EL BÁCULO DE HUEZO (2ª parte)
Ruglud veía consternado como sus chikos eran atacados por los rayos, quemándoles la piel, mientras a su pies la tierra se abría. Todo el cementerio parecía sufrir espasmos y temblores. El mausoleo se derrumbó de pronto con un estruendo. Se agachó a tiempo de sortear un extraño objeto que volaba por los aires, apenas pudo atisbar que debía ser uno de los guerreros skavens que chillaba horrorizado. No sólo los skavens eran derribados y lanzados por los aires por el enorme vendaval que se estaba formando, algunos de sus guerreros rodaban sin control por el suelo, y enormes trozos de piedra pasaban velozmente sobre sus cabezas. Le costaba mantener sus pies firmes en el suelo. Poniendo una de sus manos por delante de los ojos, tratando de protegerlos del viento y los materiales que este transportaba, fijó con atención su vista en el chamán orco.
Mukurk había crecido en estatura y tenía abultados músculos. Pero su aspecto era algo deforme, algo antinatural, aunque eso no importaba. Ahora era un dios, o al menos estaba camino de serlo, estaba seguro. A su alrededor todo le daba la razón, era el vértice alrededor del cuál giraba todo. Miró hacia arriba, al cielo, una enorme nube de un verde siniestro se estaba formando sobre el cementerio. Sin saber cómo notó el tacto del Báculo de Huezo en su mano izquierda. Lo apretó con fuerza y una nueva oleada de poder recorrió su cuerpo, el dolor pasó a un segundo plano, no sentía ya nada, se preguntó si este era el paso que debía dar para convertirse en un dios y sentarse junto a Morko y Gorko en el cielo. Morko... hasta ahora lo había reverenciado como un ser superior, pero ahora podía tratarle como a un igual.... Su brazo derecho se hinchó incontroladamente y explotó. Mukurk se sorprendió de que aquello no le importara, si debía dejar atrás su “cáscara” física así lo haría.
Ruglud miró asqueado como el chamán perdía uno de sus brazos, al mismo tiempo el templo que coronaba el cementerio empezó a hundirse en tierra como si ésta fuera un pantano. Y así parecía, los lugares de tierra de todo el cementerio e incluso alrededor de éste parecían licuarse, la enorme batalla que hasta hacía poco se libraba a pocos pasos de la colina se había convertido en una lucha desesperada por la propia supervivencia, unidades enteras de guerreros eran tragados por la tierra. Se dio cuenta de que las baldosas del suelo durarían poco sobre aquél terreno gelatinoso. Una nueva explosión sorda le hizo mirar de nuevo a aquél ser verde que hasta el momento había sido Mukurk, el chamán del Waaaagh de Zeldog. El chamán había perdido esta vez una de sus piernas, e impertérrito parecía comenzar a elevarse en el cielo. El viento y los temblores de la tierra aumentaban. Él no era un chamán, no sabía nada de magia, pero aquello no pintaba bien, a aquél loco el poder se le había ido de las manos e, irremisiblemente, iba a ser destruido, y con él toda aquella zona. Ruglud no podía permitir eso, tenía que detener al chamán.
Con gesto decidido el jefe mercenario agarra su ballesta, y tras perder una saeta por culpa del viento consigue cargar otra. Apuntando a su objetivo afianza los pies mientras alarga la mano armada. Cierra un ojo para apuntar con la mayor precisión posible y sin darse cuenta se muerde la lengua. Su gesto de concentración destaca sobre el pandemonium de alrededor. Se mantiene firme y aprieta el disparador. La saeta parece desviarse un poco a la derecha pero impacta en su objetivo.
Mukurk percibe un pinchazo en el antebrazo que aún le queda, y ve que un pequeño asta de madera se ha incrustado en su brazo. Con algo de asombro mira hacia abajo, el estúpido de Rulud le ha disparado... ¿le ha disparado?? ¿a él?? ¿a un dios?. Una segunda saeta pasa rozándole la cadera.
