EL BÁCULO DE HUEZO (1ª parte)
Orcos. Orcos y más orcos. Había conseguido reunir muchos de su especie. No había sido fácil, pero él era uno de los elegidos de Morko, uno de los más grandes chamanes que había bajo el cielo.... aunque por el momento apenas nadie lo conocía. Pero eso iba a cambiar, en sus sueños se le había revelado que su poder estaría completo si se hacía con un Báculo de Mago hecho de hueso de dragón.
Tardó mucho tiempo en saber donde estaba aquél objeto, pero más tiempo aún pasó hasta poder reunir para su causa a varias tribus de orcos. Pero lo había hecho, ¿acaso no estaba Morko con él?. No importaba que, misteriosamente, los chamanes de aquellas tribus hubieran aparecido degollados tras una visita suya, pues eso sólo significaba que él era el elegido. Así lo habían creído los jefes de tribu, preocupados por haber perdido el favor de sus dioses no dudaron en unirse a él, más aún cuando sus dudas fueron disipadas...
- Ezto... Gran Mukurk... eztamoz llegando... – un orco son sólo la oreja izquierda lo miraba con algo de miedo.
- Cómo ozaz... - le dijo cogiéndole por el cuello.
- Pero...pero... hemoz llegao al... glglgl – balbuceaba el orco mientras trataba desesperadamente de huir de la férrea tenaza que lo estrangulaba.
- Llegao?? A 'ónde? – comentó Mukurk mientras miraba hacia delante.
Ah sí, allí estaba, un pueblucho humano destruido, y cerca, en una suave colina, se alzaba una especie de templo en ruinas a cuyos pies se extendía un cementerio. Se veían multitud de lápidas, y construcciones que debían ser entradas a tumbas más lujosas. Sí, aquél cementerio era el de sus sueños, allí encontraría el poder, el Báculo de Huezo. Extrañamente ya sentía su peso en la mano, ya podía... eh?? de repente recordó que lo que tenía en la mano era el cuello del estúpido de Prrek.
- Inútil!! – gritó mientras soltaba su presa – ve pronto y aviza a los jefez de tribu, debemoz aprezurarnoz, tenemoz que ir al mauzoleo máz grande.
Prrek, a sus pies, se masajeaba el cuello mientras resoplaba, sus ojos inyectados en sangre parecían cargados de odio, pero se levantó y corrió a acatar sus órdenes. Estaba acostumbrado al odio, que aquél idiota lo odiara no importaba, nadie en la horda podía igualarle en fuerza, bueno quizá Zeldog, el jefe de los Cuelloz de Jabalí. Odiaba a los orcos negros, por eso había tenido buen cuidado de no unir a su horda a ninguno de ellos, pero aquél jefecillo era una torre de músculos, y aunque lo negara estaba seguro de que era un orco negro disfrazado, pues no sólo ganaba a todos en fuerza, sino que se había hecho con el puesto de líder del Waaagh en poco tiempo. Por suerte temía la magia.
- Zerá mejor que vaya a tomar pozizionez para la batalla – susurró mientras a su alrededor la horda de orcos comenzaba a agitarse conforme el rumor de que habían llegado a su destino se extendía como la pólvora.
Mukurk se encaminò a un grupo de orcos con trozos de metal por todo el cuerpo. Esos “chikos” sí eran de fiar, había oído hablar de ellos en varios sitios, tropezarse con ellos no podía ser sino obra del Gran Morko. Los Orcos Akorazados de Ruglud los llamaban, eran mercenarios, y habían luchado a las órdenes de mucha gente distinta. Al resto de la horda no le hacía ninguna gracia que esos chicos se hubieran convertido en sus guardaespaldas, decían que eran unos traidores, pero él, Mukurk, era el que decidía eso. Vió a Ruglud que se adelantaba a saludarle.
- Mukurk pareze que ya hemoz llegao no? – le preguntó con un brillo codicioso en los ojos.
- Zí, aquí noz ezpera el poder...
- Y nueztra paga no?
- Zabez que zí, ya te lo dije, en el lugar donde ze encuentra mi báculo hay muchaz cozaz de metal, cazcoz, armaduraz, armaz...
- Ezte va a zer un gran día para Ruglud – dijo el mercenario golpeándose la rodilla con su extraña ballesta.
Ya estaba. Aquella prepotencia inherente en el líder mercenario. El gran día era de Mukurk. Notaba como la furia lo invadía. Pero no, no podía permitirse una pelea, ahora no. Necesitaba a aquellos mercenarios, eran los únicos que lo protegerían en medio de la batalla que se avecinaba, pues eran los únicos que lo necesitaban vivo para deshacer las defensas mágicas de la cámara de tesoros. Nadie más sabía lo que se avecinaba, aquél lugar estaba bien protegido, en sus sueños había visto multitud de seres peludos que luchaban salvajemente. Skavens, sí, aquellas malolientes cosas-rata, y se interponían en su camino.
Al pie de la colina su horda se detuvo, del templo y los mausoleos comenzaron a aparecer skavens como una marea parda. Al poco un ejército más grande que el suyo estaba formado frente a ellos. Eran muchos, pero los orcos no se arredrarían por ello. Bien, era necesario destruir a aquél enemigo, y, para su alivio, no detectó ningún ser mágico cerca, aunque sabía que debía haber alguno, su instinto se lo decía, no, el propio Morko se lo sugería. Pero no estaba preocupado, se encontraba saturado de energía, tener tantos congéneres cerca le prestaba un poder enorme, y eso era tranquilizador. Canalizó sólo un poco en uno de sus dedos y lo disparó al suelo, sólo para asegurarse de que todo estaba bajo control. El agujero que produjo la descarga de energía le hizo dar un gruñido de satisfacción. Levantó los ojos y resopló, pronto podría tener este mismo poder con sólo tener el báculo, sin necesidad de estar cerca de una aglomeración de pielesverdes tan grande... meneó la cabeza, debía concentrarse.
