LA INICIACIÓN (Dieter 01)
Lo aceptaron bien en la aldea, quizá porque su abuelo era muy estimado allí; gracias a él Dieter fue admitido en la expedición de caza de aquella mañana, no era una expedición normal, se iba a celebrar una especie de ritual en el que un grupo de muchachos se iban a convertir en hombres, tal y como decía la tradición de la zona. Era una tradición antigua en la cual cada muchacho debía dar caza a un animal por sus propios medios, haciéndose con el corazón y los ojos de la pieza, para apoderarse así del espíritu guerrero de ésta. Así pues, los jóvenes, entrenados en el arte de las armas desde pequeños, pero sin estarles permitido matar hasta ese ritual, solían buscar un animal luchador y poderoso que les brindase su poder.
Según la tradición, aquellos que iban a hacerse hombres debían ser acompañados por los guerreros más experimentados, que actuarían de jueces y darían fe de las capturas. Y así fue como, una mañana brumosa y helada, Dieter se unió a los jóvenes que harían el ritual, no había sido fácil convencer a la gente para que aceptaran que un casi extranjero realizase tan ancestral actividad, aún habiéndose ejercitado durante los últimos tres años con los jóvenes del pueblo, pero sin duda su abuelo había zanjado la discusión rápidamente, y allí estaba sonriéndole, rodeado del resto de "jueces" que aquella mañana evaluarían a los futuros guerreros. El grupo formado por jóvenes y veteranos se adentró en un denso bosque de las montañas, dividiéndose en pequeños grupos o equipos de caza, de no más de cuatro o cinco integrantes.
Dieter estaba ansioso por encontrar una pieza, deseaba convertirse en guerrero cuanto antes, y éste era el primer paso si quería conseguirlo. Había orado al gran Ulric para que le pusiese un gran lobo a su alcance.
Su equipo andaba silencioso por una pequeña vereda formada seguramente por el paso constante de algún animal. Le sudaban las manos, y más de una vez había estado a punto de resbalarse la delgada lanza que portaba. Abría camino un joven impetuoso de tez aguileña, no había tenido trato con él desde que estaba en la aldea, y apenas habían intercambiado un par de frases y ya habían surgido roces, de hecho había conseguido que el resto de jóvenes no le dirigieran la palabra a Dieter durante el resto del camino. A su lado caminaba un hombre de cabello ya más bien cano, pero de fuerte complexión, marcado aquí y allá de multitud de cicatrices; su abuelo le había contado historias sobre él, y no podía sentir sino admiración por este hombre, y un gran respeto, quizá por ello había decidido rezagarse un poco del grupo, se sentía algo incómodo, hubiera preferido ir con el equipo de su abuelo, pero claro eso hubiera levantado suspicacias entre el resto de jóvenes, por eso su abuelo le había elegido un grupo tan tirante como aquél.
De pronto algo sucedió delante, a la izquierda del camino, como de la nada surgió un enorme jabalí, los miró un momento y volvió a perderse por la derecha. Sin perder tiempo, el grupo salió disparado en su persecución. Pero Dieter se había quedado clavado mirando fijamente en dirección contraria, en un pequeño claro hacia la izquierda asomaba la estampa de un lobo enorme, quizá era esa la causa de que el jabalí saliera al camino, o quizá simplemente pasaba por allí. No sabía como reaccionar, sus músculos no le obedecían y su mente se veía abrumada por gran cantidad de pensamientos al mismo tiempo. La lanza se le cayó finalmente de las manos, y el lobo lo miró con indiferencia, eso lo despertó. Se maldijo por su estupidez, Ulric había oído sus súplicas y le había enviado uno de sus hijos, un ejemplar fabuloso, y él lo único que había hecho era quedarse parado contemplándolo, con la lanza inerte a sus pies.
Parecía que el lobo se burlaba de una presa tan fácil, se había sentado y husmeaba el aire sin concederle mayor importancia al muchacho. Dieter seguía luchando consigo mismo por moverse, cogería la lanza y ya vería ese animal como él si que era digno de enfrentársele. Ya había reunido el valor suficiente cuando el lobo se levantó y echó a andar hacia el interior del bosque, para pasar a una especie de trote al cabo de un instante. Parecía que iba a perder esta oportunidad de hacerse un hombre, este pensamiento acabó de despertarlo, se agachó y agarró la lanza, y sin más echó a correr tras su presa.