- Idiota!! No puedez hazerme daño, zoy Mukurk, el dios Mukurk el más grand...
Una tercera saeta le vuela el pulgar de su única mano y el báculo se le escapa. Ruglud aulla eufórico. Sin el apoyo del poder del báculo el chamán cae como una piedra al suelo. Y el mercenario nota una disminución en la fuerza del viento y la tierra. Sin pensárselo dos veces avanza hacia el caído.
Mukurk había sentido el impacto, la pérdida del báculo lo había devuelto a la realidad del dolor. Tenía que volver a sostener auqél objeto de poder o todo se iría al infierno. Su “cambio” no había sido completado. Luchó para ponerse en pie, pero no pudo, la pérdida de algunos miembros sí que era un problema después de todo. No importaba, él se arrastraría.
La visión del chamán arrastrándose como una sabandija casi divirtió a Ruglud. Avanzaba con rapidez por el terreno accidentado, pronto lo tendría al alcance de su arma. Por encima de su cabeza pudo percibir el comienzo de una fuerte tormenta eléctrica. El estruendo de los truenos y la parpadeante iluminación lo acompañaron el resto del camino.
Mukurk consiguió llegar al báculo y lo sujetó con firmeza. Por segunda vez su cuerpo se elevaba hacia el cielo. Pero en aquella ocasión algo lo detuvo. Miró abajo, el jefe mercenario le sujetaba su única pierna. Trató de entonar un hechizo pero en el momento en el que comenzaron a brotar las palabras se vió lanzado al suelo con fuerza.
- No! ze acabó jugar a zer un dioz. Mira lo que haz hecho, mira lo que te ezta pazando. Moriraz y todoz nozotroz contigo. Ezto ze acabó. – Ruglud le gritaba mientras estrellaba el cuerpo del chamán contra el suelo por segunda vez.
Mukurk notó por primera vez que podía morir, aún tenía en la mano el Báculo de Huezo, pero no podía usarlo, y se sentía completamente cargado de energía mágica. Entonces se le ocurrió algo, necesitaba descargar el poder, bien, pues dejaría que fluyera hacia fuera, era peligroso pero... no, para él no lo sería. Para descargar el poder debía relajarse. Aunque la agresión del jefe mercenario era feroz tenía que buscar el momento justo... tenía que... ahora!!.
Ruglud tuvo que soltar al chamán, pues este comenzó a subir rápidamente de temperatura. Sentía algo extraño, no sabía qué era con exactitud pero lo sentía, todos los poros de su piel se cargaron de energía, era como si millones de flechas lo pincharan a la vez. Poco a poco se alejó de Mukurk, a su alrededor todo parecía apenas audible, pero seguía desatandose el vendabal. El panorama estuvo a punto de aterrarlo, objetos de todo tipo seguían volando por los aires, la tierra gemía, se agrietaba o burbujeaba sin control, en el cielo rayos de color verde restallaban con violencia, pero sin embargo no había ruido. ¿Se habría quedado sordo?.
Un aura cegadora enmarcó a Mukurk. Sintió como el viento convergía en él. Primero un rayo, luego otro, y otro más... múltiples rayos de energía bajaban del cielo e impactaban en su cuerpo. No sentía nada. Comenzó a reir, reir sin parar, como un loco.
De pronto el cuerpo del chamán pielverde se hinchó sin control hasta que estalló, pero el movimiento se enlenteció y el ruido no se produjo. Todo pareció detenerse en el espacio y el tiempo... para acelerarse después con un sonido sordo.
Ruglud salió volando por los aires mientras gritaba de horror. Aquél maldito brujo y su locura destruirían el mundo. Con los ojos semicerrados vio que se dirigía hacia un enorme peñasco, cerró los ojos y... El choque fue doloroso, antes de perder el conocimiento notó como varias partes de su cuerpo crujían.