El autoproclamado jefe del Waagh, Zeldog, hizo su trabajo, el ejército de orcos tomó sus posiciones en batalla. En el centro peñas enormes de guerreros agitaban sus rebanadoras al aire, en el flanco derecho los orcos en jabalí formaban una miríada de ruidos ensordecedores, en la izquierda un puñado de trolls de piedra miraban estúpidamente al enemigo, tras esta primera línea se colocaron los lanzapiedroz y un par de peñas de arqueros orcos. Él mismo, junto a los Akorazados de Ruglud, se colocó cerca de uno de los lanzapiedroz, un poco hacia la derecha, de manera que quedaba en línea recta respecto al mausoleo más grande del cementerio. Su objetivo.
Las máquinas orcas empezaron a lanzar proyectiles a la enorme masa de enemigos. Mukurk podía distinguir montones de skavens en el centro de aquél ejército, flanqueados por unos monstruos-rata más grandes, y un grupo extraño de seres vestidos con harapos haciendo girar bolas de metal de las que salía un gas verdoso que le daba mala espina. Tras esta primera línea, vió grupos de cosas-rata con artilugios en sus manos, parecían aquellos tubos que los humanos usaban para lanzar trozos de metal tras una pequeña explosión, y en ese momento comenzó a ver nubecitas de humo en aquellos tubitos. Estaban disparando.
Los enormes pedruscos lanzados iban cayendo erráticamente, algunos daban de lleno en el ejército rátido, formando un cráter en el suelo, chorreante de líquido, miembros, y chillidos de pánico. Los orcos del centro no esperaron más y comenzaron a correr como posesos hacia el enemigo, la primera fila de pielesverdes cayó fulminada. Mukurk miró de nuevo las nubecitas de humo de la línea de retaguardia skaven en la colina y apretó la mandíbula, su poderoso intelecto estaba en lo cierto, una vez más. Un estruendo lo hizo mirar hacia la derecha, los orcos en jabalí acababan de chocar contra las monstruosas ratas de aquél flanco. Muchas lanzas se clavaron en aquellos monstruos, pero parecía no importar, apenas dos o tres cayeron, comenzando a destripar orcos y jabalies por igual. Un orco se vió agarrado por dos enormes brazos, que tensaron su cuerpo hasta que uno de sus brazos no resistió y fue arrancado salvajemente, entonces la rata-ogro comenzó a voltear por el aire el resto del cuerpo del guerrero golpeando con él a todo lo que se ponía a su alcance. El avance por aquella zona parecía imposible, pero era por ahí por donde Mukurk tenía que pasar... Comenzó a entonar un hechizo atrayendo poder hacia sí, no era difícil, a su alrededor la energía “verde” crecía y crecía.
Su cuerpo comenzó a brillar con un tono verdoso. Ruglud y los suyos, hasta el momento interesados en la pelea pero sólo utilizando las ballestas de vez en cuando, retrocedieron un paso a su alrededor. Su salmodia se iba haciendo más profunda y le costaba un poco completarla. Se concentró y consiguió acabar de recitar las palabras arcanas. Entonces extendió ambos brazos en dirección a las ratas-ogro y liberó la energía. Al principio no se vio nada, pero poco a poco se materializaron zarzillos de un verde vivo que se arremolinaron en torno a los monstruos, tomando la forma de puños, y comenzaron a golpear a estos de manera velocísima. Las enormes bestias gritaron con furia, pero varias cayeron con la cabeza aplastada antes de que el hechizo se esfumara.
- Ezo ha eztado bien! Por Gorko que ha eztado bien,jeje – le dijo Ruglud rascándose una oreja.
- Tenemoz que pazar por donde eztán las rataz-grandez – musitó Mukurk sin dar importancia a las palabras del jefe mercenario.
- Muy bien, miz chikos eztán dezeando entrar en acci...
Antes de acabar la frase un extraño objeto punzante se clavó en la madera de la ballesta de Ruglud. Ambos se dieron la vuelta y distinguieron una serie de seres encapuchados que corrían velozmente hacia ellos. Era un ataque a la retaguardia de su ejército. No, no podía demorarse allí.
- Debemoz irnoz ya!! – le gritó a Ruglud.
Pero Ruglud no le escuchaba, junto a sus chikos se había lanzado a una carga contra el nuevo enemigo. Mukurk se desesperó, el tiempo era importante, volvió la cabeza de nuevo a la batalla principal, las ratas-ogro habían acabado con el último guerrero en jabalí y se dirigían al lugar donde él estaba. No iba a permitir que las cosas se torcieran, buscó a los arkeros que deberían encontrarse cerca. Sí, allí estaban, pero qué... qué están haciendo?!! La peña de orcos con arco estaba ocupada peleando entre sí, alguna riña estúpida sin duda. Se mordío el labio inferior con fuerza. No importaba, él era el poderoso Mukurk.
Invocando de nuevo el poder comenzó a entonar el hechizo más poderoso que recordaba. Su cuerpo volvió a relucir, y la concentración de energía hizo que comenzara a tener un dolor de cabeza, algo viscoso empezó a manar de su nariz y sus oidos. No hizo caso, e imprimió una mayor velocidad a las palabras.
Al sentirse saturado de energía unas perlitas de sudor aparecieron en su frente. Demasiado poder, debía apresurarse a lanzar el hechizo o podría pasar algo desagradable... Las últimas palabras las pronunció con un rugido mientras enviaba la energía liberada hacia los monstruos que se acercaban. No pudo evitar caer de rodillas, pero se obligó a mirar el efecto de su hechizo. Los zarcillos de energía volvieron a arremolinarse pero esta vez la forma que parecieron adoptar era la de una enorme estructura parecida a un pie. La energía pareció solidificarse y empezó a aplastar a diestro y siniestro a las ratas-enormes. Mukurk sonrió, por muy grandes que fueran aquellas estúpidas ratas no podían salir bien libradas de aquello.
La energía solidificada caía como una gran roca sobre los cuerpos deformes de los monstruos y los despachurraba de manera espeluznante. Una de las grandes bestias trató de apartarse a un lado, pero una de sus patas quedó totalmente aplastada bajo el peso de la masa de poder. El hechizo acabó de repente, dejando a su paso una decena de ratas-ogro completamente “exprimidas”, apenas dos o tres se habían salvado y miraban inquietas a los lados.
