BABEL
Andaba con paso cansino. Notaba las formas de los diferentes adoquines a sus pies, bajó la cabeza, no seguían un orden uniforme, parecía más bien un conglomerado de arreglos hechos a toda prisa, pero sin embargo aparecían gastados. No era extraño, Mariemburgo era una ciudad cosmopolita, se dijo mientras exhalaba una bocanada de humo de su cigarro.
Había llegado poco después del mediodía, pero llevaba deambulando un buen rato, podría jurar que había oído al menos dos repiques de campana por alguna parte, eso significaba que llevaba bastante tiempo andando... Desde el puerto hasta la calle donde se encontraba había disfrutado de los más variados olores gastronómicos. Le había entrado el apetito, pero por más que buscaba ninguna de las posadas le resultaba lo suficientemente...apetecible?. En cierto modo tanto daba un lugar como otro para comer en aquella ciudad, todo iba a resultar caro... y su bolsa era demasiado pequeña, pero tenía hambre.
Por otro lado no estaba allí por placer, sino por negocios, nunca hubiera pisado aquella ciudad tan extraña si hubiera querido descansar. Mariemburgo era una ciudad que basaba su existencia en el comercio, pero no era una ciudad comercial típica. Se podría decir que era una ciudad neutral, una ciudad sin diferencias, no importaba de que raza, etnia o condición fueras, mientras tuvieras dinero la ciudad te recibiría con los brazos abiertos. Y eso se traducía en un par de características importantes de aquella urbe, de un lado era el lugar donde se podía encontrar cualquier mercancia, cualquier cosa que uno quisiera; artículos traídos de casi todos los rincones del Mundo; especias de oriente, pieles del norte, frutas exóticas del sur, elaborados objetos élficos, piezas ornamentadas por la pericia enana, acero estaliano, vino bretoniano, y un innumerable etcétera. Parecía el paraíso de los comerciantes y de los amantes del lujo. Pero eso no era más que un espejismo, al otro lado de la moneda Mariemburgo era un paraíso para los perseguidos, los bandidos, los asesinos. Desde luego ese era su punto de vista, pero a quien le interesaba la opinión de un cazarrecompensas venido a menos?, por supuesto no al Consejo de comerciantes que gobernaba la ciudad, cuyo mayor interés era mantener sus arcas llenas con un flujo constante de monedas; personas que sólo se preocupaban de defender su riqueza con auténticos ejércitos privados, mientras fuera de sus palacios y mansiones se robaba y asesinaba sin impunidad.
En su largo paseo había visto de todo, los comerciantes aparecían normalmente con una sonrisa, intentando cerrar tratos muy ventajosos para sus bolsillos. En cada tenderete había un par de matones que se ocupaban de mantener alejados a los pillos y rateros que pululaban incesantemente en busca de una oportunidad. Era un fuerte contraste, las calles estaban atestadas de tipos de aspecto rufianesco, de chiquillos muy sucios de mirada descarada, de mujeres demasiado maquilladas tratando de ocultar sus años o sus cicatrices, pero también había multitud de personajes vestidos con ropas ostentosas, damas recargadas con todas las joyas que sus cuerpos pudieran soportar, y siempre rodeados de una comitiva de matones y guardaespaldas.
Tras La última calada tiró el cigarro al suelo. Lo siguió con la mirada, era su último cigarro. Bueno, que más le daba a él lo que ocurriera en aquella podrida ciudad. Mientras pisaba el resto de tabaco con la bota volvió a mirar alrededor. De nuevo un delicioso olorcillo penetraba en sus fosas nasales. Lo aspiró con fruicción. A su derecha la puerta entreabierta de una posada parecía tentarle a que la empujara y entrara. Llevó la mano a su bolsa de monedas por si mientras había estado de un lado para otro hubiera aumentado de tamaño. Sonrió ante su propia ocurrencia. Desde luego su bolsa seguía igual de raquítica. Suspiró y volvió a retomar su “paseo”. Lo mejor era buscar a Luigi, seguro que lo invitaba a comer.
