Maldita jungla. Había estado alguna vez en planetas selváticos, pero aquél era con mucho el más asfixiante. Y la atmósfera no ayudaba en nada, el aire era demasiado espeso y el núcleo estabilizador de su servoarmadura se sobrecalentaba con facilidad. Y luego estaba la humedad, siempre mantenía una película de agua sobre todo lo que estaba en la superficie. Los únicos lugares donde aquél ambiente sofocante podía evitarse eran las poblaciones situadas en el mar.
Protegidas por una cúpula de cristal, las ciudades oceánicas habían sido los únicos lugares de civilización del planeta, o al menos los lugares de civilización imperial. Pero en su opinión aquellos núcleos fueron más irrespirables que el exterior… la semilla de la herejía lo había invadido todo, lo sabía con seguridad, lo había visto. Los ciudadanos adoraban al Sagrado Emperador, pero también veneraban a una miríada de entidades de la Naturaleza con igual fervor.
No tardó demasiado en ordenar una purga. Había llevado pocos efectivos para aquella misión, y les había costado muchas vidas acabar por completo con todos los herejes, pero se hizo. Los núcleos de población cayeron con relativa facilidad, los bombardeos orbitales fueron eficaces contra las estructuras situadas en los mares. Pero la armada del planeta era poderosa, contraatacaron con ferocidad y asestaron duros golpes a los fieles del Emperador.
Cuando el conflicto acabó los herejes habían sido aniquilados, su ejército obtuvo la victoria pero se vio reducido a un puñado de guerreros. A pesar de todo no podía evitar sentir cierta satisfacción, aquél lugar podía haberse convertido en un cáncer para todo aquél área de la galaxia, y ahora era un lugar completamente purificado… o eso había pensado.
Pero se equivocó, las creencias de los herejes estaban fundamentadas en una realidad que no había sabido preveer.
* * *
- Inquisidor…Inquisidor…
Suspiró, acabó de masajearse las sienes en un intento vano de alejar el persistente dolor de cabeza, y se obligó a abrir los ojos.
- Sí Hermana, ¿qué sucede?.
- Hemos recibido una transmisión en respuesta a nuestra petición de auxilio.
- Excelente, ¿quién se ha ofrecido a ayudarnos?.
- Una compañía del Capítulo de los Salamandras.
Se mantuvo lo más sereno posible, no podía dejar que aflorara la tensión que empezaba a germinar en su anterior. Con gesto serio le dijo a la Sororita que podía retirarse. La noticia debería haberlo alegrado, Marines Espaciales acudían a la llamada, quizás la mejor opción ante el problema que tenían entre manos. Pero… ya había tratado antes con los Astartes, eran individuos arrogantes, que creían tener siempre la razón, que decían…no, que aseguraban ser los fieles servidores del Emperador, y que sus acciones estaban justificadas por ello. Apretó las mandíbulas, más de una vez había tenido problemas para imponer su autoridad a un puñado de Marines. E indudablemente él era más creyente que aquellos…aquellos…
Apartó resueltamente una de las lonas que servían de separación entre las distintas zonas de su tienda de campaña. Varios rostros giraron para mirarlo, algunos con gesto interrogativo. Pero no tenía gana de hablar, tampoco serviría de mucho, todos le conocían bien, habían sido su séquito durante decenas de años, y cientos de batallas…
- Inquisidor Cortius, la ayuda ya está cerca, pronto podremos destruir…
Berino se detuvo cuando posó una mirada furibunda sobre él. Era su acólito, y tenía un gran potencial, pero hablaba demasiado, y él no estaba de humor.
- Lo habéis oído ¿verdad?.
- Sí. No es precisamente la solución que buscábamos. – le dijo Cirase, una Hermana Dialogante, que siempre parecía saber lo que ocurría, mejor incluso que él mismo, pero había aprendido a que aquello dejara de irritarle hacía ya mucho tiempo.
- Cierto, pero deberemos conformarnos, ya hemos trabajado con “ellos” antes. – dijo mientras se sentaba en una de las cajas apiladas - ¿Sabes algo de los Salamandras?.
Cirase lo miró con actitud incómoda. Eso lo alarmó un tanto, estaba acostumbrado a medias sonrisas de suficiencia, o a comentarios suspicaces. Frunció el ceño con fuerza, lo que hizo que el dolor de cabeza volviera como un aguijonazo.
- Habla.
- El Capítulo de los Salamandras se creó…
- ¡Basta!, ve al grano. ¿Qué pasa con ese Capítulo? – le cortó enfadado.
- Pienso que te resultará difícil trabajar con ellos, varios… varios inquisidores están convencidos de que están… corruptos.
