viernes, 24 de julio de 2009

El Alimento del Miedo (40K)

El Alimento del Miedo

Llevo tanto tiempo aquí… Perdido. Olvidado. Ya no me preocupan la vida o la muerte, el placer o el dolor….¿o quizás sí?. ¿Acaso no me paso todo el tiempo mirando las estrellas?. ¿No ansío que algo haga variar la abrumadora rutina?. Sí, daría cualquier cosa por tener alguna distracción y, sin embargo, estoy donde debo estar.

Los recuerdos vuelven a mi mente una y otra vez, he dejado ya de tratar de desterrarlos. He aprendido a convivir con ellos. Hoy, en este planeta gris, otrora floreciente, lleno de vida, ahora habitado sólo por criaturas bestiales, rememoraré de nuevo el tiempo de mi llegada, el inicio del cambio.

 
* * *
Estoy en la nave de desembarco, mirando por un ventanuco el planeta al que vamos a aterrizar. No recuerdo el nombre de aquél mundo, pero no me importa, estoy aquí para realizar una misión sagrada. Soy un Guardia Imperial, pero pertenezco al Ordo Malleus, al menos por un tiempo, y me siento henchido de orgullo. Los Cazadores de Demonios son los seres más poderosos que he conocido. En las dos misiones que se me han asignado antes de ésta, he podido admirar a los Caballeros Grises, guerreros poderosos investidos con el hálito del Sagrado Emperador, que ejecutan Su justa ira sobre los demonios que pretenden emponzoñar el Universo. Y luego estaba el Gran Inquisidor, una figura que, estoy seguro, debe estar bendecida por la mano del Santísimo, y que en la batalla alumbra como un faro el paso que debemos seguir.

- ¡¡Soldados de asalto!! ¡Prepárense para un aterrizaje forzoso! – atronaron los comunicadores de la nave.

¿Nos estrellamos?, es imposible, no hemos sido atacados, o al menos yo no lo he percibido, más sé que este planeta está habitado por el Mal, debemos destruir un artefacto maligno, un arma demonio, y puede que esté custodiado.
Al poco chocamos contra la tierra con violencia. Todos nos encontramos sujetos por los cinturones de seguridad, así que cuando miro alrededor puedo comprobar que casi todos mis compañeros están ilesos. Sin tiempo que perder me desato e inicio la carrera hacia la salida. Mi escuadra es siempre la primera en llegar y debe crear una especie de perímetro, si bien en estos momentos dudo que hayamos caído en la zona asignada.

Salto al exterior y tomo posiciones. Tras eso me tomo la libertad de inspeccionar el lugar. Estoy en medio de un campo árido, de color gris plomizo, quizás en otro tiempo alguien había intentado cultivar algo en aquella tierra, ya que aparece con surcos de arado, pero debió sucumbir a la realidad, aquí no podía crecer nada… ¿o sí?. A mi derecha se encumbra un árbol esquelético, parece muerto, su superficie ajada y sin un atisbo de vida, pero hacia la mitad de su tronco puedo ver un sucio tablón de madera. Hay algo escrito: “Provincia de Sylvania”. Un escalofrío recorre mi espina dorsal, sin saber por qué anida en mí un sentimiento de miedo. Trato de serenarme, miro a los que me rodean, hasta el momento no me había dado cuenta del pertinaz silencio que mantienen. Somos soldados de asalto, no solemos hacer las cosas en silencio, y menos estando asignados al Ordo Malleus, ya que debemos demostrar que nuestra presencia, en cualquier lugar, está sumamente justificada, no hay razón para hacer las cosas con sigilo.

Cuando todos salen de la nave, nuestro sargento toma la palabra. Como sospechaba no estamos en la zona asignada, de hecho ni siquiera sabe qué ha ocurrido con el resto de la expedición, pero está empeñado en que realicemos la misión igualmente. Nos dirigiremos al punto donde se supone que está el objeto que debemos destruir, quizás allí nos encontremos con los demás.

Camino a buen ritmo, pero sobre mis hombros parece haber un peso muerto, hace que cada paso me cueste más que el anterior. En otras ocasiones eso me ha alegrado, significa que la dirección que hemos tomado es la correcta, sin embargo… no encuentro consuelo en ese pensamiento, desde que leí aquél tablón el miedo me acompaña. Es la primera vez en mucho tiempo que no veo salida a lo que se me ha encomendado. La esperanza ha desaparecido, y ni siquiera hemos visto aún al posible enemigo.

Anochece con rapidez. Espero ansiosamente un alto, pero cuando el sargento lo anuncia no llega el alivio. Me obligo a concentrarme en la tarea de levantar el campamento, en un intento de mantener mis ojos en otra cosa que no sea el siniestro entorno que parece despertar con el ocaso.

Me toca la segunda guardia. Con ojos somnolientos me acerco al centinela al que debo relevar, no he dormido nada, y me siento cansado y angustiado, posiblemente al resto le ocurra como a mí. Toco el hombro de mi compañero, pero no responde, lo zarandeo con nerviosismo, deseando que en realidad lo haya vencido el sueño. Pero antes de verlo caer con los ojos sin vida y el gesto contraído en una mueca de horror, ya sé que está muerto. El grito de alarma muere en mi garganta, veo dos puntos rojos en la oscuridad. El terror me atenaza.

--- Tú eres el elegido – dice una voz en mi mente, pero no es la mía.

