viernes, 24 de julio de 2009

El Silencio del Templo [Relato Warhammer Fantasy]

EL SILENCIO DEL TEMPLO

Llevó su mano de nuevo al muro. Sus yemas volvieron a percibir la humedad y el frío de la piedra. Tenía reservados para sí pocos placeres en la vida, y uno de ellos era aquella construcción, aquél edificio sagrado, aquél lugar santo. Su templo. Se detuvo en cada depresión de los sillares, en cada fina línea de unión, dejando que el frío pasara inmisericorde a sus dedos. Habían pasado los helados días del invierno y ahora las lluvias caían con fuerza, pero el frío seguía allí, en el Norte.

Las plantas de sus pies notaron una leve nota de vibraciones acompasadas. Giró la cabeza. Por el pasillo se acercaba el Hermano Siechler, tenía una dura expresión en el rostro mientras apretaba los puños contra la toga oscura. Parecía no haber notado su presencia, pues sus ojos mantenían la vista en el suelo.

Retiró la mano de la pared y su movimiento captó la atención del que se acercaba.

- Darus? qué haces aquí? Aún es demasiado temprano y tu no estas de guardia... - el Hermano Siechler cayó, era raro oir cualquier sonido en el templo, incluida la voz -...vamos, acompáñame.

Pero el joven no se movió, bajó lentamente sus ojos hacia sus pies. Siechler también dirigió su atención a los pies de Darus, estaba descalzo.

- Otra vez? pero...Hermano...esta bien, ve a tu habitación y cálzate, ponte también algo de abrigo. – y se alejo pasillo adelante. – te esperaré sobre la torre sureste.




De nuevo sólo, por un instante pensó en posar de nuevo la mano sobre el muro, pero la sensación había cambiado. Dio media vuelta y se dirigió a su dormitorio. Un cubículo donde apenas cabían un camastro y un arcón sencillo. Mientras se ponía un par de livianas sandalias y buscaba una capa raída contempló el pequeño trozo de cielo que se veía desde el ventanuco enrejado. Se quedó embelesado durante un instante.

Cuando salió de su habitáculo caminó deprisa, sabía que al hermano Siechler le disgustaba la espera. Ascendió a lo alto de la torre, abrió la pesada puerta de madera, un viento helado le golpeó el rostro. Lo agradeció, hacia mucho tiempo que le había dado el control a sus sentidos, y cualquier cosa que los estimulara era bien recibido. Anduvo un corto trecho por las desiguales losas del empedrado en dirección a la solitaria figura que oteaba el horizonte.

La figura se volvió. El Hermano Siechler seguía teniendo una expresión tensa y preocupada, pero no pareció enfadarse por su tardanza.

- Ayer tarde tuvimos una visita, como bien sabes.

Era cierto, casi nadie del templo desconocía aquél suceso, ya que las visitas eran extrañas, algo poco habitual, como también lo era escuchar voces tras aquellos muros. Y el grupo visitante había llegado gritando y alborotando. El Maestre Medoff se había mostrado muy enfadado por tal espectáculo y a punto había estado de ordenar el apresamiento de aquél grupo, que había interrumpido el silencio impuesto en uno de los templos-fortaleza de los Templarios de Morr.

- Lo que no sabes, o lo que pocos del templo saben, es que esa visita era muy importante... - al Hermano le brillanban los ojos y se estrujaba las manos ansiosamente - ...traían una información muy valiosa, tanto es así que el Maestre ha ordenado que se avise inmediatamente al Gran Maestre...

Darus abrió mucho los ojos sorprendido, debía ser un asunto realmente importante pues....

- ...y como sabes éste está en Mordheim en una misión especial de la Orden. – Siechler cayó en ese momento, volvió a mirar al horizonte, al sur de las tierras de Ostermark.

El joven seguía perplejo, mirando ahora sobre el hombro de su hermano templario. A veces lo había sorprendido la facilidad que tenía Siechler para conocer las cosas que sucedían a su alrededor, informaciones o chismes de los que él era el primero en enterarse, muchas veces le hubiera gustado preguntarle por qué había entrado en la Orden, pero eso era imposible debido a su... a su estado.

- No he podido averiguar qué es eso tan importante pero sí que en breve podemos tener movimiento. – giró de nuevo su cabeza hacia Darus – gracias por escucharme, sé que guardarás el secreto.

Y poniendo un momento su mano sobre el hombro del joven desapareció por la escalera hacia el interior del templo.

Darus quedó de nuevo en silencio, sólo... Pero el viento que le azotaba la cara ya no lo sentía, estaba intrigado, muy intrigado. Si Siechler decía que habría movimiento aquello significaba que tendrían que coger las armas... quedaban por delante días de espera y ansiedad, pero sería mejor que el resto de los Hermanos no se alteraran.... él guardaría el secreto....como sólo un mudo puede hacerlo. Sus ojos miraron al cielo, una sombra de tristeza los veló por un momento.

