría acción, había que demostrar a su señor su valía. Algo lo hizo salir del trance, el hierofante lo llamaba; miró hacia la pasarela, ahí estaba, debía reunirse con él, así que bajo a tierra.

- Tu señor te necesita, acompáñame.

Con el hechicero iba un grupo de esqueletos que él conocía bien. Junto con los eternos guardianes del hierofante se encontraban algunos de sus compañeros nordlandeses, para identificarlos se había tomado la costumbre de atar dos tiras de la tela de sus antiguos uniformes, así había sido más fácil enseñar a los demás esqueletos a navegar, debían hacer lo que dijeran los “marcados” de azul y amarillo.

- Antes de ver al Príncipe debes saber que comandarás la nave de la que has bajado, tus compañeros harán lo mismo, ya los marinos esqueleto saben que deben obedeceros como hicieron durante su aprendizaje, de esta manera no habrá problemas en el mar, ahora bien las decisiones sólo las tomará nuestro señor.

¿Orgullo? ¿era eso lo que sentía?sí, en su tierra ser capitán de barco era llegar a lo más alto, cuantas veces había soñado con aquello... Ante el Príncipe se sintió extasiado, les dio instrucciones y les dijo que Nehekhara iba a conocer un nuevo esplendor. No fracasarían, no debían fracasar. Al poco las anclas se izaron y la armada partió.

El mar. Le hubiera gustado llorar, gritar, saltar de felicidad, su querido mar... Miró a “sus” guerreros, sus marinos. Como siempre se mostraban como objetos sin sentimientos, cáscaras vacías que se movían con extraños mecanismos. Llevaban navegando tres días, con sus noches, la hueste esquelética no necesitaba descanso, sólo necesitaban la guía de la Luz de Tutmanekh para mantener un rumbo incesante.

Al alba del cuarto día se divisaron varias naves con abundante profusión de pendones. Imperiales, se dijo. Al menos no eran de Nordland, aún no sabía como se comportaría ante su antigua tierra. El número de naves no-muertas superaba a la de los humanos, pero por alguna razón éstos eran más veloces y contaban con piezas de artillería ligeras. La lentitud era una gran desventaja, lo sabía bien, pero no podía hacer nada.

Los barcos del Imperio atacaban en grupo una vez que habían conseguido alejar a las naves no-muertas lo suficiente unas de otras. Él, sin embargo, había ordenado claramente no alejarse de al menos una de las naves de su armada, la real, de ninguna manera debía quedar sola frente al enemigo. Quizá fuera esta circunstancia la que hizo que varios barcos enemigos decidieran abordar el suyo, para aislar al del Príncipe, que era de mayor calado, y por tanto el más lento. Tal como fuera, su nave se encontró rodeada rápidamente, con un pensamiento hizo que sus tropas se alinearán frente al inminente abordaje.

Aquí y allá humanos nerviosos saltaban a cubierta, un guerrero acorazado con una afilada espada se plantó frente a él salido de la nada. Era un buen espadachín, tanto que le era muy difícil repeler sus acometidas, y más como el cascarón de huesos que ahora era, sin embargo había algo que el humano parecía ignorar, un esqueleto no sentía dolor, y por tanto no temía ser herido. De esa manera, cuando el humano lanzó una estocada a la altura de la cintura él dio un paso adelante, la espada se perdió en el vacío que se formaba entre dos de sus costillas, mientras descargaba un golpe con su hacha dorada al hombro de su contrincante. La sangre saltó, en los ojos del imperial podía leerse el miedo a la muerte unos instantes antes de que cayera su brazo cercenado, sufría una crisis nerviosa. Mejor darle descanso eterno, y le descargó un segundo golpe que dejó clavada su hacha en el pecho del infeliz.

A su alrededor los que luchaban corrían diferente suerte, la balanza parecía equilibrada, un momento antes el empuje imperial parecía darles una fuerza inusitada, sin embargo el cansancio les había pasado factura y ahora se veían incapaces de tomar el control de la cubierta. Una serie de detonaciones fijó su atención a la proa de la nave humana. Arcabuceros, eso no pintaba bien. Descarga tras descarga los guerreros esqueleto eran barridos de cubierta, debía hacer algo, cogió una lanza que estaba en las frías manos de un imperial y se abalanzó hacia los arcabuceros; los esqueletos cercanos no necesitaron que se les ordenara nada, como autómatas buscaron un arma parecida a la suya y le siguieron.

Los arcabuceros estaban recargando frenéticamente en ese momento, un pequeño grupo de alabarderos se interpuso en el camino de la hueste esquelética, pero sabía que era importante no trabarse en combate antes de que la carga de los tiradores estuviera en su sitio, así que fintó, los alabarderos se quedaron en suspenso unos instantes, como un solo ser todos los esqueletos realizaron el mismo movimiento y les dejaron atrás. Valiéndose del empuje de su maniobra ensartó al primer arcabucero que encontró en su paso, pero no frenó ahí, justo el que estaba detrás también quedó ensartado. A su lado el resto de los esuqeletos hicieron lo mismo, un grito desgarrador partió de los labios de un humano pelirrojo al que un esqueleto trataba de hacerle traspasar un trozo de madera de astillas afiladas.

- ¡¡Ayudadme!!.

Los alabarderos salieron de su estatismo y atacaron a los huesudos por la espalda. Una enorme alabarda pasó casi rozando su cúbito, entonces se le ocurrió una idea. Interpuso los cuerpos ensartados entre su nuevo agresor y él. Al menos dos docenas de manos esuqeléticas hicieron lo mismo. Con horror los atacantes vieron como los golpes de alabarda destripaban y mutilaban a sus propios compañeros.

El combate parecía ganado, pero algo raro pasaba, cerca de donde estaba el aire cambió, algo flotaba en él, una energía... sus cuencas vacías buscaron la fuente... allí! Un sacerdote!!. Un humano calvo, con las insignias sigmaritas lo miraba con odio, su martillo de guerra parecía refulgir con una luz cegadora.

- ¡Tú! No deberías pisar la tierra de Sigmar, ¡TU SITIO NO ES ESTE!!

El golpe de martillo lo hizo volar por los aires, o eso pensaba, un estallido de múltiples colores lo desconcertó un momento, cuando pudo volver a mirar se encontraba flotando sobre las aguas, pero cómo? Trató de alzar los brazos... pero no estaban, sólo era un cráneo a la deriva. Una fuerza misteriosa trataba de sacarlo de su existencia, era demasiado fuerte, trató de luchar pero...lo engulló la oscuridad, todo se apagó...

Su existencia había acabado.

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