Aquello cayó como una bomba. Berino se levantó de un salto con los ojos muy abiertos, golpeando de soslayo el Servocráneo que levitaba sobre su cabeza en aquél momento. En el rincón opuesto Morlo comenzó a emitir un ruido sordo, mientras agarraba con fuerza sus armas de Cruzado. En la entrada de la estancia la Hermana Hospitalaria Selania dejó caer una bandeja de latón sobre la que habían descansado un par de vasos de metal que ahora rodaban por el suelo. Mientras, Cirase mantenía sus ojos fijos en él, quizá temiendo un estallido de cólera. Pero estaba sorprendido, aquello no lo esperaba.
- ¡Silencio! – gritó son fuerza – Cirase explícate.
- Su semilla ha sufrido “mutaciones” genéticas a lo largo de su historia, según los informes fueron provocadas por las condiciones especiales de su planeta natal, Nocturne…
- ¿Qué mutaciones? – preguntó Berino con expectación.
- Su piel es oscura, casi negra, y sus ojos son rojos.
- Daemonii!!! – rugió Morlo desde su rincón.
- ¡Silencio!.
Todos quedaron en suspenso, escuchando con atención la actividad del exterior. Sus charlas debían permanecer en secreto. No es que dudara del Adepta Sororitas, pues eran fieles devotas del emperador, pero había aprendido que la información era uno de sus mayores aliados…. y enemigos.
Dejó escapar el aire que había retenido, parecía que su conversación no había sido escuchada. Se levantó y echó a andar hacia la lona de entrada.
- Debo meditar sobre todo esto, más tarde volveremos a reunirnos.
Salío al exterior, con el servocráneo volando a su lado. Como sospechaba no había nadie cerca de su tienda. Apenas quedaban un par de escuadras de Hermanas de Batalla tras el ataque que habían sufrido en el aterrizaje de emergencia. Poco después de la victoria sobre los traidores se hizo patente que la nave interespacial asignada a la misión había quedado gravemente dañada, no podrían abandonar aquél Sistema, ni siquiera podrían permanecer en el espacio a la espera de alguna ayuda. Por eso decidió que bajaran a tierra de nuevo, posiblemente era la Voluntad del Emperador, ya que de ese modo pudo descubrir el verdadero mal de aquél planeta.
Nada más tocar tierra, en uno de los escasísimos claros de la impenetrable jungla, fueron atacados por unos seres reptilianos de fisonomía humanoide. Al principio pensó en los temibles tiránidos, en alguna extraña evolución de éstos, pero lo descartó enseguida. Aquellos seres escamosos usaban armas de metal, parecidas a las de manufactura humana, que disparaban chorros de ácido ultracorrosivo, y proyectiles con forma de flecha, pero no formaban parte de su cuerpo. Probablemente era una raza xenos desconocido, nativa de aquél lugar, y que, de algún modo, habían conseguido influir en los ciudadanos imperiales. Lo peor de todo era que sus líderes parecían poseer poderes sobrenaturales, y si aquella raza se expandía podría llegar a representar un peligro para el Imperio de la Humanidad. Definitivamente la Voluntad del Sagrado Emperador había hecho que él descubriera aquella civilización… para destruirla.
- ¿Inquisidor?.
Se volvió son cautela, mientras despejaba totalmente la mente de los sucesos que habían ocurrido hasta entonces.
- Hermana Cirase,… - miró alrededor, alerta a cualquier testigo inoportuno, satisfecho de que no fuera así continuó - ¿qué quieres?, preferiría meditar a solas.
- No pretendo molestarle señor, será sólo un momento, hay algo más que quizá le interese conocer de los Salamandras.
No contestó, estaba seguro de que en su rostro debía notarse que empezaba a estar enfadado.
- Los Salamandras poseen una iconografía basada en el fuego y en… bueno… en reptiles. – continuó la mujer.
- ¿Qué quieres decir? ¿qué importancia tiene que…? – se detuvo casi sin aliento.
- Nuestros enemigos son reptiles, de aspecto humanoide, pero reptiles al fin y al cabo. Es sospechoso que justamente un Capítulo…
- ¡Espera!, ¿quieres decir que no es casualidad que los Salamandras hayan acudido a nuestra llamada?.
- Bueno… son un Capítulo con un bajo número de efectivos, es complicado encontrarlos por este área del espacio… No estoy juzgando nada, simplemente…
- … señalas una posible realidad. Buen trabajo Cirase, volvamos con los demás, esta nueva información debemos discutirla.
* * *
Los Astartes llegaron apenas tres jornadas después, durante una batalla que estaba resultando espantosamente mal para los fieles del Emperador. Cotius sólo oyó los motores de las naves, posiblemente Thunderhawks, pensó. Pero no podía desviar la mirada de una enorme bestia verdosa que le atacaba con un hacha de relumbrante energía.