Luigi era un tileano que conoció en Norsca. Un comerciante de poca monta se podría decir, pero muy espléndido con los amigos, y en aquella ocasión en las frías tierras norteñas los dos se habían hecho inseparables. Él acababa de obtener algo de fama como cazarrecompensas al atrapar a uno de los asesinos más temidos de toda Kislev, pero la recompensa voló con rapidez, había sido engañado por un absurdo timo y se encontraba sin dinero y casi desnudo en medio del lugar más frío que hubiera conocido nunca. Luigi fue su salvación, necesitaba un guardaespaldas, no pagaba mucho pero a cambio le compró ropa y nuevas armas. Ambos se cayeron bien y se hicieron socios por un tiempo, deambularon juntos un par de años abriendo y cerrando negocios con rapidez. Pero todo se acaba, y su sociedad se rompió cuando supo que Luigi no era más que un fullero, un timador. Sus caminos se dividieron y pasaron varios años hasta que volvieron a encontrarse. Ahora su amigo parecía un hombre importante, sus negocios prosperaban y no dudó en contratarle para resolver algunos asuntos. A partir de aquella ocasión se habían visto más veces en diferentes momentos, y siempre había algún asunto por el que podía contratarle. Ahora necesitaba desesperadamente empleo así que lo mejor era buscar a su buen amigo Luigi. Un amigo común le había dicho donde se había desplazado el comerciante: Mariemburgo. Solo faltaba encontrarle...
Si los gustos de su amigo no habían cambiado no sería difícil descubrir el lugar donde se ocupaba de sus negocios, pero habría que buscar bastante. Esta maldita ciudad es más grande de lo que pensaba.
Siguió andando durante un buen rato más, recorriendo calles y plazas hasta que por fin dio con lo que buscaba. Si no se sintiera tan flojo por el hambre se hubiera reído a carcajadas. Allí estaba. Sobre la puerta de una casona de piedra gris ondeaba una bandera negra con un dibujo que conocía bien. Un lobo amarillo con una extraña mueca en la boca. Era el emblema de Luigi, y estaba muy orgulloso de él, en sus comienzos había comerciado con pieles de animales, decía que era como un lobo que aprovechaba lo que el resto de congéneres despreciaba, y es que solía comprar a los granjeros las pieles de los animales que mataban para revenderla en las ciudades. Con el tiempo los negocios de Luigi se fueron diversificando, pero el lobo seguía siendo su emblema, aunque le añadió una sonrisa, según él para reírse de sus competidores; aunque lo cierto es que aquella mueca que se veía en la boca del lobo parecía todo menos una sonrisa.
Con expresión divertida se dirigió hacia la puerta de la casa. Llamó vigorosamente, quizá más por la necesidad de una comida que por ver a su amigo. Esperó a que le abrieran... pero pasaba el tiempo y nada. Sabía que debía haber gente dentro, porque se oía un pequeño alboroto. Levantó el puño para volver a llamar pero paró su acción pensativo, tenía una corazonada, había algo extraño allí dentro. Su intuición no solía fallar y decidió hacerle caso. Buscó una manera de entrar en la casa. La puerta era bastante maciza, la descartó enseguida, entonces se dirigió a la ventana de su derecha. Estaba enrejada. Siguió rodeando el edificio, se topó con una especie de cerca exterior, no era muy alta y pudo salvarla con rapidez, aunque antes tuvo la precaución de mirar a ver si alguien le veía hacerlo, no quería que lo confundieran con un ladrón, estaba seguro de que en aquella ciudad eso sería duramente castigado.
La cerca guardaba, por así decirlo, una especie de huerto con plantas extrañas. No se paró a inspeccionarlas, ahora podía oír con más claridad el alboroto del interior de la casa, estaba casi seguro de que se estaba desarrollando una lucha. Sin perder tiempo volvió a comprobar las posibles entradas a la casa por ese lado, más ventanas enrejadas, aunque... en la parte de arriba se veía un balcón con las puertas abiertas, si pudiera trepar a él... se descolgó el saco que había llevado en el hombro durante todo el tiempo y buscó en su interior. Puede que las cosas no le fueran demasiado bien pero era todo un profesional. Cuando su mano encontró lo que buscaba su semblante se relajó un tanto. Un gancho unido a una cuerda era justo lo que necesitaba para llegar al balcón, ahora sólo había que acertar a engancharlo a la baranda.
Aplicando un giro constante con su mano derecha el gancho comenzó a dar vueltas velozmente. Cuando lo soltó el metal se enganchó en uno de los barrotes de la barandilla. Muy bien, a la primera, no has perdido tu toque Bodo, pensó. Volvió a coger el saco y comenzó a ascender con destreza por la cuerda.
