viernes, 24 de julio de 2009

El Hechicero [Relato Warhammer Fantasy]

EL HECHICERO
Se encontraba intranquilo, hacía tiempo que no se sentía así, y era por esa misión que la Inquisición le había propuesto. Todo había ocurrido de manera extraña, se encontraba ya instalado en un camarote bastante sucio de un galeón que se dirigía al Nuevo Mundo cuando un sacerdote pidió hablar con él, ¿qué hacia un sacerdote en Barak-Varr?. Le había costado mucho hacer entrar en razón al capitán de la nave sobre sus derechos como persona erudita, aunque había conseguido ese camarote sabía que el viaje no iba a ser sencillo, se había enemistado con la máxima autoridad del barco y ahora un sacerdote iba a complicar las cosas. Cuando entraron en su cubículo sin llamar sus ojos se encendieron de ira, miró directamente al capitán esperando una expresión bobalicona, pero no fue así, parecía asustado, y fue entonces cuando observó al sigmarita, vestía de cárdeno y negro y de una cadena colgaba visible la insignia de la Inquisición, a nadie le gustaba que esa institución tan temida olisqueara en su casa, pensó mirando al capitán, pero pronto éste los dejó solos con una exagerada reverencia al monje.

Lo que le dijo el fanático de Sigmar cayó como una bomba en su mente, la Inquisición le pedía a él - se guardó el gesto de incredulidad para sí - que hiciera un trabajo. Le habían tratado tan mal al marcharse que le dieron ganas de echar a patadas al religioso, pero sintió curiosidad por el trabajo y esperó las explicaciones.




¿Explicaciones? Eso no eran explicaciones, era lo de siempre, trabajo sucio, y encima no le había dado demasiada información, sólo que era necesario investigar un asunto en Karaz Uzkul, un lugar al norte de la fortaleza enana de Zhufbar, parecía probable que apareciera una gran oscuridad en el lugar. Maldita sea!, el asunto le interesaba, precisamente era el Caos lo que lo había hecho abandonar la Inquisición, bueno lo que había hecho que lo expulsaran, le gustaba demasiado desentrañar secretos, sobre todo oscuros... Y eso lo sabían en el Culto de Sigmar, oficialmente no se daba crédito a ese rumor sobre Karak Uzkul, incluso las altas esferas sigmaritas lo negaban, sin embargo, como él bien sabía, había facciones en su interior, y algún poderoso Inquisidor había dado su nombre como solución. Es más, se le ofrecía una generosa recompensa, no solo dinero, que para él poco importaba, sino que se le concedía licencia para inspeccionar el ala de la biblioteca sigmarita referente al Caos, eso era muy jugoso, por cuanto a él jamás se le había concedido ni siquiera echar un vistazo. Pero, y su viaje? meses había tardado en planearlo, en sobornar incluso, y ahora qué?, el sacerdote no esperó ninguna respuesta, dio por hecho que él se entregaría de lleno en el asunto...lo conocían tan bien...

Y ahí estaba, en un poblacho casi deshabitado, había contratado los servicios de algunos mercenarios, e incluso el sacerdote había decidido acompañarlo, mucho se temía que para vigilarlo, y estaban esperando a aquél personaje para poder continuar viaje, cierto que si conseguía llevar a cabo la misión que él mismo le había confiado podían estar tranquilos, parecía poseer demasiada información y era importante que no llegara a su destino, pero ya hacía dos días que se había ido y...

Se encontraba intranquilo..., y los aldeanos parecían ovejas asustadas, lo tenían por un inquisidor, bueno sí, en cierto modo eso era lo que aparentaba, el propio sacerdote le “obsequió” con una amplia capa negra con la insignia inquisitorial bordada, le dijo que como vestía podía dar demasiado la nota, había que tratar de pasar desapercibido... ¿cómo inquisidor? ¿entre aquella gente? JA, al menos le había dejado conservar su tiara y el resto de su vestimenta.


Sólo esperaría como mucho un par de días más... pero... pero no podía esperar!, para él la información que pudiera guardar el huido no importaba, a pesar de lo dicho por el sacerdote no veía peligro en que anduviera suelto, y sin embargo había decidido hacerle caso y mandar a alguien para que lo matara, sólo cabía esperar el informe de esa muerte. Llevaban dos días esperando y él no quería esperar más, le ponía nervioso no hacer nada, no avanzar, y más con la información que pudo reunir en la taberna de aquella aldea, al parecer en las montañas cercanas vivía, o malvivía, un viejo loco, un eremita, que habían expulsado de la población años atrás, pero lo que le interesaba es que, según decían, este viejo juraba y perjuraba que el mal se elevaría de Karaz Uzkul, y él estaba destinado a obtener su bendición. A Emil todo eso le resultaba interesante, pero algo vago, por eso debía tratar de hallar a aquél loco, cuando preguntó por las señas de su ubicación los parroquianos lo miraron con estupor, hablaban de que era un ser oscuro, un poseído, un endemoniado, por eso lo expulsaron, aunque mejor sería decir que se fue por sí mismo, pues aquellas gentes le temían, decían que tenía un poder del demonio, y con grandes aspavientos le contaron como acabó con el sacerdote de Morr que había en la aldea.

Todo ese miedo de la gente le daba arcadas, ¿cómo podían ser tan asustadizos? Incrédulos!!, el mundo estaba lleno de incrédulos, si supieran la verdad de todo lo que ocurre, la verdad de lo que les rodea, si esos estúpidos tuvieran sus ojos de mago verían fluir torrentes y torrentes de magia por sus pies, por sus cuerpos, por todo, empapándolo todo. Desde que inició el viaje había notado el poder rebosar, cuanto más se acercaba más poder sentía, y ¿cómo decirles a aquellas gentes que estaban rodeados de manantiales de Caos?, el Caos, esencia de toda la magia en la Tierra. Cada vez estaba más seguro de que aquél eremita podía ser simplemente un mago, pero que lo habían malinterpretado, alguien que se había dado cuenta de que el poder mágico crecía en el lugar. Sin duda tenía que llegar al fondo de todo esto, y lo primero era partir y encontrar a ese personaje.

Tras discutirlo con el sacerdote logró imponer su criterio, por supuesto no le comentó todo lo que pensaba él al respecto, y partieron hacia las montañas. Debía hacer frío porque los hombres se arrebujaban con sus ropajes, pero él no sentía el frío, el viento de Hysh, el predilecto de su Orden, fluía con fuerza, y él sólo tenía que coger un poco de ese calor de la magia de la Luz para calentarse. Estaba pletórico, se sentía poderoso, esperaba que ese viejo pudiera darles la información que querían, ya se veía en Karaz Uzkul desentrañando sus secretos. Y en eso estaba pensando cuando atacaron la expedición, un grupo de embozados aparecieron a ambas orillas del camino y, sin mediar palabra, les atacaron. Emil juraría que a los atacantes les brillaban los ojos....

No es que los hombres que defendían la caravana fuesen muchos pero casi triplicaban al número de embozados que los atacaban, y sin embargo pronto se dio cuenta de que eso no importaba, eran demasiado buenos para sus hombres, mercenarios contratados rápidamente, ni siquiera estaba seguro de que la mayoría lo fuera, parecían bandidos y asesinos, ansiosos por encontrar dinero o algo caliente que echarse a la boca, quizá debería haberse encargado personalmente de reclutar gente, pero dudaba que por ese lugar encontrara algo mejor en tan poco tiempo. Al menos podía confiar en los hombres que le había mandado la Inquisición, como él habían pertenecido a los Cazadores de Brujas, al menos en algunas misiones, y ya se había acostumbrado a fiarse de esa mirada fanática que asomaba en aquellos hombres cuando se trataba de llevar a cabo el mandamiento de Sigmar; cierto que en otro tiempo los había temido, él era hechicero y para el culto sigmarita eso siempre era sospechoso y síntoma de maldad u oscuridad, pero entonces él había sido un valioso aliado contra demonios y brujos y por eso lo buscaron, y entre esos fanáticos había llegado a encontrar buenos amigos e incluso respeto, hasta que las cosas se torcieron, intrigas...siempre intrigas.
Dejó de lado esos pensamientos y volvió a concentrar su energía, frente a él un semicírculo de luchadores lo protegía, el sacerdote y los que había llevado con él se mostraban imperturbables, no dejarían pasar a nadie hacia su posición, se alegraba por ello, no deseaba mancharse las manos con sangre, prefería el ataque a distancia, confiaba ciegamente es su magia. Una vez más sus ojos refulgieron como la cegadora luz del sol y lanzó un potente rayo de calor a uno de aquellos encapuchados, el pobre desgraciado comenzó a derretirse entre gritos de agonía.

Estaba seguro que cerca de allí había otro poder en conexión con aquellos hombres cubiertos, pero no podía descifrar que era, quizá alguien que les otorgaba un hechizo de fuerza?, no, parecía más bien un hechizo de valor o... y si no eran más que marionetas? En el pasado había luchado con nigromantes y no era raro que la mayor parte de sus secuaces no fueran más que una cáscara vacía, pero en algún rincón de su mente supo que esto no era igual, la destreza que usaban era superior a algo animado a distancia, pero entonces?..

Ahí!! A su izquierda, algo había brillado era...alzó una mano y susurró palabras de poder a tiempo de detener....


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Aquél rayo de energía lo había casi saturado, apenas había podido pararlo. Pequeñas gotas de sudor empezaron a surcar su frente mientras pensaba que debía ser un ser muy poderoso para haber conseguido enviar ese ataque sin que él no se percibiera del peligro hasta que casi lo tenía encima. Y el caso es que no había nada, no sentía a nadie cerca, y eso lo preocupó aún más, se tenía por un hechicero bastante bueno y pocas cosas se le escapaban si se refería a la magia. O el que le había lanzado el rayo era muy veloz o tan poderoso que era capaz de disfrazar el gran poder que debía tener. A su alrededor la acción se había detenido, inexplicablemente los embozados retrocedían mientras los hombres de Mathos permanecían silenciosos, no le agradaba que aquél sacerdote y los demás se hubieran dado cuenta de lo que le había costado detener aquél ataque mágico, pero era ya tarde y sostuvo la mirada del sigmarita, que al momento desvió su atención hacia el lugar de procedencia del ataque y comenzó a hablar.

-Guardaos del poder demoníaco hermanos! – no miraba a nadie pero sus hombres comenzaron a recitar plegarias en voz inaudible. Emil pensó para sí que aún le daba escalofríos observar el “fervor” tan fanático de hombres como aquellos.

-Ningún mal debe pisar la tierra de Sigmar – continuó el sacerdote – debemos ser el martillo purificador de los hombres...

Basta de peroratas. Emil empezaba a enfurecerse. Todos allí sabían todo eso, por qué tenían que remarcarlo tanto los religiosos??. En el momento en que iba a atreverse a interrumpir al sirviente de Sigmar volvió a sentir un enorme poder que se dirigía hacia el grupo de fanáticos. Esta vez era más potente y se obligó a mirar hacia el origen de aquél nuevo ataque.

Ahora sí que veía claramente el dueño del poder. Un hombre viejo, de pelo largo y cano mantenía una mano extendida hacia ellos, sus ojos parecían totalmente negros y sus resquebrajados labios debían estar susurrando algún tipo de conjuro. Sostenía una vara que se hallaba rodeada de un vapor negro, que refulgía con fuerza..

La explosión cerca de él le dijo que el malvado conjuro había conseguido su objetivo, pero por alguna razón no temía por el sacerdote. Desbió sus ojos un instante y así era, ahí estaba el religioso, parecía haber desviado el ataque con su martillo, podía distinguir más allá a los embozados destrozados entre una neblina oscura. Sonrió, como había pensado tenía útiles aliados, volvió a concentrar poder en torno a él y se preparó para contraatacar.

Mathos con un grito dirigió la carga hacia el líder mágico, todos lo siguieron, los embozados estaban aún aturdidos y tardaron en reaccionar. Mejor así, se dijo Emil, él también cargaba con los demás, no importaba si dejaban atrás los carros, se podían dar por perdidos, los animales de tiro estaban la mayoría malheridos, el ataque de los encapuchados había tenido ese objetivo en realidad, ese y diezmar a los defensores, sonrió, sí que habían muerto muchos de ellos pero casi todos eran mercenarios contratados precipitadamente o campesinos desempleados, no le importaban.

El hechicero oscuro los miró preocupado, gritó algo y de la derecha, entre los árboles, aparecieron un grupo de hombres bestia; liderados por una criatura de tremendos músculos cargaron contra los humanos. En poco tiempo ambas líneas chocaron con estrépito, aquí y allá saltaba la sangre, miembros amputados, heridas horribles,... