Al cabo de una hora estaba ya aburrido de ese ambiente, en la taberna la gente no estaba nada festiva, y mucho menos camorrista. Se imaginaba como sería aquello los días del crudo invierno, y se dijo que no pretendía esperar tanto, aquél trabajo de matón era tan sólo temporal.
Interrumpió el gesto de bostezar al observar la entrada de un grupo de hombres de mirada asesina. Frunció el ceño. Iban todos con las armas en la mano y miraban a los parroquianos con asco.
- Eh cerdos!, levantaos de ahí!! Ese sitio es nuestro.
El que parecía el cabecilla del grupo asestó un puntapié a la silla de un hombre de barba cana tirándolo al suelo aparatosamente. El hombre se levantó y agarró la empuñadura de su espada, pero se lo pensó mejor y, tragándose su orgullo, abandonó el establecimiento acompañado por las risas del grupo de camorristas.
- Eso no ha estado bien amigo, estaba cerrando un buen trato con ese tipo – el que hablaba era el otro “cerdo” que estaba aún sentado en al mesa.
Era un tipo alto, pues a pesar de estar sentado hablaba casi a la misma altura que su interlocutor. Vestía capa y capucha negras y lo poco que se podía ver eran unos ojos fríos, una nariz puntiaguda y una perilla alargada.
- Yo no soy tu amigo, puerco! – espetó el jefecillo mientras le lanzaba un puñetazo
El encapuchado lo esquivó y lanzó la mesa al grupo de matones con ayuda de las piernas. Con ágiles movimientos sacó un par de dagas curvas y se aprestó a la defensa. La atestada taberna comenzó a vaciarse rápidamente.
- No quiero peleas en mi casa Sagrius – la dueña, desde detrás del mostrador, trataba de mantenerse tranquila pero la mirada que le dirigió el jefe de los indeseables le había quitado el color del rostro.
- Tú a callar palomita!, este antro es también mío y hago lo que me da la gana en “mi casa”. A este larguirucho se le van a quitar las ganas de saltar cuando le ponga las manos encima.
- Más respeto hacia la señora bestia, que yo sepa esto sólo tiene una dueña, que es la que me ha contratado – dieter hablaba apoyado en el mostrador, mantenía la maza bajada indolentemente, pero sus ojos tenían una mirada peligrosa.
- Vaya, no has tardado mucho en buscar otro perro eh? – Sagrius se dirigía a Vila pero no apartaba los ojos del joven, sentíase incómodo ante un simple muchacho y eso lo enfurecía – deberías haberme consultado antes de contratarle, así te hubieras evitado problemas, qué pasa? Te has quedado muda?.
La mujer era incapaz de articular palabra, parecía aterrada.
- Una sucia bestia asquerosa como tú no es posible que entienda el lenguaje de la gente normal – Dieter estaba deseoso de entrar en acción, esperaba que el insulto hiciera mella en el tipo.
- Muchacho, ¿tanto de seas la muerte? – la expresión de Sagrius había cambiado, apretaba la mandíbula con fuerza y su mirada había adquirido un brillo demente – tranquilo que te llegará pero...
Inesperadamente se abalanzó sobre el encapuchado y le asestó un golpe con la empuñadura de su espada. El encapuchado, sorprendido y aturdido no tuvo tiempo de reaccionar cuando dos de los tipejos de Sagrius se le abalanzaron y comenzaron a golpearle con saña.
- Encima de bestia asquerosa, un cobarde! – y Dieter se dirigió hacia la pelea – buen elemento.
- Vamos!, ven pequeñín que te voy a hacer una cara nueva .
Desde luego, - pensaba Dieter – aquél Sagrius era lo más parecido a una bestia. Robusto y de potente musculatura, tenía un mentón prominente y cuadrado. Y tenía mucho vello, un vello pelirrojo que se iba oscureciendo a medida que uno se fijaba en la suciedad que parecía inherente del cuerpo, tanto que no era fácil distinguir en color cobrizo del color negro, ni saber si los rizos eran de nacimiento o “de adopción”. Sus acompañantes no se caracterizaban tampoco por su amor a la higiene, los tres parecían cortados con el mismo patrón que su jefe, sólo que éste era más corpulento.
La maza se estrello con la gruesa espada de Sagrius, que rápidamente contraatacó con una embestida, Dieter consiguió eludirla. Sin un respiro hubo de parar el ataque de uno de los esbirros y, casi inmediatamente saltó a un lado huyendo de la afilada hoja del jefe. Atacó al esbirro con fuerza y, mientras éste trataba de parar desesperadamente la maza, le clavó la daga en el vientre hasta la empuñadura. Casi a la vez Sagrius le asestó un puntapié en el brazo armado con la maza y le hizo perder ésta.
Desarmado, agarró una silla para parar las acometidas de Sagrius, pero se hizo astillas muy pronto. Desesperado, se tiró al suelo y desde esa posición usó las piernas para derribar al matón, aprovechando esta circunstancia se echó encima de él y comenzó a propinarle una serie de contundentes golpes, machacando el rostro sistemáticamente.
El pelirrojo se lo quitó de encima violentamente, ambos se pusieron en pie y se miraron fijamente. Resoplando, Sagrius se pasó la mano por los labios tumefactos y la nariz aplastada, rugió enfurecido.
-Maldito seas!! te destrozaré con mis propias manos – y se abalanzó como un energúmeno.
Dieter hizo una finta y, viendo el costado de su enemigo desprotegido lo castigó sin piedad. Cuando el matón echó mano de su castigado costado, comenzó a asestarle rapidísimos puñetazos en boca y nariz, acabando con un golpe en el cuello que tumbó definitivamente a Sagrius.
Cansado, se dejó caer al suelo, desde ahí observó como el encapuchado estaba dándole lo suyo a los dos indeseables que le habían atacado. El tipo luchaba bien, a pesar de la brecha de la frente parecía tener las ideas muy claras, paraba cada ataque de sus enemigos una y otra vez, hasta que, sin previo aviso, decidió atacar. Los pobres infelices no eran contrincantes para él, en poco tiempo uno yacía con la garganta abierta, después le seguía su compañero, que moría con el corazón atravesado.
Con una sádica sonrisa el encapuchado fijó sus ojos en el cuerpo de Sagrius y dijo:
- Lástima, me hubiera gustado acabar con él.
- ¿Está...está muerto? – se oyó la débil voz de la dueña..
- Así es señora, quizá me pasé con el golpe – dijo Dieter sin apartar la vista del tipo encapuchado, habí algo raro...- mi nombre es Dieter amigo – le dijo tendiéndole la diestra.
- Me alegro muchacho – y sin prestarle atención se marchó por la puerta.
- Ummm – Dieter, con la mano aún suspendida en el aire, tenía una expresión confundida – que extraño, juraría que le he visto una oreja puntiaguda... –susurró.
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