Al llegar arriba lo primero que hizo fue comprobar sigilosamente la habitación donde ahora se encontraba. Era un dormitorio grande, al menos para lo que él estaba acostumbrado. No vio nada raro, ni sospechoso... bueno quizá demasiado lujo. Se dirigió a la puerta. Estaba entreabierta y ahora sí que le llegaban con claridad sonidos de lucha de la planta de abajo. Gritos de varias personas mezcladas con una voz siniestra, extrañamente parecía como si estuviera a su lado el dueño de esa voz, pero sabía que no era así. Reprimió un escalofrío mientras dejaba en el suelo el saco, no quería que entorpeciera sus movimientos. Desenvainó con cuidado su espada y comenzó a andar por el pasillo hacia las escaleras. El ruido aumentaba de intensidad por momentos, lo mejor era dejar de ser precavido y acudir rápidamente en ayuda de su amigo. Las tablas crujían bajo su peso, pero no importaba, su atención estaba puesta en lo que ocurría bajo sus pies. Ahora sólo escuchaba dos voces, la siniestra y la de una persona normal, estaba seguro de que esta última era la de Luigi. Su corazón comenzó a latir a mayor velocidad mientras bajaba las escaleras de dos en dos.
Al llegar al rellano de la escalera pudo ver por fin lo que ocurría allá abajo. El espectáculo era desagradable, había sangre por todas partes, podían distinguirse algunos bultos desparramados por el suelo o incluso sobre una mesa. Alguien se había ensañado en la carnicería. Como pensaba el responsable estaba frente a su amigo, que no tenía buen aspecto, uno de sus brazos colgaba inerte mientras un corte en un costado sangraba profusamente. Luigi era su camarada y debería haberse preocupado por su estado pero... en esta ocasión no podía evitar preocuparse más por el otro protagonista de la escena. Sus ojos se clavaron hipnóticamente en aquella figura, tenía algo... algo que hacía sentir incomodo a un tipo como él, que había peleado toda su vida sin importar perderla.
Y es que el personaje parecía sacado de uno de esos cuentos que las gentes narran a sus hijos para aterrorizarlos. Parecía un muerto andante, una especie de resucitado, había oído tantas cosas que bien podía ser un zombi o un repugnante “comecadáveres”. Su piel era pálida, blanquecina, traslúcida, se podían ver algunas venas amoratadas por debajo de aquél pellejo, y quizá fuera eso lo único que había bajo él... era muy flaco, por lo poco que dejaba ver el atuendo, de un color indeterminado, con intrincados bordados descoloridos. Su cara parecía una máscara de odio, unas amplias ojeras formaban desagradables bolsas bajo los ojos... los ojos... eso era lo más extraño de todo..., en el interior de las cuencas un par de bolitas completamente negras parecían dos pozos insondables. Dos pozos de perdición.
Se había quedado paralizado en mitad de su descenso, quizá temiera atraer la atención de aquél ser. Pero era tarde, mientras su mente buscaba explicación a lo que veía aquellos ojos negros lo miraron de repente. Tragando con dificultad trató de sostenerle la mirada.
- Bo..Bodo! a...ayudamé – el pobre Luigi apenas podía hablar.
Maldita sea, no podía articular palabra. Realizando un supremo esfuerzo consiguió emitir lo que esperaba fueran palabras desenfadadas.
- Lu..Luigi viejo amigo pa...parece que estas en un lí...lío, como siempre... – nunca le había costado tanto hablar, y sus palabras parecían tan...
- Te vas a unir a la fiesta? te esperaba – aquella voz siniestra de nuevo, a su lado su voz parecía la de un niño frente a un gigante. Sintió miedo, él, Bodo Kodell, conocido por muchos por su valentía, temido por no pocos por su coraje y determinación.
Desesperado, buscó entre sus ropas el colgante que siempre llevaba al cuello, un amuleto formado por una gema azulada con forma de lágrima engarzada en plata. Cuando sus dedos rozaron el mineral sintió alivio, una sensación que conocía bien, algo que lo devolvía al pasado. Apretó con fuerza el mango de la espada. Estaba listo, su alma de luchador tomó el control.
El ser pareció darse cuenta del cambio de la situación, en su mano agarraba una vara de mago. Un mago? No sería el primero al que se enfrentaba pero este parecía distinto....
- Magia protectora? – le dijo mirando el colgante que había quedado al descubierto. Ahora la voz de aquél espantapájaros lleno de huesos no le parecía nada siniestra, más bien desagradable, esbozó una sonrisa antes de responderle.