Cuando despertó temió abrir los ojos. El lacerante dolor de uno de su brazos y el pecho le animaron. El dolor significaba que seguía vivo. Pero aún tardó un tiempo en decidirse a abrir los ojos. Cuando lo hizo la devastación de aquél lugar lo sobrecogió, a él, un mercenario avezado en todo tipo de batallas...
Se levantó con esfuerzo y caminó. Caminó en írculos sin darse cuenta, y vio que no era el único superviviente, poco a poco otros se unían a él, vio caras conocidas, algunos de sus chikos habían sobrevivido, también un puñado de guerreros orcos, un par de troll, e incluso pudo ver como se escabullían hombres rata hacia Gorko sabría donde. El cementerio... no, toda la colina había desaparecido, una masa informe de tierra y roca fundida se había solidificado dando forma a un cráter de grandes dimensiones, el pueblo había sido arrasado, sólo alguna estructura de piedra podía ahora ser indicio de que algo o alguien vivió allí en algún momento.
- Maldito loco... – murmuró Ruglud.
- Jefe?? – lo miró intrigado uno de sus guerreros.
- Vayamonoz de aquí, vamoz, buzcad lo que pueda zernoz útil y noz iremoz, ezte lugar ez peligrozo.
Pocas cosa pudieron encontrar pero eso no importó a Ruglud. Unas veces el trabajo salía bien y otras...
Se marcharon, todos los orcos abandonaron aquél páramo con la idea de no volver jamás. Cuando todo quedó en silencio nadie pudo ver que alguien abandonaba su escondite hablando sólo, muy contento.
- Inútil me llamó, el eztúpido de Mukurk me llamó inútil!! Jajaja, pero ¿quién tiene el Báculo de Huezo?? Su preziado báculo??. Él no dezde luego!, nunca máz lo tendrá. El báculo ez de Preek, el Gran Chamás Preek!!! Jajaja.
El Báculo de Huezo comenzó a brillar de nuevo...
Ruglud veía consternado como sus chikos eran atacados por los rayos, quemándoles la piel, mientras a su pies la tierra se abría. Todo el cementerio parecía sufrir espasmos y temblores. El mausoleo se derrumbó de pronto con un estruendo. Se agachó a tiempo de sortear un extraño objeto que volaba por los aires, apenas pudo atisbar que debía ser uno de los guerreros skavens que chillaba horrorizado. No sólo los skavens eran derribados y lanzados por los aires por el enorme vendaval que se estaba formando, algunos de sus guerreros rodaban sin control por el suelo, y enormes trozos de piedra pasaban velozmente sobre sus cabezas. Le costaba mantener sus pies firmes en el suelo. Poniendo una de sus manos por delante de los ojos, tratando de protegerlos del viento y los materiales que este transportaba, fijó con atención su vista en el chamán orco.
Mukurk había crecido en estatura y tenía abultados músculos. Pero su aspecto era algo deforme, algo antinatural, aunque eso no importaba. Ahora era un dios, o al menos estaba camino de serlo, estaba seguro. A su alrededor todo le daba la razón, era el vértice alrededor del cuál giraba todo. Miró hacia arriba, al cielo, una enorme nube de un verde siniestro se estaba formando sobre el cementerio. Sin saber cómo notó el tacto del Báculo de Huezo en su mano izquierda. Lo apretó con fuerza y una nueva oleada de poder recorrió su cuerpo, el dolor pasó a un segundo plano, no sentía ya nada, se preguntó si este era el paso que debía dar para convertirse en un dios y sentarse junto a Morko y Gorko en el cielo. Morko... hasta ahora lo había reverenciado como un ser superior, pero ahora podía tratarle como a un igual.... Su brazo derecho se hinchó incontroladamente y explotó. Mukurk se sorprendió de que aquello no le importara, si debía dejar atrás su “cáscara” física así lo haría.