Problema solucionado, ahora sólo tenía que ponerse en pie y... Miró la hierba, había aparecido un charco de sangre oscura. Le costó un rato darse cuenta que era suya, se llevó las manos a la cara. De la nariz aún le salía un poco de sangre, y constató que sus oídos también estaban sanguinolentos. Debía tener cuidado con la canalización del poder, quizá no fuera mala idea dejar de lado los hechizos poderosos y usar otros más sencillos, al menos hasta que se recuperara un poco.
Se levantó y volvió a mirar a la peña de arkeros, todos lo miraban con respeto, en silencio. Les dirigió una mirada feroz y no hizo falta más. Habían visto lo que había hecho con aquella poderosa unidad de grandes cosas-rata, así que decidieron que era mejor entrar en combate con los skavens y dejarse de peleas intestinas. Los Hombres-Rata de aquella parte del campo de batalla parecían haber perdido su empuje, al inicial aumento de moral cuando vieron caer a los orcos en jabalí le siguió un profundo terror al ver caer a la unidad más fuerte de su ejército. Las peñas de orcos del centro de la formación comprendieron la nueva situación de los guerreros rata y aumentaron su fiereza, poco a poco las cosas-rata retrocedían.
A sus espaldas le llegaron gritos de júbilo y victoria, Ruglud se había deshecho al parecer de la amenaza de la retaguardia. Ahora todo estaba a su favor. La banda de mercenarios se reunió con él cuando empezó a caminar hacia delante. De inmediato supo que Ruglud miraba los rastros de sangre de su rostro. Entonces lo miró a los ojos, el mercenario captó el peligro y empezó a limpiarse un rastro de polvo en el peto que no tenía.
El grupo pasó de largo ante el combate del centro, los guerreros orcos tenían controlada la situación allí, los pequeños guerreros peludos seguían resistinendo pero perdían terreno con rapidez. Mukurk y sus “guardaespaldas” pasaron por encima de los restos destrozados de las ratas-ogro con mucho cuidado, no querían tropezar o mancharse con aquella maraña de restos sanguinolentos. Un jabalí moribundo daba cabezazos desesperados a todos lados tratando de levantarse, Ruglud le disparó una saeta a bocajarro, y el dardo quedó alojado en uno de los ojos del animal.
Pronto llegaron a una de las líneas de disparo rátido, los chikos de Ruglud dispararon una andanada, mientras los guerreros armados con los “tuboz escupidorez” intentaban cargar estos desesperadamente. Mukurk lanzó un par de rayos de pura energía que impactaron con precisión en sendas cabezas peludas. No hizo falta mucho más para que los pequeños enemigos huyeran despavoridos.
Pasaron por encima de lápidas rotas, algunas casi enterradas bajo un manto de vegetación parduzca, también había algunas tumbas abiertas de las que manaba un olor de tierra y podredumbre que no le era del todo desagradable al chamán. Se sentía optimista, las cosas estaban saliendo como quería, pronto su ejército destrozaría al de los skavens, mientras él se hacía con el báculo.
Llegaron a la valla que rodeaba al mausoleo más grande del cementerio. Una estructura de metal con altos barrotes de hierro oscuro. La verja de entrada estaba caída a un lado, separada de sus goznes. Penetraron con cautela al patio que les daba la bienvenida a los dominios de aquella construcción de piedra. Mukurk estudió el dintel de la puerta del mausoleo en busca de glifos de protección o señales de cualquier trampa mágica que pudiera haber. La puerta estaba abierta pero no se podía ver nada del interior del edificio, aún así no iba a ser tan estúpido de acercarse y penetrar de manera descuidada. Había dejado bien claro a Ruglud y los suyos que las protecciones de la cámara de los tesoros serían poderosas, así que el grupo que lo acompañaba también era reacio a atravesar aquella puerta.
- Eztamoz muy cerca de alcanzar nueztroz regaloz – le susurró Ruglud de pronto.
- Zí, pero ahora no podemoz zer impazientez, aquí hay poderez peligrozoz – le gruñó al jefe mecenario.
Ante sus palabras el grupo de orcos pareció algo tenso y nervioso. Bien, debían estar alerta. Le había gustado que el guerrero lo incluyera en lo de “nueztroz regaloz”, quizá por fin lo respetaba como merecía, pero no por eso iba a dejar de tomar precauciones. Era cierto que él era un chamán muy poderoso, pero en cuanto cruzaron la verja sintió una variación extraña en el aire, como presencias mágicas más allá de su comprensión, y eso lo puso en alerta.
Siguió deslizando su mirada por el marco de la entrada, pero no vio nada, podían pasar, al menos por ese lugar. Una vez tomada la decisión miró de nuevo a la oscuridad del interior del mausoleo. Poco a poco unas lucecitas le devolvieron la mirada. Eran muchas lucecitas...
- Atenzión! Enemigoz, preparaoz – aulló.
Del interior salió gritando un numeroso grupo de skavens de pelaje oscuro, portando largas astas de madera rematadas en hojas de metal. A diferencia del resto del ejército estas alimañas iban protegidas por armaduras. Debían ser un grupo de élite.
Los Akorazados de Ruglud dejaron de lado sus ballestas y agarraron sus rebanadoras profiriendo gritos guturales. Ambos grupos chocaron con un fuerte sonido de metal e imprecaciones. Mukurk atrajo poder hacia sí, los enemigos eran muy superiores en número y estaba dispuesto a equilibrar la balanza. El poder comenzó a penetrar en su interior, se concentró para pronunciar el hechizo. Pero a mitad de la primera frase se detuvo. Sintió un enorme poder mágico cerca, y no irradiaba de él, sino de la puerta de la estructura funeraria. Su mirada buscó la causa de aquél poder.
En el umbral una cosa-rata de pelaje muy claro lo miraba con ojos penetrantes, en su cabeza pudo ver un par de cuernos retorcidos, como de carnero. En una mano sostenía un báculo mugriento, lo que evidenciaba que debía ser un hechicero. En la otra mano... estaba lo que Mukurk llevaba tanto tiempo buscando, un objeto alargado, probablemente un fémur de una criatura enorme, cuya superficie estaba grabada con una serie de toscas runas.