- Las fiestas siempre han sido mi debilidad – le espetó. Tras lo cuál salvó de un salto las últimas escaleras.
Con la espada en guardia se acercó a su enemigo. Sin previo aviso asestó varios golpes de esgrima bien dirigidos. Pero a pesar de su apariencia el otro paró todos los golpes con su vara dorada. No se dejó amilanar, normalmente los enemigos más peligrosos con los que se enfrentaba bajaban la guardia pensando quizá que no era tan peligroso, hasta que veían su as en la manga.
El mago se confió, pasó al ataque. Era muy rápido, pero él llevaba muchos años dependiendo de su pericia con las armas. Fintaba, desviaba y contraatacaba sin inmutarse. Ambas armas chocaron por última vez, la vara resplandeció con poder sobrenatural y el mago sonrió con suficiencia, pero pronto se le borró la sonrisa del rostro. Su espada no era un arma corriente tampoco, empezó a iluminarse poco a poco con una luz rojiza. El hechicero presenció con estupor como su vara era cortada con facilidad por la hoja incandescente. Entonces entonó una especie de cántico o hechizo y lo lanzó por los aires.
Chocó con violencia contra una librería de madera que se tambaleó hacia delante. Sin tiempo a quejarse del dolor del golpe rodó a un lado para que la estructura no le aplastara. Pero no había respiro, tenía que levantarse antes de que su enemigo se lanzara sobre él. Levantó la espada instintivamente, eso le salvó la vida un largo cuchillo había chocado con su hoja. Miró extrañado a su atacante, el hechicero parecía haberse escabullido, en su lugar un par de figuras embozadas lo miraban con odio. Asesinos?, odiaba a los asesinos. Escupió a un lado y se levantó mirando precavido a uno y a otro. Los asesinos son muy peligrosos, no usan armas grandes y prefieren golpear y alejarse, son muy escurridizos, y si encima usan veneno... Estos dos parecían verdaderos profesionales, ambos estaban armados con dos largos cuchillos y mantenían algo flexionadas las rodillas mientras un suave “vaiven” en sus movimientos decía a las claras que estaban siempre listos para la acción.
El también era peligroso cuando se lo proponía, y más de una vez había tenido que vérselas con asesinos. Con suavidad deslizó su mano izquierda hacia su espalda para poder hacerse con el largo cuchillo que siempre llevaba para ocasiones como esta. Flexionó un poco las rodillas y comenzó a imprimir un lento “vaiven” a sus movimientos. Los asesinos lo miraron desconcertados.
- Bien, ya estamos en igualdad de condiciones, quien empieza?
Luigi lo miró con estupor. Ese era el Bodo que conocía, pero la situación no era buena... se dejó caer donde estaba y se dispuso a ver lo que sucedía.
Justo al acabar su comentario el embozado que se encontraba más cerca fintó y dirigió velozmente la punta de uno de los cuchillos a su cuello. Con la espada desvió el ataque, giró en el mismo lugar y atacó con su propio cuchillo. El asesino paró el golpe y saltó hacia atrás justo cuando él le lanzaba una patada a las pantorrillas. A su izquierda distinguió movimiento, el otro asesino atacaba. Se agachó y lanzó una estocada. El enemigo erró en su ataque pero por poco queda atravesado por su hoja. Tal y como estaba, agachado, saltó contra el primer enemigo, éste no lo esperaba y el golpe lo lanzó hacia la mesa del centro de la sala. Cambió de dirección con brusquedad y se dirigió de nuevo al segundo asesino, como pensaba éste estaba atacando a lo que seguramente creía un objetivo fácil, que le había dado la espalda. Craso error. En un suspiro vió al cazarrecompensas ante sus narices, le atacó con ambos cuchillos mientras trataba de dar un salto hacia atrás.
- No amigo, esta vez no – farfulló al embozado clavándole la espada en el vientre.
Al asesino se le salieron los ojos de las órbitas y comenzó a gemir. La espada rojiza siseaba mientras penetraba en el cuerpo de aquél desgraciado. Sin pensárselo dos veces dejó la espada en su nueva funda y giró sobre sus talones. El otro asesino se dirigía hacia él, pero cuando se vió sorprendido lanzó uno de sus cuchillos. Lo esquivó y lanzó el suyo a su vez.
Con un golpe seco su cuchillo quedó clavado en la garganta del embozado, de la boca de este comenzó a manar abundante sangre entre un sonido espeluznante de gorgoteo.
Miró a su amigo Luigi justo cuando este se dejaba caer al suelo sin sentido.
- Creo que sí que me darás trabajo Luigi – murmuró para sí con una sonrisa.
Había llegado poco después del mediodía, pero llevaba deambulando un buen rato, podría jurar que había oído al menos dos repiques de campana por alguna parte, eso significaba que llevaba bastante tiempo andando... Desde el puerto hasta la calle donde se encontraba había disfrutado de los más variados olores gastronómicos. Le había entrado el apetito, pero por más que buscaba ninguna de las posadas le resultaba lo suficientemente...apetecible?. En cierto modo tanto daba un lugar como otro para comer en aquella ciudad, todo iba a resultar caro... y su bolsa era demasiado pequeña, pero tenía hambre.
Por otro lado no estaba allí por placer, sino por negocios, nunca hubiera pisado aquella ciudad tan extraña si hubiera querido descansar. Mariemburgo era una ciudad que basaba su existencia en el comercio, pero no era una ciudad comercial típica. Se podría decir que era una ciudad neutral, una ciudad sin diferencias, no importaba de que raza, etnia o condición fueras, mientras tuvieras dinero la ciudad te recibiría con los brazos abiertos. Y eso se traducía en un par de características importantes de aquella urbe, de un lado era el lugar donde se podía encontrar cualquier mercancia, cualquier cosa que uno quisiera; artículos traídos de casi todos los rincones del Mundo; especias de oriente, pieles del norte, frutas exóticas del sur, elaborados objetos élficos, piezas ornamentadas por la pericia enana, acero estaliano, vino bretoniano, y un innumerable etcétera. Parecía el paraíso de los comerciantes y de los amantes del lujo. Pero eso no era más que un espejismo, al otro lado de la moneda Mariemburgo era un paraíso para los perseguidos, los bandidos, los asesinos. Desde luego ese era su punto de vista, pero a quien le interesaba la opinión de un cazarrecompensas venido a menos?, por supuesto no al Consejo de comerciantes que gobernaba la ciudad, cuyo mayor interés era mantener sus arcas llenas con un flujo constante de monedas; personas que sólo se preocupaban de defender su riqueza con auténticos ejércitos privados, mientras fuera de sus palacios y mansiones se robaba y asesinaba sin impunidad.
En su largo paseo había visto de todo, los comerciantes aparecían normalmente con una sonrisa, intentando cerrar tratos muy ventajosos para sus bolsillos. En cada tenderete había un par de matones que se ocupaban de mantener alejados a los pillos y rateros que pululaban incesantemente en busca de una oportunidad. Era un fuerte contraste, las calles estaban atestadas de tipos de aspecto rufianesco, de chiquillos muy sucios de mirada descarada, de mujeres demasiado maquilladas tratando de ocultar sus años o sus cicatrices, pero también había multitud de personajes vestidos con ropas ostentosas, damas recargadas con todas las joyas que sus cuerpos pudieran soportar, y siempre rodeados de una comitiva de matones y guardaespaldas.
Tras La última calada tiró el cigarro al suelo. Lo siguió con la mirada, era su último cigarro. Bueno, que más le daba a él lo que ocurriera en aquella podrida ciudad. Mientras pisaba el resto de tabaco con la bota volvió a mirar alrededor. De nuevo un delicioso olorcillo penetraba en sus fosas nasales. Lo aspiró con fruicción. A su derecha la puerta entreabierta de una posada parecía tentarle a que la empujara y entrara. Llevó la mano a su bolsa de monedas por si mientras había estado de un lado para otro hubiera aumentado de tamaño. Sonrió ante su propia ocurrencia. Desde luego su bolsa seguía igual de raquítica. Suspiró y volvió a retomar su “paseo”. Lo mejor era buscar a Luigi, seguro que lo invitaba a comer.