El alba lo sorprendió aún sobre la torre. Bajó rápidamente los escalones y se dirigió a la Capilla con presteza. Llegaba tarde. En la capilla no quedaba nadie, el capellán levantó la mirada de la estatuilla que estaba limpiando.

- Hermano llegas tarde. – no era una reprimenda, se conocían desde hacia demasiados años – algo te ha perturbado?.

Por supuesto Darus no podía responder, pero eso ambos lo sabían, todo el mundo lo sabía. El joven se miró las palmas de las manos. Luego se acercó al sacerdote templario. Posiblemente era la persona más anciana del Templo, estaba allí antes que ninguno de los actuales Hermanos y Sargentos, y tenía el don de entender los sentimientos de los demás sólo con mirarles a los ojos. Para Darus había sido un gran consuelo desde que llegara al templo siendo aún muy pequeño.

- Ven, sentémonos, nunca es tarde para orar o reflexionar. – Con gesto paternal le ofrecía un espacio en el banco al que estaba empezando a sentarse.

Permanecieron en silencio un largo rato. Darus se perdió en sus pensamientos mientras tocaba distraídamente las rugosidades del banco de madera. Desde siempre había tenido curiosidad por la textura y forma de las cosas, por el entorno que lo rodeaba, y cuando le seccionaron las cuerdas vocales volcó todo su ser en el resto de sus sentidos...

Los días se fueron sucediendo a una velocidad desacostumbrada para los templarios. A pocos días de su conversación con Siechler llegaron al Templo-Fortaleza un grupo de templarios que requirieron del Maestre, se le llamaba a Concilio de la Orden a petición directa del Gran Maestre. Tras la partida del Maestre los Hermanos no pudieron evitar que una inquietud perturbara su rutina diaria, los rezos sonaban demasiado rápidos, las horas de entrenamiento eran más ruidosas de lo normal, y los escasos momentos de asueto conformaban una maraña de conversaciones en susurros fuera de lugar, ajenas al templo. Para Darus el mundo había perdido la razón, acaso el silencio no era lo más importante en la Orden?. Incluso sus momentos de soledad, que tanto apreciaba, le resultaban incómodos, vacíos, sin sentido, es más, el silencio que siempre lo había acompañado en esos instantes de placer, su placer, “sonaba” extraño, chirriante. Se decía que debía ser algo normal, siempre ocurría cuando había alguna confrontación cerca, alguna batalla, pero esto parecía distinto... hacía muchos años que no se reunían en Concilio todos los Maestres provinciales. Se avecinaba algo grande.

A mediados de primavera el Maestre regresó, y desde aquél momento los entrenamientos se intensificaron. Durante las comidas la oración paso a convertirse en encendidas arengas contra el Mal Último. A nadie del Templo se le escapaba que en breve serían movilizados contra algún enemigo.

Y así sucedió que entrado el verano se llamó a las armas. Todos los templarios debían preparar su equipo para partir en dos días. Los carros de avituallamiento fueron cargados con todo el alimento posible que quedaba en las despensas. Los preparativos acabaron por alterar totalmente las actividades diarias del Templo; en el aire se respiraba ansiedad, pero el silencio había vuelto a caer sobre los hombres.

Darus preparó su equipo, sacó su armadura del arcón y la limpió exhaustivamente, luego hizo lo propio con el escudo, preparó además la toga de batalla, un ropaje completamente negro con el símbolo del reloj de arena bordado en un blanco impoluto. Luego guardó ropa de diario en el saco junto al resto de objetos que le estaba permitido llevarse. Dejó para el final el casco y las armas. El casco era sencillo, con dos ranuras para los ojos, de forma cilíndrica, casi cuadrada, no tenía nada especial a simple vista, pero para un Templario de Morr era el instrumento que los conectaba a su dios. Una “máscara” tras la que esconder su mortalidad, ya que una vez colocado el templario pasaba a ser el justo defensor del Reino de Morr, un ser callado, silencioso, que camina sobre la tierra como la Muerte misma. La Regla prescribía que con el yelmo puesto ningún Hermano debía mostrar dolor o miedo, ningún sonido debía escapar de sus labios. Aquello entristecía a Darus, él no articulaba sonido alguno en ningún momento de su vida tras perder el habla. Y eso lo atormentaba... lo atormentaba el no poder demostrar a sus hermanos que él también sabía mantenerse firme a la Regla. Nadie se había quejado de su actuación en la batalla, pero él pensaba firmemente que lo veían como alguien inferior, alguien que no tenía que esforzarse por hacer lo que debía hacer. Quizá por eso siempre se había mantenido algo alejado de los demás, como si se sintiera fuera de lugar en su propia casa. Sólo en el fragor del combate, y tras aquella “máscara” olvidaba lo que era, quien era.