- El Báculo de Huezo!!, ezo ez mío rata apeztoza!! – gritó Mukurk como un poseso, y dejando atrás cualquier precaución comenzó a balbucir un hechizo con rapidez.
Antes de acabar de recitar las palabras mágicas un rayo cegador salió de la vara de la rata albina. Mukurk recibió el impacto en uno de sus brazos, pero la fuerza del choque lo lanzó de espaldas a las rejas que se encontraban tras él. Se estrelló con violencia, y notó que algo en su ser crujía. Tirado en el suelo fijó de nuevo su atención contra su enemigo, podía notar que éste acumulaba poder para el siguiente ataque. Con desesperación agarró uno de sus amuletos y entonó un cántico monótono. En cuanto la última sílaba salió de su boca el ataque esperado se produjo. A su alrededor se formó una extraña neblina verde que chisporroteó cuando el proyectil mágico hizo impacto.
Mukurk sudaba copiosamente, en el interior de la “burbuja protectora” la temperatura se elevaba mientras se producía el choque de energías. El amuleto que tenía en la mano estaba muy caliente, le estaba quemando la piel, pero sabía que era necesario aguantar, confiaba en que el poder del objeto lo salvaría. Así que no se permitió un respiro, comenzó a entonar un nuevo hechizo, entre la niebla de protección, que se estaba dispersando, apenas podía ver a la cosa-rata-blanca, pero a sus ojos de chamán ésta despedía una energía característica, así que sabía donde debía lanzar el hechizo cuando estuviera preparado.
Acabó su salmodia y esperó hasta que se desvaneció la neblina verdosa por completo. Entonces se irguió un poco y soltó su hechizo. El hechicero-rata pareció preveer el peligro pues se apresuró a escabullirse entre los combatientes del centro del patio. Pero eso no lo salvaría, Mukurk podía seguirlo con su mirada mágica, y los zarzillos del hechizo irían donde él dijera.
- No ezcaparaz zabandija.... ajá!! Te tengo!! – y con un grito de júbilo hizo que los zarzillos de energía se arremolinaran sobre su objetivo.
Mientras se levantaba con esfuerzo pudo distinguir como una mano se solidificaba alrededor del chamán-rátido. Aquél hechizo era su preferido, quizá no era el más poderoso de la magia pielverde, pero era muy útil contra un enemigo concreto. La mano se elevó llevando consigo a su presa y empezó a apretar el cuerpo peludo de su enemigo sin compasión. La cosa-albina chillaba desesperada, a sus pies su guardia de alimañas oscuras aún luchaba con ahínco a pesar de que muchas ya habían caído, pero poco a poco fueron conscientes de la suerte de su señor.
Todos los que se hallaban en el patio del gran mausoleo miraron hacia arriba, los ojos orcoides y los rátidos se mantenían fijos en los esfuerzos del vidente gris skaven por liberarse. Ninguno se dio cuenta del avance del chamán pielverde en busca de un objeto muy preciado para él.
Le dolía el brazo que había recibido la descarga, pero también le dolía la espalda, cada paso lo hacía gemir por lo bajo. Pero eso no le privó ni un ápice de su determinación. El espectáculo en el cielo debía ser muy interesante, ya que nadie se fijaba en él, y a punto estuvo un par de veces de dejarse llevar y mirar también, pero se obligó a no hacerlo, debía aprovechar la momentánea inactividad en el área de combate, el báculo, su báculo, tenía que estar en alguna parte. ¿Dónde lo habría tirado aquél inepto blanquecino? ¿lo habría ocultado?. Esperaba que no, era demasiado tarde para deterner el hechizo y hacer hablar a su enemigo...
A su alrededor comenzaron a oirse susurros y medias palabras, parecía haber tensión y... sintió como su hechizo se dispersaba de repente. Miró al cielo y vió caer al albino, antes de tocar el suelo pareció levitar para poder posarse lentamente en tierra. Entonces lo miró chillando de rabia. El hechicero skaven tenía una de sus patas laxa pero en la otra aún sostenía su báculo mugriento. No era posible, aquél hechizo de destrucción jamás le había fallado antes.
El skaven albino le lanzó un rayo de energía púrpura. Incluso antes del impacto notó el tremendo calor que irradiaba aquél proyectil. Se dejó caer al suelo mientras el peligro pasaba de largo. Pero los guerreros que estaban en la línea de aquél rayo no tuvieron tanta suerte, un skaven fue atravesado por la garganta, y el orco que tenía detrás vió como se formaba un enorme boquete en su estómago.
- Maldito!! – imprecó Mukurk – ¿acazo creez que puedez venzerme?.
Y de la boca del hechicero salieron palabras arcanas, tras lo cuál lanzó un proyectil de energía verde con fuerza. Su rabia aumentó el poder de aquél ataque. Pero un pinchazo de dolor en la cabeza le hizo cerrar uno de los ojos. No, no permitiría que el dolor le hiciera perder aquél enfrentamiento. Con un grito aumentó aún más aún el poder mágico.
El rayo verde alcanzó de lleno al vidente skaven, y un creciente olor a pelo quemado saturó al grupo. El intenso poder de la energía hizo que el rayo se dividiera en múltiples “ramas” que barrieron el patio. Los guerreros skaven huían con su pelaje ardiendo, uniendo sus gritos de terror con los de los orcos.
Mukurk veía todo aquello mientras la presión sanguínea de su cabeza aumentaba, y el dolor de su cabeza se hacía insoportable, retrocedió con pasos torpes mientras seguían saliendo rayos de sus dedos. Se sentía saturado de energía, no sabía si por rabia o... notó algo a sus pies. Un objeto grande con forma de hueso brillaba y hacía que sus ojos lagrimearan. Allí estaba!! Su báculo, su...
El simple roce con aquél objeto arcano hizo aumentar la energía mágica contenida en el chamán. Se sintió un dios, alguien invencible. Ni siquiera se dio cuenta de que a su alrededor las antiguas baldosas se resquebrajaban, formando un cráter alrededor de Mukurk. El mausoleo empezó también a agrietarse. La estructura temblaba ostensiblemente, hasta que grandes pedazos de piedra cayeron de sus muros.