Llevaba un tiempo corriendo cuando se dio cuenta de que lo había perdido, ahora volvería al campamento con las manos vacías, aún le quedaban al menos dos días por delante para conseguir cazar alguna presa, pero se sentía bastante pesimista, ya podía oír las risas del chico de tez aguileña mientras le mostraba los colmillos de jabalí.
Cabizbajo volvía sobre sus pasos cuando captó algo, se paró y aguzó el oído, se oía rumor de lucha y no era lejos, decidió correr hacia el lugar. Cuando llegó aún continuaba la pelea, estaban en un claro del bosque, a su derecha, un joven trataba de permanecer de pie apoyado en un árbol, perdía abundante sangre por un costado, más allá, en el centro del claro, un hombre se debatía, lanza en mano, con una bestia que le doblaba la estatura.
Observó como el guerrero se defendía con bravura, con varias heridas abiertas y uno de los brazos colgando sin vida. Sin duda, la bestia acabaría con él en la próxima acometida, así que corrió en su ayuda. Pero, en un abrir y cerrar de ojos el monstruo atacó, el hombre perdió la lanza, y no pudo evitar que el animal cayera sobre él. Dieter frenó su carrera y contempló horrorizado como el guerrero era destrozado.
La bestia fijó de pronto sus ojos en él, Dieter no había visto nunca un oso, al menos en carne y hueso, pero sabía lo suficiente como para darse cuenta de que aquella enorme mole peluda era uno de esos animales. El oso seguía mirándolo con recelo, se levantó sobre las patas traseras y le dirigió un potente rugido a su nuevo contrincante.
Era más grande de lo que le había parecido a distancia, y su delgada lanza de caza no parecía lo más útil en ese momento, quizá si la lanzaba con fuerza... pero no, y si el animal la esquivaba? Difícilmente podría defenderse entonces. Así que, asentando los pies en el suelo, tomó la resolución de esperar la carga del monstruo, tenía esperanzas de que alguien más hubiera oído la lucha, y confiaba en su agilidad para eludir los zarpazos, era una de las cosas con las que más orgulloso estaba, incluso sus tios le habían dicho que esa velocidad de movimiento era un tesoro para un guerrero.
Aún estaba tratando de reunir valor para afianzar la lanza en sus manos cuando el oso se le echó encima. Demasiado rápido!, pensó. Apenas le había dado tiempo a levantar su arma cuando ya se encontraba volando por los aires.
El zarpazo había sido demoledor, había sentido como si un cañonazo le hubiera acertado en el hombro derecho, pero debía levantarse, no podía ofrecerle a su enemigo una presa tan fácil, tenía que luchar hasta el final, pero ahora no tenía nada a mano, su lanza había caído lejos, entre los arbustos y, de nuevo, la bestia venía hacia él. A pesar del dolor consiguió concentrarse y esquivar el ataque, esta vez sí. Necesitaba un arma, se dirigió hacia los restos del hombre destrozado, había visto no lejos de él la lanza que tan poco le había servido a tan bravo guerrero. Faltaban dos o tres pasos para hacerse con el arma cuando escuchó de nuevo el rugido del animal, se le heló la sangre, estaba justo tras él, se volvió y vio como un hocico chorreante se acercaba peligrosamente a su rostro, entonces se dejó caer al suelo y trató de alcanzar la lanza con desesperación, arrastrándose lo más rápidamente que pudo. Sus dedos rozaron el asta, y una sonrisa de triunfo se dibujó en su cara, pero pasó a transformarse en una mueca de dolor cuando sintió una cuchillada en su espalda, rodó como pudo y logró cobijarse bajo un árbol caído.
Respiraba fuertemente y su corazón palpitaba con furia, sintió como le quemaba la espalda, llevó su mano ahí y palpó una fea herida, a él le parecía profunda, aunque parecía poder moverse sin problemas. Nunca antes había sentido el calor denso de su propia sangre, más aún, le sorprendió el olor dulzón de esta, parecía abotargarle los sentidos. Se sentía abatido y se avergonzaba del miedo que le atenazaba el alma, no pudo evitar pensar en qué pensaría su abuelo si lo viera allí escondido como un conejo asustado.
El oso, por su parte, había visto como su presa había desaparecido delante de sus narices cuando ya la tenía, estaba furioso, muy furioso, y daba zarpazos al tronco caído. Pronto desistió de los zarpazos y comenzó a envestirlo una y otra vez, hasta que el tronco empezó a ceder bajo su peso. Entonces el monstruo sintió un pinchazo en su espalda, y luego otro, se volvió y vio a lo lejos otros dos seres de dos patas.