Luigi era un tileano que conoció en Norsca. Un comerciante de poca monta se podría decir, pero muy espléndido con los amigos, y en aquella ocasión en las frías tierras norteñas los dos se habían hecho inseparables. Él acababa de obtener algo de fama como cazarrecompensas al atrapar a uno de los asesinos más temidos de toda Kislev, pero la recompensa voló con rapidez, había sido engañado por un absurdo timo y se encontraba sin dinero y casi desnudo en medio del lugar más frío que hubiera conocido nunca. Luigi fue su salvación, necesitaba un guardaespaldas, no pagaba mucho pero a cambio le compró ropa y nuevas armas. Ambos se cayeron bien y se hicieron socios por un tiempo, deambularon juntos un par de años abriendo y cerrando negocios con rapidez. Pero todo se acaba, y su sociedad se rompió cuando supo que Luigi no era más que un fullero, un timador. Sus caminos se dividieron y pasaron varios años hasta que volvieron a encontrarse. Ahora su amigo parecía un hombre importante, sus negocios prosperaban y no dudó en contratarle para resolver algunos asuntos. A partir de aquella ocasión se habían visto más veces en diferentes momentos, y siempre había algún asunto por el que podía contratarle. Ahora necesitaba desesperadamente empleo así que lo mejor era buscar a su buen amigo Luigi. Un amigo común le había dicho donde se había desplazado el comerciante: Mariemburgo. Solo faltaba encontrarle...
Si los gustos de su amigo no habían cambiado no sería difícil descubrir el lugar donde se ocupaba de sus negocios, pero habría que buscar bastante. Esta maldita ciudad es más grande de lo que pensaba.
Siguió andando durante un buen rato más, recorriendo calles y plazas hasta que por fin dio con lo que buscaba. Si no se sintiera tan flojo por el hambre se hubiera reído a carcajadas. Allí estaba. Sobre la puerta de una casona de piedra gris ondeaba una bandera negra con un dibujo que conocía bien. Un lobo amarillo con una extraña mueca en la boca. Era el emblema de Luigi, y estaba muy orgulloso de él, en sus comienzos había comerciado con pieles de animales, decía que era como un lobo que aprovechaba lo que el resto de congéneres despreciaba, y es que solía comprar a los granjeros las pieles de los animales que mataban para revenderla en las ciudades. Con el tiempo los negocios de Luigi se fueron diversificando, pero el lobo seguía siendo su emblema, aunque le añadió una sonrisa, según él para reírse de sus competidores; aunque lo cierto es que aquella mueca que se veía en la boca del lobo parecía todo menos una sonrisa.
Con expresión divertida se dirigió hacia la puerta de la casa. Llamó vigorosamente, quizá más por la necesidad de una comida que por ver a su amigo. Esperó a que le abrieran... pero pasaba el tiempo y nada. Sabía que debía haber gente dentro, porque se oía un pequeño alboroto. Levantó el puño para volver a llamar pero paró su acción pensativo, tenía una corazonada, había algo extraño allí dentro. Su intuición no solía fallar y decidió hacerle caso. Buscó una manera de entrar en la casa. La puerta era bastante maciza, la descartó enseguida, entonces se dirigió a la ventana de su derecha. Estaba enrejada. Siguió rodeando el edificio, se topó con una especie de cerca exterior, no era muy alta y pudo salvarla con rapidez, aunque antes tuvo la precaución de mirar a ver si alguien le veía hacerlo, no quería que lo confundieran con un ladrón, estaba seguro de que en aquella ciudad eso sería duramente castigado.
La cerca guardaba, por así decirlo, una especie de huerto con plantas extrañas. No se paró a inspeccionarlas, ahora podía oír con más claridad el alboroto del interior de la casa, estaba casi seguro de que se estaba desarrollando una lucha. Sin perder tiempo volvió a comprobar las posibles entradas a la casa por ese lado, más ventanas enrejadas, aunque... en la parte de arriba se veía un balcón con las puertas abiertas, si pudiera trepar a él... se descolgó el saco que había llevado en el hombro durante todo el tiempo y buscó en su interior. Puede que las cosas no le fueran demasiado bien pero era todo un profesional. Cuando su mano encontró lo que buscaba su semblante se relajó un tanto. Un gancho unido a una cuerda era justo lo que necesitaba para llegar al balcón, ahora sólo había que acertar a engancharlo a la baranda.
Aplicando un giro constante con su mano derecha el gancho comenzó a dar vueltas velozmente. Cuando lo soltó el metal se enganchó en uno de los barrotes de la barandilla. Muy bien, a la primera, no has perdido tu toque Bodo, pensó. Volvió a coger el saco y comenzó a ascender con destreza por la cuerda.