Orcos. Orcos y más orcos. Había conseguido reunir muchos de su especie. No había sido fácil, pero él era uno de los elegidos de Morko, uno de los más grandes chamanes que había bajo el cielo.... aunque por el momento apenas nadie lo conocía. Pero eso iba a cambiar, en sus sueños se le había revelado que su poder estaría completo si se hacía con un Báculo de Mago hecho de hueso de dragón.
Tardó mucho tiempo en saber donde estaba aquél objeto, pero más tiempo aún pasó hasta poder reunir para su causa a varias tribus de orcos. Pero lo había hecho, ¿acaso no estaba Morko con él?. No importaba que, misteriosamente, los chamanes de aquellas tribus hubieran aparecido degollados tras una visita suya, pues eso sólo significaba que él era el elegido. Así lo habían creído los jefes de tribu, preocupados por haber perdido el favor de sus dioses no dudaron en unirse a él, más aún cuando sus dudas fueron disipadas...
- Ezto... Gran Mukurk... eztamoz llegando... – un orco son sólo la oreja izquierda lo miraba con algo de miedo.
- Cómo ozaz... - le dijo cogiéndole por el cuello.
- Pero...pero... hemoz llegao al... glglgl – balbuceaba el orco mientras trataba desesperadamente de huir de la férrea tenaza que lo estrangulaba.
- Llegao?? A 'ónde? – comentó Mukurk mientras miraba hacia delante.
Ah sí, allí estaba, un pueblucho humano destruido, y cerca, en una suave colina, se alzaba una especie de templo en ruinas a cuyos pies se extendía un cementerio. Se veían multitud de lápidas, y construcciones que debían ser entradas a tumbas más lujosas. Sí, aquél cementerio era el de sus sueños, allí encontraría el poder, el Báculo de Huezo. Extrañamente ya sentía su peso en la mano, ya podía... eh?? de repente recordó que lo que tenía en la mano era el cuello del estúpido de Prrek.
- Inútil!! – gritó mientras soltaba su presa – ve pronto y aviza a los jefez de tribu, debemoz aprezurarnoz, tenemoz que ir al mauzoleo máz grande.
Prrek, a sus pies, se masajeaba el cuello mientras resoplaba, sus ojos inyectados en sangre parecían cargados de odio, pero se levantó y corrió a acatar sus órdenes. Estaba acostumbrado al odio, que aquél idiota lo odiara no importaba, nadie en la horda podía igualarle en fuerza, bueno quizá Zeldog, el jefe de los Cuelloz de Jabalí. Odiaba a los orcos negros, por eso había tenido buen cuidado de no unir a su horda a ninguno de ellos, pero aquél jefecillo era una torre de músculos, y aunque lo negara estaba seguro de que era un orco negro disfrazado, pues no sólo ganaba a todos en fuerza, sino que se había hecho con el puesto de líder del Waaagh en poco tiempo. Por suerte temía la magia.
- Zerá mejor que vaya a tomar pozizionez para la batalla – susurró mientras a su alrededor la horda de orcos comenzaba a agitarse conforme el rumor de que habían llegado a su destino se extendía como la pólvora.
Mukurk se encaminò a un grupo de orcos con trozos de metal por todo el cuerpo. Esos “chikos” sí eran de fiar, había oído hablar de ellos en varios sitios, tropezarse con ellos no podía ser sino obra del Gran Morko. Los Orcos Akorazados de Ruglud los llamaban, eran mercenarios, y habían luchado a las órdenes de mucha gente distinta. Al resto de la horda no le hacía ninguna gracia que esos chicos se hubieran convertido en sus guardaespaldas, decían que eran unos traidores, pero él, Mukurk, era el que decidía eso. Vió a Ruglud que se adelantaba a saludarle.
- Mukurk pareze que ya hemoz llegao no? – le preguntó con un brillo codicioso en los ojos.
- Zí, aquí noz ezpera el poder...
- Y nueztra paga no?
- Zabez que zí, ya te lo dije, en el lugar donde ze encuentra mi báculo hay muchaz cozaz de metal, cazcoz, armaduraz, armaz...
- Ezte va a zer un gran día para Ruglud – dijo el mercenario golpeándose la rodilla con su extraña ballesta.
Ya estaba. Aquella prepotencia inherente en el líder mercenario. El gran día era de Mukurk. Notaba como la furia lo invadía. Pero no, no podía permitirse una pelea, ahora no. Necesitaba a aquellos mercenarios, eran los únicos que lo protegerían en medio de la batalla que se avecinaba, pues eran los únicos que lo necesitaban vivo para deshacer las defensas mágicas de la cámara de tesoros. Nadie más sabía lo que se avecinaba, aquél lugar estaba bien protegido, en sus sueños había visto multitud de seres peludos que luchaban salvajemente. Skavens, sí, aquellas malolientes cosas-rata, y se interponían en su camino.
Al pie de la colina su horda se detuvo, del templo y los mausoleos comenzaron a aparecer skavens como una marea parda. Al poco un ejército más grande que el suyo estaba formado frente a ellos. Eran muchos, pero los orcos no se arredrarían por ello. Bien, era necesario destruir a aquél enemigo, y, para su alivio, no detectó ningún ser mágico cerca, aunque sabía que debía haber alguno, su instinto se lo decía, no, el propio Morko se lo sugería. Pero no estaba preocupado, se encontraba saturado de energía, tener tantos congéneres cerca le prestaba un poder enorme, y eso era tranquilizador. Canalizó sólo un poco en uno de sus dedos y lo disparó al suelo, sólo para asegurarse de que todo estaba bajo control. El agujero que produjo la descarga de energía le hizo dar un gruñido de satisfacción. Levantó los ojos y resopló, pronto podría tener este mismo poder con sólo tener el báculo, sin necesidad de estar cerca de una aglomeración de pielesverdes tan grande... meneó la cabeza, debía concentrarse.