Dieter se debatía entre salir y morir degollado o bien acabar sus días aplastado bajo un tronco, en un bosque kislevita, alejado de su casa, alejado de Midenheim, su ciudad, y se dio cuenta que no quería morir así, siempre había pensado que regresaría a su ciudad natal convertido en un poderoso guerrero, y que así sería admitido en alguna orden de caballería, no importaba si no era la bienamada de Ulric, había otras muchas que comenzaban a tener fama. Volviendo a la realidad se dio cuenta de que el oso ya no atacaba, y pudo oír una voz lejana. Decidió arriesgarse y asomó medio cuerpo fuera del tronco, a lo lejos vio la silueta de dos guerreros, los veía algo borrosos, pero parecía que el guerrero más bajo era el juez de su equipo y a su lado uno de los jóvenes del mismo grupo sostenía un arco con el que intentaba acertar a la bestia.
El guerrero mayor le gritaba que no se moviera, que siguiera escondido, pero había tomado una decisión, se arrastró totalmente fuera de su escondite, no quería huir. Ahora la lanza se encontraba muy cerca, quizá una de las acometidas del oso la había arrastrado hacia allí. Se levantó trabajosamente y dirigió sus torpes pasos al lugar donde descansaba el arma. No consiguió dar más de tres pasos cuando el dolor de la espalda le hizo hincar la rodilla, y ya el animal parecía haberse dado cuenta de la nueva situación, y dirigía sus ojos hacia él, parecía algo confuso al ver de nuevo su presa perdida.
-Muchacho cógela!!- el viejo guerrero le había lanzado algo por el aire.
Dieter vió pronto lo que le lanzaba, una maza con púas cayó muy cerca de su mano, no tenía más que alargar el brazo y podría cogerla. El brazo derecho no parecía hacerle caso así que alargó la mano izquierda y agarró la maza, no había perdido de vista al oso en ningún momento, pero éste se encontraba ahora tratando de arrancarse una nueva flecha que se le había clavado en un hombro. Se levantó despacio y la bestia volvió a fijarse en él, y atacó. Esta vez el muchacho no se sentía muy capaz de esquivar el ataque, pero al fin tenía algo con lo que defenderse....y atacar.
Lanzando un grito levantó el brazo de la maza y, apretando los dientes por el dolor, descargó con todas sus fuerzas un golpe, la maza cayó sobre el rostro del monstruo y le destrozó un ojo. Dieter se sentía de nuevo seguro de sí mismo, pero sabía que un golpe como aquél no conseguiría retener al oso por mucho tiempo, así que su mente trabajó a marchas forzadas, solo tenía unos instantes, lo justo antes de que el animal se diera cuenta que lo que lo había medio cegado seguía a su alcance. Corrió como pudo, y abandonando la maza pudo por fin hacerse con la lanza del guerrero caído, era un arma de buen tamaño, y con un peso muy superior al de su lanza de caza. Su hombro derecho seguía sin responder pero al menos la mano si que podía aferrar el asta con fuerza. Con la robusta lanza en las manos abrió las piernas para obtener mayor equilibrio y se irguió, el dolor volvió a recorrerle la espalda como una descarga eléctrica, pero apretó los dientes. Tenía al enorme oso a un par de metros o menos, y le gritó llamando su atención.
El oso lo miró y rugió furiosamente, el muchacho sabía que era su única oportunidad, pero sabía qué debía hacer, a sus primos y a él les gustaba practicar las destrezas que habían adquirido con las armas incorporándolas a sus juegos, y uno de ellos trataba de desmontar a un individuo que atacara sobre un corcél con la ayuda de una resistente rama de árbol anclada firmemente al suelo con la ayuda de los pies del que trataba de desmontar al jinete. Así pues, inclinó la lanza, la asentó con fuerza en tierra, colocó uno de sus pies encima y echando todo su peso sobre ella esperó. El enorme monstruo embistió, pero algo frenó su acometida, el metal de la lanza le atravesó la garganta y le salió por la nuca.
La bestia cayó sobre el muchacho pesadamente. Dieter había vencido, y ahí, tirado en el suelo, con una enorme mole peluda sobre su cuerpo, le acogió la oscuridad.