Al llegar arriba lo primero que hizo fue comprobar sigilosamente la habitación donde ahora se encontraba. Era un dormitorio grande, al menos para lo que él estaba acostumbrado. No vio nada raro, ni sospechoso... bueno quizá demasiado lujo. Se dirigió a la puerta. Estaba entreabierta y ahora sí que le llegaban con claridad sonidos de lucha de la planta de abajo. Gritos de varias personas mezcladas con una voz siniestra, extrañamente parecía como si estuviera a su lado el dueño de esa voz, pero sabía que no era así. Reprimió un escalofrío mientras dejaba en el suelo el saco, no quería que entorpeciera sus movimientos. Desenvainó con cuidado su espada y comenzó a andar por el pasillo hacia las escaleras. El ruido aumentaba de intensidad por momentos, lo mejor era dejar de ser precavido y acudir rápidamente en ayuda de su amigo. Las tablas crujían bajo su peso, pero no importaba, su atención estaba puesta en lo que ocurría bajo sus pies. Ahora sólo escuchaba dos voces, la siniestra y la de una persona normal, estaba seguro de que esta última era la de Luigi. Su corazón comenzó a latir a mayor velocidad mientras bajaba las escaleras de dos en dos.
Al llegar al rellano de la escalera pudo ver por fin lo que ocurría allá abajo. El espectáculo era desagradable, había sangre por todas partes, podían distinguirse algunos bultos desparramados por el suelo o incluso sobre una mesa. Alguien se había ensañado en la carnicería. Como pensaba el responsable estaba frente a su amigo, que no tenía buen aspecto, uno de sus brazos colgaba inerte mientras un corte en un costado sangraba profusamente. Luigi era su camarada y debería haberse preocupado por su estado pero... en esta ocasión no podía evitar preocuparse más por el otro protagonista de la escena. Sus ojos se clavaron hipnóticamente en aquella figura, tenía algo... algo que hacía sentir incomodo a un tipo como él, que había peleado toda su vida sin importar perderla.
Y es que el personaje parecía sacado de uno de esos cuentos que las gentes narran a sus hijos para aterrorizarlos. Parecía un muerto andante, una especie de resucitado, había oído tantas cosas que bien podía ser un zombi o un repugnante “comecadáveres”. Su piel era pálida, blanquecina, traslúcida, se podían ver algunas venas amoratadas por debajo de aquél pellejo, y quizá fuera eso lo único que había bajo él... era muy flaco, por lo poco que dejaba ver el atuendo, de un color indeterminado, con intrincados bordados descoloridos. Su cara parecía una máscara de odio, unas amplias ojeras formaban desagradables bolsas bajo los ojos... los ojos... eso era lo más extraño de todo..., en el interior de las cuencas un par de bolitas completamente negras parecían dos pozos insondables. Dos pozos de perdición.
Se había quedado paralizado en mitad de su descenso, quizá temiera atraer la atención de aquél ser. Pero era tarde, mientras su mente buscaba explicación a lo que veía aquellos ojos negros lo miraron de repente. Tragando con dificultad trató de sostenerle la mirada.
- Bo..Bodo! a...ayudamé – el pobre Luigi apenas podía hablar.
Maldita sea, no podía articular palabra. Realizando un supremo esfuerzo consiguió emitir lo que esperaba fueran palabras desenfadadas.
- Lu..Luigi viejo amigo pa...parece que estas en un lí...lío, como siempre... – nunca le había costado tanto hablar, y sus palabras parecían tan...
- Te vas a unir a la fiesta? te esperaba – aquella voz siniestra de nuevo, a su lado su voz parecía la de un niño frente a un gigante. Sintió miedo, él, Bodo Kodell, conocido por muchos por su valentía, temido por no pocos por su coraje y determinación.
Desesperado, buscó entre sus ropas el colgante que siempre llevaba al cuello, un amuleto formado por una gema azulada con forma de lágrima engarzada en plata. Cuando sus dedos rozaron el mineral sintió alivio, una sensación que conocía bien, algo que lo devolvía al pasado. Apretó con fuerza el mango de la espada. Estaba listo, su alma de luchador tomó el control.
El ser pareció darse cuenta del cambio de la situación, en su mano agarraba una vara de mago. Un mago? No sería el primero al que se enfrentaba pero este parecía distinto....
- Magia protectora? – le dijo mirando el colgante que había quedado al descubierto. Ahora la voz de aquél espantapájaros lleno de huesos no le parecía nada siniestra, más bien desagradable, esbozó una sonrisa antes de responderle.
- Las fiestas siempre han sido mi debilidad – le espetó. Tras lo cuál salvó de un salto las últimas escaleras.