El autoproclamado jefe del Waagh, Zeldog, hizo su trabajo, el ejército de orcos tomó sus posiciones en batalla. En el centro peñas enormes de guerreros agitaban sus rebanadoras al aire, en el flanco derecho los orcos en jabalí formaban una miríada de ruidos ensordecedores, en la izquierda un puñado de trolls de piedra miraban estúpidamente al enemigo, tras esta primera línea se colocaron los lanzapiedroz y un par de peñas de arqueros orcos. Él mismo, junto a los Akorazados de Ruglud, se colocó cerca de uno de los lanzapiedroz, un poco hacia la derecha, de manera que quedaba en línea recta respecto al mausoleo más grande del cementerio. Su objetivo.
Las máquinas orcas empezaron a lanzar proyectiles a la enorme masa de enemigos. Mukurk podía distinguir montones de skavens en el centro de aquél ejército, flanqueados por unos monstruos-rata más grandes, y un grupo extraño de seres vestidos con harapos haciendo girar bolas de metal de las que salía un gas verdoso que le daba mala espina. Tras esta primera línea, vió grupos de cosas-rata con artilugios en sus manos, parecían aquellos tubos que los humanos usaban para lanzar trozos de metal tras una pequeña explosión, y en ese momento comenzó a ver nubecitas de humo en aquellos tubitos. Estaban disparando.
Los enormes pedruscos lanzados iban cayendo erráticamente, algunos daban de lleno en el ejército rátido, formando un cráter en el suelo, chorreante de líquido, miembros, y chillidos de pánico. Los orcos del centro no esperaron más y comenzaron a correr como posesos hacia el enemigo, la primera fila de pielesverdes cayó fulminada. Mukurk miró de nuevo las nubecitas de humo de la línea de retaguardia skaven en la colina y apretó la mandíbula, su poderoso intelecto estaba en lo cierto, una vez más. Un estruendo lo hizo mirar hacia la derecha, los orcos en jabalí acababan de chocar contra las monstruosas ratas de aquél flanco. Muchas lanzas se clavaron en aquellos monstruos, pero parecía no importar, apenas dos o tres cayeron, comenzando a destripar orcos y jabalies por igual. Un orco se vió agarrado por dos enormes brazos, que tensaron su cuerpo hasta que uno de sus brazos no resistió y fue arrancado salvajemente, entonces la rata-ogro comenzó a voltear por el aire el resto del cuerpo del guerrero golpeando con él a todo lo que se ponía a su alcance. El avance por aquella zona parecía imposible, pero era por ahí por donde Mukurk tenía que pasar... Comenzó a entonar un hechizo atrayendo poder hacia sí, no era difícil, a su alrededor la energía “verde” crecía y crecía.
Su cuerpo comenzó a brillar con un tono verdoso. Ruglud y los suyos, hasta el momento interesados en la pelea pero sólo utilizando las ballestas de vez en cuando, retrocedieron un paso a su alrededor. Su salmodia se iba haciendo más profunda y le costaba un poco completarla. Se concentró y consiguió acabar de recitar las palabras arcanas. Entonces extendió ambos brazos en dirección a las ratas-ogro y liberó la energía. Al principio no se vio nada, pero poco a poco se materializaron zarzillos de un verde vivo que se arremolinaron en torno a los monstruos, tomando la forma de puños, y comenzaron a golpear a estos de manera velocísima. Las enormes bestias gritaron con furia, pero varias cayeron con la cabeza aplastada antes de que el hechizo se esfumara.
- Ezo ha eztado bien! Por Gorko que ha eztado bien,jeje – le dijo Ruglud rascándose una oreja.
- Tenemoz que pazar por donde eztán las rataz-grandez – musitó Mukurk sin dar importancia a las palabras del jefe mercenario.
- Muy bien, miz chikos eztán dezeando entrar en acci...
Antes de acabar la frase un extraño objeto punzante se clavó en la madera de la ballesta de Ruglud. Ambos se dieron la vuelta y distinguieron una serie de seres encapuchados que corrían velozmente hacia ellos. Era un ataque a la retaguardia de su ejército. No, no podía demorarse allí.
- Debemoz irnoz ya!! – le gritó a Ruglud.
Pero Ruglud no le escuchaba, junto a sus chikos se había lanzado a una carga contra el nuevo enemigo. Mukurk se desesperó, el tiempo era importante, volvió la cabeza de nuevo a la batalla principal, las ratas-ogro habían acabado con el último guerrero en jabalí y se dirigían al lugar donde él estaba. No iba a permitir que las cosas se torcieran, buscó a los arkeros que deberían encontrarse cerca. Sí, allí estaban, pero qué... qué están haciendo?!! La peña de orcos con arco estaba ocupada peleando entre sí, alguna riña estúpida sin duda. Se mordío el labio inferior con fuerza. No importaba, él era el poderoso Mukurk.
Invocando de nuevo el poder comenzó a entonar el hechizo más poderoso que recordaba. Su cuerpo volvió a relucir, y la concentración de energía hizo que comenzara a tener un dolor de cabeza, algo viscoso empezó a manar de su nariz y sus oidos. No hizo caso, e imprimió una mayor velocidad a las palabras.
Al sentirse saturado de energía unas perlitas de sudor aparecieron en su frente. Demasiado poder, debía apresurarse a lanzar el hechizo o podría pasar algo desagradable... Las últimas palabras las pronunció con un rugido mientras enviaba la energía liberada hacia los monstruos que se acercaban. No pudo evitar caer de rodillas, pero se obligó a mirar el efecto de su hechizo. Los zarcillos de energía volvieron a arremolinarse pero esta vez la forma que parecieron adoptar era la de una enorme estructura parecida a un pie. La energía pareció solidificarse y empezó a aplastar a diestro y siniestro a las ratas-enormes. Mukurk sonrió, por muy grandes que fueran aquellas estúpidas ratas no podían salir bien libradas de aquello.
La energía solidificada caía como una gran roca sobre los cuerpos deformes de los monstruos y los despachurraba de manera espeluznante. Una de las grandes bestias trató de apartarse a un lado, pero una de sus patas quedó totalmente aplastada bajo el peso de la masa de poder. El hechizo acabó de repente, dejando a su paso una decena de ratas-ogro completamente “exprimidas”, apenas dos o tres se habían salvado y miraban inquietas a los lados.