Ruglud miró asqueado como el chamán perdía uno de sus brazos, al mismo tiempo el templo que coronaba el cementerio empezó a hundirse en tierra como si ésta fuera un pantano. Y así parecía, los lugares de tierra de todo el cementerio e incluso alrededor de éste parecían licuarse, la enorme batalla que hasta hacía poco se libraba a pocos pasos de la colina se había convertido en una lucha desesperada por la propia supervivencia, unidades enteras de guerreros eran tragados por la tierra. Se dio cuenta de que las baldosas del suelo durarían poco sobre aquél terreno gelatinoso. Una nueva explosión sorda le hizo mirar de nuevo a aquél ser verde que hasta el momento había sido Mukurk, el chamán del Waaaagh de Zeldog. El chamán había perdido esta vez una de sus piernas, e impertérrito parecía comenzar a elevarse en el cielo. El viento y los temblores de la tierra aumentaban. Él no era un chamán, no sabía nada de magia, pero aquello no pintaba bien, a aquél loco el poder se le había ido de las manos e, irremisiblemente, iba a ser destruido, y con él toda aquella zona. Ruglud no podía permitir eso, tenía que detener al chamán.
Con gesto decidido el jefe mercenario agarra su ballesta, y tras perder una saeta por culpa del viento consigue cargar otra. Apuntando a su objetivo afianza los pies mientras alarga la mano armada. Cierra un ojo para apuntar con la mayor precisión posible y sin darse cuenta se muerde la lengua. Su gesto de concentración destaca sobre el pandemonium de alrededor. Se mantiene firme y aprieta el disparador. La saeta parece desviarse un poco a la derecha pero impacta en su objetivo.
Mukurk percibe un pinchazo en el antebrazo que aún le queda, y ve que un pequeño asta de madera se ha incrustado en su brazo. Con algo de asombro mira hacia abajo, el estúpido de Rulud le ha disparado... ¿le ha disparado?? ¿a él?? ¿a un dios?. Una segunda saeta pasa rozándole la cadera.
- Idiota!! No puedez hazerme daño, zoy Mukurk, el dios Mukurk el más grand...
Una tercera saeta le vuela el pulgar de su única mano y el báculo se le escapa. Ruglud aulla eufórico. Sin el apoyo del poder del báculo el chamán cae como una piedra al suelo. Y el mercenario nota una disminución en la fuerza del viento y la tierra. Sin pensárselo dos veces avanza hacia el caído.
Mukurk había sentido el impacto, la pérdida del báculo lo había devuelto a la realidad del dolor. Tenía que volver a sostener auqél objeto de poder o todo se iría al infierno. Su “cambio” no había sido completado. Luchó para ponerse en pie, pero no pudo, la pérdida de algunos miembros sí que era un problema después de todo. No importaba, él se arrastraría.
La visión del chamán arrastrándose como una sabandija casi divirtió a Ruglud. Avanzaba con rapidez por el terreno accidentado, pronto lo tendría al alcance de su arma. Por encima de su cabeza pudo percibir el comienzo de una fuerte tormenta eléctrica. El estruendo de los truenos y la parpadeante iluminación lo acompañaron el resto del camino.
Mukurk consiguió llegar al báculo y lo sujetó con firmeza. Por segunda vez su cuerpo se elevaba hacia el cielo. Pero en aquella ocasión algo lo detuvo. Miró abajo, el jefe mercenario le sujetaba su única pierna. Trató de entonar un hechizo pero en el momento en el que comenzaron a brotar las palabras se vió lanzado al suelo con fuerza.
- No! ze acabó jugar a zer un dioz. Mira lo que haz hecho, mira lo que te ezta pazando. Moriraz y todoz nozotroz contigo. Ezto ze acabó. – Ruglud le gritaba mientras estrellaba el cuerpo del chamán contra el suelo por segunda vez.