Sudaba copiosamente, y le dolía el muslo izquierdo. Dio un paso atrás mientras el enorme lagarto preparaba un golpe con ambas manos, luego puso en vertical su propia espada de energía y con un grito de odio arremetió contra el abdomen de aquella criatura. Notó el desplazamiento del aire cuando el golpe descendente pasó a pocos centímetros de su rostro, pero él ya estaba bajo el reptil, y su espada bendita se enterraba hasta la empuñadura en las entrañas traspasando la piel escamosa con facilidad.
Sin un respiro desclavó el arma y paró la acometida de un nuevo enemigo. Estaba cansado, pero apretó los dientes y comenzó a entonar una letanía. A su alrededor su séquito le acompañó en los rezos, mientras seguían resistiendo los ataques con estoicismo. Comenzaron a llegar sonidos de explosiones por la periferia, con los característicos ruidos de disparo que producían los bólteres de los Guerreros del Emperador.
A su derecha Berino dejó escapar un grito de agonía. Miró en aquella dirección en el momento en el que un nuevo disparo hacía impacto en el núcleo de energía del bólter-rifle de plasma del acólito. Luego todo estalló en lo que le pareció una burbuja multicolor que lo empujaba por el aire.
Cuando su cuerpo golpeó un nudoso tronco apenas se dio cuenta, sentía mucho dolor, pero no sabía donde, quizá por todo el cuerpo. Sólo podía oir un zumbido persistente que parecía rebotar hasta el rincón más profundo de su mente. Cuando se dio cuenta que tenía los ojos abiertos se sorprendió, no veía nada, poco a poco la vista se le fue aclarando, pero sabía que todos aquellos puntitos negros no estaban en el exterior. Sacudió la cabeza y se levantó pesadamente, había perdido la espada, así que desenfundó la pistola infierno, y deseó con vehemencia que aquél zumbido cesara.
En aquél momento vio el agujero que la explosión había creado. Berino debía estar muerto, y aquello de allá parecían… parecían los ropajes de la Hermana Cirase. Se obligó a elevar una plegaria por los dos mientras seguía buscando al resto de su séquito con la mirada.
Aquí y allá vio extremidades y restos de guerreros reptilianos. Un par de aturdidas criaturas se acercaban peligrosamente, afianzó la pistola y disparó. Uno de aquellos seres cayó pesadamente, pero el otro se rehizo con rapidez y lo golpeó en el pecho. Cuando caía pudo ver como la cabeza de reptil era destrozada de un balazo.
Trató de erguirse de nuevo, pero sólo alcanzó a ponerse de rodillas. Aliviado se dio cuenta que Morlo se acercaba a protegerle, tras él la Hermana Selania, cubierta de sangre, se sujetaba la cofia, mientras intentaba ayudar a Cirase, que estaba semidesnuda. Buscó al resto de su menguado ejército, pero sólo vio a tres o cuatro sororitas luchando a la desesperada ante una creciente marea de enemigos.
De repente, comenzaron a aparecer de todos lados Marines Espaciales con servoarmadura verde, no podía saber con exactitud el número pues parecían mimetizarse con los colores verdosos de las plantas selváticas. A continuación aquél pedazo de jungla se llenó de actividad, el combate se recrudeció. Consiguió levantarse tras un tremendo esfuerzo, mientras lo rodeaban sus seguidores. A pesar de la llegada de los Astartes sabía que la lucha no había acabado, no pensaba quedarse mirando… un dolor intenso en el hombro izquierdo le hizo rechinar los dientes. Selania le había inyectado algo, el dolor de todo su cuerpo comenzó a apagarse poco a poco.
- ¿Qué me has puesto? - rugió a la Hospitalaria.
- Es sólo para el dolor, podréis seguir luchando mi señor.
- Perfecto, no puedo permitirme…
Vio con estupefacción como la cabeza de la mujer era cercenada con limpieza, por un arma de ancho filo. Unos ojos reptiloides, que comenzaron a acercársele, le devolvieron a la realidad. Apretó el gatillo con rabia, y la Pistola Infierno abrió un agujero en el antebrazo escamoso del atacante, pero no frenó su acometida. Cuando el brazo armado del reptil bajaba vertiginosamente hacia él algo se movió velozmente a su izquierda. En un abrir y cerrar de ojos el servocráneo se interpuso entre él y la afilada hoja enemiga, desviándola lo suficiente para que sólo le destrozase la hombrera izquierda. Sin tiempo volvió a apretar el gatillo y una explosión de vísceras lo bañó en fluidos viscosos.
Se limpió desesperadamente los ojos, mientras creía oir acometidas por todas partes.
- ¡Mi espada!, ¡necesito mi espada!.
- Está tres pasos a su derecha Inquisidor. - era la voz de la Hermana Dialogante, Cirase, parecía muy cansada.
------------------------------------------------------Notas en la segunda parte.
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Semilla de Herejía (2ª parte)
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