Problema solucionado, ahora sólo tenía que ponerse en pie y... Miró la hierba, había aparecido un charco de sangre oscura. Le costó un rato darse cuenta que era suya, se llevó las manos a la cara. De la nariz aún le salía un poco de sangre, y constató que sus oídos también estaban sanguinolentos. Debía tener cuidado con la canalización del poder, quizá no fuera mala idea dejar de lado los hechizos poderosos y usar otros más sencillos, al menos hasta que se recuperara un poco.
Se levantó y volvió a mirar a la peña de arkeros, todos lo miraban con respeto, en silencio. Les dirigió una mirada feroz y no hizo falta más. Habían visto lo que había hecho con aquella poderosa unidad de grandes cosas-rata, así que decidieron que era mejor entrar en combate con los skavens y dejarse de peleas intestinas. Los Hombres-Rata de aquella parte del campo de batalla parecían haber perdido su empuje, al inicial aumento de moral cuando vieron caer a los orcos en jabalí le siguió un profundo terror al ver caer a la unidad más fuerte de su ejército. Las peñas de orcos del centro de la formación comprendieron la nueva situación de los guerreros rata y aumentaron su fiereza, poco a poco las cosas-rata retrocedían.
A sus espaldas le llegaron gritos de júbilo y victoria, Ruglud se había deshecho al parecer de la amenaza de la retaguardia. Ahora todo estaba a su favor. La banda de mercenarios se reunió con él cuando empezó a caminar hacia delante. De inmediato supo que Ruglud miraba los rastros de sangre de su rostro. Entonces lo miró a los ojos, el mercenario captó el peligro y empezó a limpiarse un rastro de polvo en el peto que no tenía.
El grupo pasó de largo ante el combate del centro, los guerreros orcos tenían controlada la situación allí, los pequeños guerreros peludos seguían resistinendo pero perdían terreno con rapidez. Mukurk y sus “guardaespaldas” pasaron por encima de los restos destrozados de las ratas-ogro con mucho cuidado, no querían tropezar o mancharse con aquella maraña de restos sanguinolentos. Un jabalí moribundo daba cabezazos desesperados a todos lados tratando de levantarse, Ruglud le disparó una saeta a bocajarro, y el dardo quedó alojado en uno de los ojos del animal.
Pronto llegaron a una de las líneas de disparo rátido, los chikos de Ruglud dispararon una andanada, mientras los guerreros armados con los “tuboz escupidorez” intentaban cargar estos desesperadamente. Mukurk lanzó un par de rayos de pura energía que impactaron con precisión en sendas cabezas peludas. No hizo falta mucho más para que los pequeños enemigos huyeran despavoridos.
Pasaron por encima de lápidas rotas, algunas casi enterradas bajo un manto de vegetación parduzca, también había algunas tumbas abiertas de las que manaba un olor de tierra y podredumbre que no le era del todo desagradable al chamán. Se sentía optimista, las cosas estaban saliendo como quería, pronto su ejército destrozaría al de los skavens, mientras él se hacía con el báculo.
Llegaron a la valla que rodeaba al mausoleo más grande del cementerio. Una estructura de metal con altos barrotes de hierro oscuro. La verja de entrada estaba caída a un lado, separada de sus goznes. Penetraron con cautela al patio que les daba la bienvenida a los dominios de aquella construcción de piedra. Mukurk estudió el dintel de la puerta del mausoleo en busca de glifos de protección o señales de cualquier trampa mágica que pudiera haber. La puerta estaba abierta pero no se podía ver nada del interior del edificio, aún así no iba a ser tan estúpido de acercarse y penetrar de manera descuidada. Había dejado bien claro a Ruglud y los suyos que las protecciones de la cámara de los tesoros serían poderosas, así que el grupo que lo acompañaba también era reacio a atravesar aquella puerta.
- Eztamoz muy cerca de alcanzar nueztroz regaloz – le susurró Ruglud de pronto.
- Zí, pero ahora no podemoz zer impazientez, aquí hay poderez peligrozoz – le gruñó al jefe mecenario.
Ante sus palabras el grupo de orcos pareció algo tenso y nervioso. Bien, debían estar alerta. Le había gustado que el guerrero lo incluyera en lo de “nueztroz regaloz”, quizá por fin lo respetaba como merecía, pero no por eso iba a dejar de tomar precauciones. Era cierto que él era un chamán muy poderoso, pero en cuanto cruzaron la verja sintió una variación extraña en el aire, como presencias mágicas más allá de su comprensión, y eso lo puso en alerta.
Siguió deslizando su mirada por el marco de la entrada, pero no vio nada, podían pasar, al menos por ese lugar. Una vez tomada la decisión miró de nuevo a la oscuridad del interior del mausoleo. Poco a poco unas lucecitas le devolvieron la mirada. Eran muchas lucecitas...
- Atenzión! Enemigoz, preparaoz – aulló.
Del interior salió gritando un numeroso grupo de skavens de pelaje oscuro, portando largas astas de madera rematadas en hojas de metal. A diferencia del resto del ejército estas alimañas iban protegidas por armaduras. Debían ser un grupo de élite.
Los Akorazados de Ruglud dejaron de lado sus ballestas y agarraron sus rebanadoras profiriendo gritos guturales. Ambos grupos chocaron con un fuerte sonido de metal e imprecaciones. Mukurk atrajo poder hacia sí, los enemigos eran muy superiores en número y estaba dispuesto a equilibrar la balanza. El poder comenzó a penetrar en su interior, se concentró para pronunciar el hechizo. Pero a mitad de la primera frase se detuvo. Sintió un enorme poder mágico cerca, y no irradiaba de él, sino de la puerta de la estructura funeraria. Su mirada buscó la causa de aquél poder.
En el umbral una cosa-rata de pelaje muy claro lo miraba con ojos penetrantes, en su cabeza pudo ver un par de cuernos retorcidos, como de carnero. En una mano sostenía un báculo mugriento, lo que evidenciaba que debía ser un hechicero. En la otra mano... estaba lo que Mukurk llevaba tanto tiempo buscando, un objeto alargado, probablemente un fémur de una criatura enorme, cuya superficie estaba grabada con una serie de toscas runas.