Mukurk notó por primera vez que podía morir, aún tenía en la mano el Báculo de Huezo, pero no podía usarlo, y se sentía completamente cargado de energía mágica. Entonces se le ocurrió algo, necesitaba descargar el poder, bien, pues dejaría que fluyera hacia fuera, era peligroso pero... no, para él no lo sería. Para descargar el poder debía relajarse. Aunque la agresión del jefe mercenario era feroz tenía que buscar el momento justo... tenía que... ahora!!.
Ruglud tuvo que soltar al chamán, pues este comenzó a subir rápidamente de temperatura. Sentía algo extraño, no sabía qué era con exactitud pero lo sentía, todos los poros de su piel se cargaron de energía, era como si millones de flechas lo pincharan a la vez. Poco a poco se alejó de Mukurk, a su alrededor todo parecía apenas audible, pero seguía desatandose el vendabal. El panorama estuvo a punto de aterrarlo, objetos de todo tipo seguían volando por los aires, la tierra gemía, se agrietaba o burbujeaba sin control, en el cielo rayos de color verde restallaban con violencia, pero sin embargo no había ruido. ¿Se habría quedado sordo?.
Un aura cegadora enmarcó a Mukurk. Sintió como el viento convergía en él. Primero un rayo, luego otro, y otro más... múltiples rayos de energía bajaban del cielo e impactaban en su cuerpo. No sentía nada. Comenzó a reir, reir sin parar, como un loco.
De pronto el cuerpo del chamán pielverde se hinchó sin control hasta que estalló, pero el movimiento se enlenteció y el ruido no se produjo. Todo pareció detenerse en el espacio y el tiempo... para acelerarse después con un sonido sordo.
Ruglud salió volando por los aires mientras gritaba de horror. Aquél maldito brujo y su locura destruirían el mundo. Con los ojos semicerrados vio que se dirigía hacia un enorme peñasco, cerró los ojos y... El choque fue doloroso, antes de perder el conocimiento notó como varias partes de su cuerpo crujían.
Cuando despertó temió abrir los ojos. El lacerante dolor de uno de su brazos y el pecho le animaron. El dolor significaba que seguía vivo. Pero aún tardó un tiempo en decidirse a abrir los ojos. Cuando lo hizo la devastación de aquél lugar lo sobrecogió, a él, un mercenario avezado en todo tipo de batallas...
Se levantó con esfuerzo y caminó. Caminó en írculos sin darse cuenta, y vio que no era el único superviviente, poco a poco otros se unían a él, vio caras conocidas, algunos de sus chikos habían sobrevivido, también un puñado de guerreros orcos, un par de troll, e incluso pudo ver como se escabullían hombres rata hacia Gorko sabría donde. El cementerio... no, toda la colina había desaparecido, una masa informe de tierra y roca fundida se había solidificado dando forma a un cráter de grandes dimensiones, el pueblo había sido arrasado, sólo alguna estructura de piedra podía ahora ser indicio de que algo o alguien vivió allí en algún momento.
- Maldito loco... – murmuró Ruglud.
- Jefe?? – lo miró intrigado uno de sus guerreros.
- Vayamonoz de aquí, vamoz, buzcad lo que pueda zernoz útil y noz iremoz, ezte lugar ez peligrozo.
Pocas cosa pudieron encontrar pero eso no importó a Ruglud. Unas veces el trabajo salía bien y otras...
Se marcharon, todos los orcos abandonaron aquél páramo con la idea de no volver jamás. Cuando todo quedó en silencio nadie pudo ver que alguien abandonaba su escondite hablando sólo, muy contento.
- Inútil me llamó, el eztúpido de Mukurk me llamó inútil!! Jajaja, pero ¿quién tiene el Báculo de Huezo?? Su preziado báculo??. Él no dezde luego!, nunca máz lo tendrá. El báculo ez de Preek, el Gran Chamás Preek!!! Jajaja.
El Báculo de Huezo comenzó a brillar de nuevo...
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