Según la tradición, aquellos que iban a hacerse hombres debían ser acompañados por los guerreros más experimentados, que actuarían de jueces y darían fe de las capturas. Y así fue como, una mañana brumosa y helada, Dieter se unió a los jóvenes que harían el ritual, no había sido fácil convencer a la gente para que aceptaran que un casi extranjero realizase tan ancestral actividad, aún habiéndose ejercitado durante los últimos tres años con los jóvenes del pueblo, pero sin duda su abuelo había zanjado la discusión rápidamente, y allí estaba sonriéndole, rodeado del resto de "jueces" que aquella mañana evaluarían a los futuros guerreros. El grupo formado por jóvenes y veteranos se adentró en un denso bosque de las montañas, dividiéndose en pequeños grupos o equipos de caza, de no más de cuatro o cinco integrantes.
Dieter estaba ansioso por encontrar una pieza, deseaba convertirse en guerrero cuanto antes, y éste era el primer paso si quería conseguirlo. Había orado al gran Ulric para que le pusiese un gran lobo a su alcance.
Su equipo andaba silencioso por una pequeña vereda formada seguramente por el paso constante de algún animal. Le sudaban las manos, y más de una vez había estado a punto de resbalarse la delgada lanza que portaba. Abría camino un joven impetuoso de tez aguileña, no había tenido trato con él desde que estaba en la aldea, y apenas habían intercambiado un par de frases y ya habían surgido roces, de hecho había conseguido que el resto de jóvenes no le dirigieran la palabra a Dieter durante el resto del camino. A su lado caminaba un hombre de cabello ya más bien cano, pero de fuerte complexión, marcado aquí y allá de multitud de cicatrices; su abuelo le había contado historias sobre él, y no podía sentir sino admiración por este hombre, y un gran respeto, quizá por ello había decidido rezagarse un poco del grupo, se sentía algo incómodo, hubiera preferido ir con el equipo de su abuelo, pero claro eso hubiera levantado suspicacias entre el resto de jóvenes, por eso su abuelo le había elegido un grupo tan tirante como aquél.
De pronto algo sucedió delante, a la izquierda del camino, como de la nada surgió un enorme jabalí, los miró un momento y volvió a perderse por la derecha. Sin perder tiempo, el grupo salió disparado en su persecución. Pero Dieter se había quedado clavado mirando fijamente en dirección contraria, en un pequeño claro hacia la izquierda asomaba la estampa de un lobo enorme, quizá era esa la causa de que el jabalí saliera al camino, o quizá simplemente pasaba por allí. No sabía como reaccionar, sus músculos no le obedecían y su mente se veía abrumada por gran cantidad de pensamientos al mismo tiempo. La lanza se le cayó finalmente de las manos, y el lobo lo miró con indiferencia, eso lo despertó. Se maldijo por su estupidez, Ulric había oído sus súplicas y le había enviado uno de sus hijos, un ejemplar fabuloso, y él lo único que había hecho era quedarse parado contemplándolo, con la lanza inerte a sus pies.
Parecía que el lobo se burlaba de una presa tan fácil, se había sentado y husmeaba el aire sin concederle mayor importancia al muchacho. Dieter seguía luchando consigo mismo por moverse, cogería la lanza y ya vería ese animal como él si que era digno de enfrentársele. Ya había reunido el valor suficiente cuando el lobo se levantó y echó a andar hacia el interior del bosque, para pasar a una especie de trote al cabo de un instante. Parecía que iba a perder esta oportunidad de hacerse un hombre, este pensamiento acabó de despertarlo, se agachó y agarró la lanza, y sin más echó a correr tras su presa.
Llevaba un tiempo corriendo cuando se dio cuenta de que lo había perdido, ahora volvería al campamento con las manos vacías, aún le quedaban al menos dos días por delante para conseguir cazar alguna presa, pero se sentía bastante pesimista, ya podía oír las risas del chico de tez aguileña mientras le mostraba los colmillos de jabalí.
Cabizbajo volvía sobre sus pasos cuando captó algo, se paró y aguzó el oído, se oía rumor de lucha y no era lejos, decidió correr hacia el lugar. Cuando llegó aún continuaba la pelea, estaban en un claro del bosque, a su derecha, un joven trataba de permanecer de pie apoyado en un árbol, perdía abundante sangre por un costado, más allá, en el centro del claro, un hombre se debatía, lanza en mano, con una bestia que le doblaba la estatura.