En aquél momento, frente al reluciente yelmo, se dio cuenta de que deseaba luchar, lo necesitaba. Suspiró y colocó el preciado objeto a los pies de la armadura. Acarició un momento la superficie lacada en negro y blanco del escudo. Su atención se dirigió ahora a la espada.... no, aún no, primero la lanza de caballería y la daga larga. Ambas armas acabaron relucientes y afiladas, colocadas con cuidado junto al resto de pertrechos. Ahora sí. Cogió amorosamente la espada, el tacto tibio del cuero de la empuñadura lo saludó como a un viejo amigo. La sopesó, la giro una vez, y otra... acabó realizando una amplia gama de ejercicios de manera mecánica, aumentando la velocidad a medida que recordaba combates pasados. Era un arma magnífica, de nuevo era un trabajo sencillo, simple, pero un buen trabajo, su peso se adecuaba perfectamente a las características que en su día mostró al hermano armero para que le fueran asignados los pertrechos de batalla. Se relajó, pasó con suavidad los dedos por el filo y asintió con suficiencia. Como esperaba el arma requería poco trabajo para poder ser utilizada en batalla. Se puso a ello con esmero.

El día convenido despertó antes del alba, se lavó la cara y bajó a las cuadras. Los animales parecían nerviosos, presentían también la cercana actividad. Se acercó a su montura. Un tordo castrado de poderosos músculos que al olerlo estiró las orejas y elevó la cola venteando el aire. Abrió la portezuela y pasó al interior, mientras la cerraba el animal comenzó a darle suaves toques en la espalda con el hocico. Lo saludó a su vez con unas palmadas en el cuello y el lomo. Recogió un puñado de paja de un rincón y comenzó a restregarla con fuerza sobre el cuerpo del animal. Oía la llegada del resto de Hermanos que se dispusieron a hacer lo propio con sus respectivas monturas. Entre los deberes de un Templario estaba el cuidar de su compañero equino, si bien el Templo contaba con personal para tales cuidados, eran los Hermanos Templarios los que debían dedicar un tiempo diario a ejercitarlos, y él lo agradecía.

A Darus no le importaba cuidar de Uros, no porque fuera su deber, sino porque el animal era un compañero fiel y un bravo guerrero. Por eso le dedicaba más tiempo que el resto. Y como siempre, fue el último en marcharse de la cuadra. Sudaba y notaba algo entumecido el brazo pero se sentía satisfecho, un relincho le hizo sonreir antes de dirigirse a asearse.

Tras el desayuno todos se presentaron en la plaza de la fortaleza con todo su equipo y los caballos ensillados. El Maestre Medoff les explicó por fin qué sucedía...

- Hermanos, nos han tocado vivir tiempos nefastos. Por el Norte se aproxima un nuevo ataque del Caos, pero en esta ocasión su poder es inmenso, los ejércitos de los Dioses Malditos son de un tamaño descomunal, millones de seres recorren el Mundo bajo sus estandartes. Y al frente de todos ellos está Archaón, el autoproclamado Señor del Fin de los Tiempos... - el Maestre hizo una pausa para observar la expresión de los rostros de los allí reunidos.

Archaón no era un nombre desconocido, incluso en un Templo-Fortaleza donde impera el silencio llegan rumores. Darus apretó los labios en un rictus macabro. La voz de Medoff volvió a elevarse sobre los murmullos que comenzaban a surgir.

- ... Hace poco fui llamado a Capítulo, como todos sabéis. Allí fui informado de que el Emperador había celebrado un concilio, el Cónclave de la Luz...

El Maestre siguió hablando un tiempo sobre la situación del Imperio y sus aliados, y la gran amenaza del Norte, la Tormenta que se avecinaba.

- Pero nuestra Orden no podrá ayudar en el Norte... – las nuevas palabras de Medoff elevaron un rumor de protestas en voz queda que iba aumentando de volumen. - Hermanos...Hermanos!!, comprendo lo que sentís y lo que estáis pensando, pero se nos ha encomendado otra misión, una misión que nos incumbe, nuestro dios así lo requiere. – los sonidos se apagaron, la atención de los Templarios y Sargentos permaneció inalterable sobre la figura de su Maestre. – Nos han llegado informes preocupantes sobre actividad no-muerta en las tierrras de Stirland. Los Señores de la Noche parecen renacer, quizá aprovechen esta época de guerra y penalidades que se acerca a nuestro amado Imperio para destruirlo. Pero nosotros no se lo permitiremos.

Entrada la mañana, 50 templarios y casi 100 sargentos abandonaban el Templo-Fortaleza en dirección sur. El silencio iba con ellos...

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