- El Báculo de Huezo!!, ezo ez mío rata apeztoza!! – gritó Mukurk como un poseso, y dejando atrás cualquier precaución comenzó a balbucir un hechizo con rapidez.
Antes de acabar de recitar las palabras mágicas un rayo cegador salió de la vara de la rata albina. Mukurk recibió el impacto en uno de sus brazos, pero la fuerza del choque lo lanzó de espaldas a las rejas que se encontraban tras él. Se estrelló con violencia, y notó que algo en su ser crujía. Tirado en el suelo fijó de nuevo su atención contra su enemigo, podía notar que éste acumulaba poder para el siguiente ataque. Con desesperación agarró uno de sus amuletos y entonó un cántico monótono. En cuanto la última sílaba salió de su boca el ataque esperado se produjo. A su alrededor se formó una extraña neblina verde que chisporroteó cuando el proyectil mágico hizo impacto.
Mukurk sudaba copiosamente, en el interior de la “burbuja protectora” la temperatura se elevaba mientras se producía el choque de energías. El amuleto que tenía en la mano estaba muy caliente, le estaba quemando la piel, pero sabía que era necesario aguantar, confiaba en que el poder del objeto lo salvaría. Así que no se permitió un respiro, comenzó a entonar un nuevo hechizo, entre la niebla de protección, que se estaba dispersando, apenas podía ver a la cosa-rata-blanca, pero a sus ojos de chamán ésta despedía una energía característica, así que sabía donde debía lanzar el hechizo cuando estuviera preparado.
Acabó su salmodia y esperó hasta que se desvaneció la neblina verdosa por completo. Entonces se irguió un poco y soltó su hechizo. El hechicero-rata pareció preveer el peligro pues se apresuró a escabullirse entre los combatientes del centro del patio. Pero eso no lo salvaría, Mukurk podía seguirlo con su mirada mágica, y los zarzillos del hechizo irían donde él dijera.
- No ezcaparaz zabandija.... ajá!! Te tengo!! – y con un grito de júbilo hizo que los zarzillos de energía se arremolinaran sobre su objetivo.
Mientras se levantaba con esfuerzo pudo distinguir como una mano se solidificaba alrededor del chamán-rátido. Aquél hechizo era su preferido, quizá no era el más poderoso de la magia pielverde, pero era muy útil contra un enemigo concreto. La mano se elevó llevando consigo a su presa y empezó a apretar el cuerpo peludo de su enemigo sin compasión. La cosa-albina chillaba desesperada, a sus pies su guardia de alimañas oscuras aún luchaba con ahínco a pesar de que muchas ya habían caído, pero poco a poco fueron conscientes de la suerte de su señor.
Todos los que se hallaban en el patio del gran mausoleo miraron hacia arriba, los ojos orcoides y los rátidos se mantenían fijos en los esfuerzos del vidente gris skaven por liberarse. Ninguno se dio cuenta del avance del chamán pielverde en busca de un objeto muy preciado para él.
Le dolía el brazo que había recibido la descarga, pero también le dolía la espalda, cada paso lo hacía gemir por lo bajo. Pero eso no le privó ni un ápice de su determinación. El espectáculo en el cielo debía ser muy interesante, ya que nadie se fijaba en él, y a punto estuvo un par de veces de dejarse llevar y mirar también, pero se obligó a no hacerlo, debía aprovechar la momentánea inactividad en el área de combate, el báculo, su báculo, tenía que estar en alguna parte. ¿Dónde lo habría tirado aquél inepto blanquecino? ¿lo habría ocultado?. Esperaba que no, era demasiado tarde para deterner el hechizo y hacer hablar a su enemigo...
A su alrededor comenzaron a oirse susurros y medias palabras, parecía haber tensión y... sintió como su hechizo se dispersaba de repente. Miró al cielo y vió caer al albino, antes de tocar el suelo pareció levitar para poder posarse lentamente en tierra. Entonces lo miró chillando de rabia. El hechicero skaven tenía una de sus patas laxa pero en la otra aún sostenía su báculo mugriento. No era posible, aquél hechizo de destrucción jamás le había fallado antes.
El skaven albino le lanzó un rayo de energía púrpura. Incluso antes del impacto notó el tremendo calor que irradiaba aquél proyectil. Se dejó caer al suelo mientras el peligro pasaba de largo. Pero los guerreros que estaban en la línea de aquél rayo no tuvieron tanta suerte, un skaven fue atravesado por la garganta, y el orco que tenía detrás vió como se formaba un enorme boquete en su estómago.
- Maldito!! – imprecó Mukurk – ¿acazo creez que puedez venzerme?.
Y de la boca del hechicero salieron palabras arcanas, tras lo cuál lanzó un proyectil de energía verde con fuerza. Su rabia aumentó el poder de aquél ataque. Pero un pinchazo de dolor en la cabeza le hizo cerrar uno de los ojos. No, no permitiría que el dolor le hiciera perder aquél enfrentamiento. Con un grito aumentó aún más aún el poder mágico.
El rayo verde alcanzó de lleno al vidente skaven, y un creciente olor a pelo quemado saturó al grupo. El intenso poder de la energía hizo que el rayo se dividiera en múltiples “ramas” que barrieron el patio. Los guerreros skaven huían con su pelaje ardiendo, uniendo sus gritos de terror con los de los orcos.
Mukurk veía todo aquello mientras la presión sanguínea de su cabeza aumentaba, y el dolor de su cabeza se hacía insoportable, retrocedió con pasos torpes mientras seguían saliendo rayos de sus dedos. Se sentía saturado de energía, no sabía si por rabia o... notó algo a sus pies. Un objeto grande con forma de hueso brillaba y hacía que sus ojos lagrimearan. Allí estaba!! Su báculo, su...
El simple roce con aquél objeto arcano hizo aumentar la energía mágica contenida en el chamán. Se sintió un dios, alguien invencible. Ni siquiera se dio cuenta de que a su alrededor las antiguas baldosas se resquebrajaban, formando un cráter alrededor de Mukurk. El mausoleo empezó también a agrietarse. La estructura temblaba ostensiblemente, hasta que grandes pedazos de piedra cayeron de sus muros.
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