Observó como el guerrero se defendía con bravura, con varias heridas abiertas y uno de los brazos colgando sin vida. Sin duda, la bestia acabaría con él en la próxima acometida, así que corrió en su ayuda. Pero, en un abrir y cerrar de ojos el monstruo atacó, el hombre perdió la lanza, y no pudo evitar que el animal cayera sobre él. Dieter frenó su carrera y contempló horrorizado como el guerrero era destrozado.
La bestia fijó de pronto sus ojos en él, Dieter no había visto nunca un oso, al menos en carne y hueso, pero sabía lo suficiente como para darse cuenta de que aquella enorme mole peluda era uno de esos animales. El oso seguía mirándolo con recelo, se levantó sobre las patas traseras y le dirigió un potente rugido a su nuevo contrincante.
Era más grande de lo que le había parecido a distancia, y su delgada lanza de caza no parecía lo más útil en ese momento, quizá si la lanzaba con fuerza... pero no, y si el animal la esquivaba? Difícilmente podría defenderse entonces. Así que, asentando los pies en el suelo, tomó la resolución de esperar la carga del monstruo, tenía esperanzas de que alguien más hubiera oído la lucha, y confiaba en su agilidad para eludir los zarpazos, era una de las cosas con las que más orgulloso estaba, incluso sus tios le habían dicho que esa velocidad de movimiento era un tesoro para un guerrero.
Aún estaba tratando de reunir valor para afianzar la lanza en sus manos cuando el oso se le echó encima. Demasiado rápido!, pensó. Apenas le había dado tiempo a levantar su arma cuando ya se encontraba volando por los aires.
El zarpazo había sido demoledor, había sentido como si un cañonazo le hubiera acertado en el hombro derecho, pero debía levantarse, no podía ofrecerle a su enemigo una presa tan fácil, tenía que luchar hasta el final, pero ahora no tenía nada a mano, su lanza había caído lejos, entre los arbustos y, de nuevo, la bestia venía hacia él. A pesar del dolor consiguió concentrarse y esquivar el ataque, esta vez sí. Necesitaba un arma, se dirigió hacia los restos del hombre destrozado, había visto no lejos de él la lanza que tan poco le había servido a tan bravo guerrero. Faltaban dos o tres pasos para hacerse con el arma cuando escuchó de nuevo el rugido del animal, se le heló la sangre, estaba justo tras él, se volvió y vio como un hocico chorreante se acercaba peligrosamente a su rostro, entonces se dejó caer al suelo y trató de alcanzar la lanza con desesperación, arrastrándose lo más rápidamente que pudo. Sus dedos rozaron el asta, y una sonrisa de triunfo se dibujó en su cara, pero pasó a transformarse en una mueca de dolor cuando sintió una cuchillada en su espalda, rodó como pudo y logró cobijarse bajo un árbol caído.
Respiraba fuertemente y su corazón palpitaba con furia, sintió como le quemaba la espalda, llevó su mano ahí y palpó una fea herida, a él le parecía profunda, aunque parecía poder moverse sin problemas. Nunca antes había sentido el calor denso de su propia sangre, más aún, le sorprendió el olor dulzón de esta, parecía abotargarle los sentidos. Se sentía abatido y se avergonzaba del miedo que le atenazaba el alma, no pudo evitar pensar en qué pensaría su abuelo si lo viera allí escondido como un conejo asustado.
El oso, por su parte, había visto como su presa había desaparecido delante de sus narices cuando ya la tenía, estaba furioso, muy furioso, y daba zarpazos al tronco caído. Pronto desistió de los zarpazos y comenzó a envestirlo una y otra vez, hasta que el tronco empezó a ceder bajo su peso. Entonces el monstruo sintió un pinchazo en su espalda, y luego otro, se volvió y vio a lo lejos otros dos seres de dos patas.
Dieter se debatía entre salir y morir degollado o bien acabar sus días aplastado bajo un tronco, en un bosque kislevita, alejado de su casa, alejado de Midenheim, su ciudad, y se dio cuenta que no quería morir así, siempre había pensado que regresaría a su ciudad natal convertido en un poderoso guerrero, y que así sería admitido en alguna orden de caballería, no importaba si no era la bienamada de Ulric, había otras muchas que comenzaban a tener fama. Volviendo a la realidad se dio cuenta de que el oso ya no atacaba, y pudo oír una voz lejana. Decidió arriesgarse y asomó medio cuerpo fuera del tronco, a lo lejos vio la silueta de dos guerreros, los veía algo borrosos, pero parecía que el guerrero más bajo era el juez de su equipo y a su lado uno de los jóvenes del mismo grupo sostenía un arco con el que intentaba acertar a la bestia.
El guerrero mayor le gritaba que no se moviera, que siguiera escondido, pero había tomado una decisión, se arrastró totalmente fuera de su escondite, no quería huir. Ahora la lanza se encontraba muy cerca, quizá una de las acometidas del oso la había arrastrado hacia allí. Se levantó trabajosamente y dirigió sus torpes pasos al lugar donde descansaba el arma. No consiguió dar más de tres pasos cuando el dolor de la espalda le hizo hincar la rodilla, y ya el animal parecía haberse dado cuenta de la nueva situación, y dirigía sus ojos hacia él, parecía algo confuso al ver de nuevo su presa perdida.
-Muchacho cógela!!- el viejo guerrero le había lanzado algo por el aire.
Dieter vió pronto lo que le lanzaba, una maza con púas cayó muy cerca de su mano, no tenía más que alargar el brazo y podría cogerla. El brazo derecho no parecía hacerle caso así que alargó la mano izquierda y agarró la maza, no había perdido de vista al oso en ningún momento, pero éste se encontraba ahora tratando de arrancarse una nueva flecha que se le había clavado en un hombro. Se levantó despacio y la bestia volvió a fijarse en él, y atacó. Esta vez el muchacho no se sentía muy capaz de esquivar el ataque, pero al fin tenía algo con lo que defenderse....y atacar.
Lanzando un grito levantó el brazo de la maza y, apretando los dientes por el dolor, descargó con todas sus fuerzas un golpe, la maza cayó sobre el rostro del monstruo y le destrozó un ojo. Dieter se sentía de nuevo seguro de sí mismo, pero sabía que un golpe como aquél no conseguiría retener al oso por mucho tiempo, así que su mente trabajó a marchas forzadas, solo tenía unos instantes, lo justo antes de que el animal se diera cuenta que lo que lo había medio cegado seguía a su alcance. Corrió como pudo, y abandonando la maza pudo por fin hacerse con la lanza del guerrero caído, era un arma de buen tamaño, y con un peso muy superior al de su lanza de caza. Su hombro derecho seguía sin responder pero al menos la mano si que podía aferrar el asta con fuerza. Con la robusta lanza en las manos abrió las piernas para obtener mayor equilibrio y se irguió, el dolor volvió a recorrerle la espalda como una descarga eléctrica, pero apretó los dientes. Tenía al enorme oso a un par de metros o menos, y le gritó llamando su atención.
El oso lo miró y rugió furiosamente, el muchacho sabía que era su única oportunidad, pero sabía qué debía hacer, a sus primos y a él les gustaba practicar las destrezas que habían adquirido con las armas incorporándolas a sus juegos, y uno de ellos trataba de desmontar a un individuo que atacara sobre un corcél con la ayuda de una resistente rama de árbol anclada firmemente al suelo con la ayuda de los pies del que trataba de desmontar al jinete. Así pues, inclinó la lanza, la asentó con fuerza en tierra, colocó uno de sus pies encima y echando todo su peso sobre ella esperó. El enorme monstruo embistió, pero algo frenó su acometida, el metal de la lanza le atravesó la garganta y le salió por la nuca.
La bestia cayó sobre el muchacho pesadamente. Dieter había vencido, y ahí, tirado en el suelo, con una enorme mole peluda sobre su cuerpo, le acogió la oscuridad.
A mi personalmente me a parecido muy bueno. De un ritmo fluido y constante, con una muy buena introducción del personaje, que a mi en particular me a recordado a Cuthwin, el personaje explorador de la trilogía tiempos de leyenda. Imagino que lo habré relacionado por las ansias de convertirse en guerrero, como el personaje anterior cuando fue sorprendido fisgoneando con su compañero en la casa larga la noche antes de una batalla. Seguiré leyendo el resto de las crónicas.
ResponderEliminarGracias!
EliminarEste es el primer relato que escribí sobre Warhammer hace ya bastante, jeje.
Un saludo!
Si ya me fije que la fecha es de 2009. Ya ha llovido !! Voy a seguir leyendo las andanzas de Dieter, a ver cono le va . yo he escrito un par de relatos, pero vamos nada que ver. pasate por las almenas, si te apetece y me comentas que tal.
ResponderEliminarHola!
EliminarSi puedo le echaré un vistazo.
Un saludo!
Gracias !!
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