Con la espada en guardia se acercó a su enemigo. Sin previo aviso asestó varios golpes de esgrima bien dirigidos. Pero a pesar de su apariencia el otro paró todos los golpes con su vara dorada. No se dejó amilanar, normalmente los enemigos más peligrosos con los que se enfrentaba bajaban la guardia pensando quizá que no era tan peligroso, hasta que veían su as en la manga.
El mago se confió, pasó al ataque. Era muy rápido, pero él llevaba muchos años dependiendo de su pericia con las armas. Fintaba, desviaba y contraatacaba sin inmutarse. Ambas armas chocaron por última vez, la vara resplandeció con poder sobrenatural y el mago sonrió con suficiencia, pero pronto se le borró la sonrisa del rostro. Su espada no era un arma corriente tampoco, empezó a iluminarse poco a poco con una luz rojiza. El hechicero presenció con estupor como su vara era cortada con facilidad por la hoja incandescente. Entonces entonó una especie de cántico o hechizo y lo lanzó por los aires.
Chocó con violencia contra una librería de madera que se tambaleó hacia delante. Sin tiempo a quejarse del dolor del golpe rodó a un lado para que la estructura no le aplastara. Pero no había respiro, tenía que levantarse antes de que su enemigo se lanzara sobre él. Levantó la espada instintivamente, eso le salvó la vida un largo cuchillo había chocado con su hoja. Miró extrañado a su atacante, el hechicero parecía haberse escabullido, en su lugar un par de figuras embozadas lo miraban con odio. Asesinos?, odiaba a los asesinos. Escupió a un lado y se levantó mirando precavido a uno y a otro. Los asesinos son muy peligrosos, no usan armas grandes y prefieren golpear y alejarse, son muy escurridizos, y si encima usan veneno... Estos dos parecían verdaderos profesionales, ambos estaban armados con dos largos cuchillos y mantenían algo flexionadas las rodillas mientras un suave “vaiven” en sus movimientos decía a las claras que estaban siempre listos para la acción.
El también era peligroso cuando se lo proponía, y más de una vez había tenido que vérselas con asesinos. Con suavidad deslizó su mano izquierda hacia su espalda para poder hacerse con el largo cuchillo que siempre llevaba para ocasiones como esta. Flexionó un poco las rodillas y comenzó a imprimir un lento “vaiven” a sus movimientos. Los asesinos lo miraron desconcertados.
- Bien, ya estamos en igualdad de condiciones, quien empieza?
Luigi lo miró con estupor. Ese era el Bodo que conocía, pero la situación no era buena... se dejó caer donde estaba y se dispuso a ver lo que sucedía.
Justo al acabar su comentario el embozado que se encontraba más cerca fintó y dirigió velozmente la punta de uno de los cuchillos a su cuello. Con la espada desvió el ataque, giró en el mismo lugar y atacó con su propio cuchillo. El asesino paró el golpe y saltó hacia atrás justo cuando él le lanzaba una patada a las pantorrillas. A su izquierda distinguió movimiento, el otro asesino atacaba. Se agachó y lanzó una estocada. El enemigo erró en su ataque pero por poco queda atravesado por su hoja. Tal y como estaba, agachado, saltó contra el primer enemigo, éste no lo esperaba y el golpe lo lanzó hacia la mesa del centro de la sala. Cambió de dirección con brusquedad y se dirigió de nuevo al segundo asesino, como pensaba éste estaba atacando a lo que seguramente creía un objetivo fácil, que le había dado la espalda. Craso error. En un suspiro vió al cazarrecompensas ante sus narices, le atacó con ambos cuchillos mientras trataba de dar un salto hacia atrás.
- No amigo, esta vez no – farfulló al embozado clavándole la espada en el vientre.
Al asesino se le salieron los ojos de las órbitas y comenzó a gemir. La espada rojiza siseaba mientras penetraba en el cuerpo de aquél desgraciado. Sin pensárselo dos veces dejó la espada en su nueva funda y giró sobre sus talones. El otro asesino se dirigía hacia él, pero cuando se vió sorprendido lanzó uno de sus cuchillos. Lo esquivó y lanzó el suyo a su vez.
Con un golpe seco su cuchillo quedó clavado en la garganta del embozado, de la boca de este comenzó a manar abundante sangre entre un sonido espeluznante de gorgoteo.
Miró a su amigo Luigi justo cuando este se dejaba caer al suelo sin sentido.
- Creo que sí que me darás trabajo Luigi – murmuró para sí con una sonrisa.
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