La oscuridad me envuelve. A mis espaldas oigo sonidos. Gorgoteos, rasgaduras… sé qué está pasando. Pero estoy paralizado por el miedo. Mis compañeros están muriendo. Luego… silencio.

Dejo pasar las horas, no recuerdo en qué momento cerré los ojos. Pero ahora noto cierta claridad a través de los párpados, debe estar amaneciendo. Mi cuerpo está entumecido, rígido. Algo se apoya en mi espalda… no, es que estoy tumbado. ¿Cuándo me he tumbado?. El astro solar entibia mis miembros, puedo moverlos, pero aún debo reunir valor para hacerlo.

Estoy preparado. Me levanto, debía estar acostado en el suelo. Debo… debo mirar donde estoy. Abro los ojos. Me estremezco. Estoy en un cementerio, un cementerio muy antiguo, poblado de losas de piedra medio destruidas. Busco desesperadamente mi rifle láser, para buscar protección o… para pegarme un tiro.

A varios metros del “camposanto” aparece ante mis ojos una enorme mole de piedra. Poco a poco me fijo en que es una especie de fortaleza oscura. Uno de aquellos castillos que, según los cuentos antiguos de mi planeta natal, existieron en los albores de la Historia del Hombre. Pero aquella construcción es siniestra, su arquitectura es extraña, no sigue un orden predeterminado, y sus torres… son como agujas que se yerguen hacia un macilento cielo. Sin poder evitarlo mis dientes empiezan a entrechocarse. Tiemblo.

Siento que algo oscuro me llama al interior de aquella fortaleza negra. Mis piernas no me obedecen, y paso a paso atravieso un enorme portón de madera podrida. Ante mí se abre una sala amplia, una tenue luz rojiza ilumina una serie de objetos, alfombras, estatuas, tapices... Mis pies empiezan a subir por una de las dos escalinatas que dan acceso al nivel superior. Incapaz de detener mis pasos, poso la vista en los cuadros que adornan la pared, a mi izquierda. Al principio parecen retratos de los señores de aquél castillo, caballeros y damas, gente noble que mira con desdén desde su mundo pintado. Pero hay algo raro en aquellas figuras, en sus pálidos rostros, sus crueles miradas, sus bocas, sus… ¿colmillos?. Un frío gélido recorre mi ser. Aquél lugar es el hogar de los demonios, pero ¿durante cuánto tiempo? ¿miles de años quizá?. Las obras de arte están limpias, no parecen sufrir el influjo del paso de los años, no tienen suciedad, ni parecen descoloridas, en un fuerte contraste con el resto del edificio, plagado de polvo, telarañas y olor a antiguo.

--- Oh, cuido de que los cuados no pierdan su “brillo”, que no desaparezca lo que contienen para siempre. Te presento a los señores de Sylvania.

Se me eriza el vello del cuerpo. Aquella voz en mi cabeza de nuevo. Subo el último peldaño con un temblor acusado. Aquél poder siniestro me “lleva” por pasillos y escaleras, pierdo la noción del espacio y el tiempo, quizá lleve días y días deambulando por aquél lugar o sólo unos minutos...

De pronto mis piernas se detienen. Estoy frente a una puerta negra. Poco a poco se abre. En la habitación sólo hay una mesa de madera teñida de rojo, sobre ella levita una espada con empuñadura de plata. ¡El arma demonio!. La hoja irradia un aura purpúrea, en su pomo aparece esculpido el rostro de un monstruo. Aquél arma centra toda mi atención, atrae mi mirada, pero me hace daño. En el interior de mi cabeza miles de alfileres se clavan profundamente. Abro los ojos con espanto, agarrando la empuñadura se materializa un ser etéreo, se parece a uno de aquellos caballeros de los cuadros. Me mira con ojos demoníacos, y en torno a mi se arremolina una neblina blanca y helada. Trago saliva, por un momento siento ira, pero noto que se va apagando, trato de luchar… pero sé que estoy perdido, mi visión empieza a tornarse borrosa, mi cuerpo se vuelve pesado, antes de caer consigo articular una palabra.

- Demonio…

--- Sí, me han llamado de muchas formas a lo largo de milenios, puedes llamarme así si lo deseas… pero prefiero que me llames Miedo.

* * *
Ese fue el principio del cambio, sí. Mi vida no sería ya la misma. Aquél ser me otorgó una existencia eterna, encerrado en este castillo de negros muros. “Eres el elegido” me dijo, pero ¿elegido para qué?. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de lo que quería el demonio. Al comienzo temí por mi alma, pero cuando se lo dije se rió en mi cara. Desde que pisé el castillo mi alma desapareció, la devoró. Sin embargo, no le causa regocijo alimentarse de almas, ya que al fin y al cabo es un demonio encerrado en una espada, su poder está unido al artefacto, no necesita sustento… pero hay otra cosa que anhela, un sentimiento del que se nutre por puro placer. El miedo.

Por eso fui el elegido… Echaba de menos el sabor del miedo humano. La humanidad se había extinguido milenios atrás en este planeta, plagado ahora de bestias y pielesverdes. El arma demonio esperó pacientemente a que la raza del hombre volviera. Cuando lo hizo… seleccionó al que más miedo pudiera proveerle…

Yo soy el elegido… y esta noche, como todas las noches, viviré una nueva pesadilla para su deleite. No me importa la vida o la muerte, no me importan el placer o el dolor... pero tengo miedo.

FIN

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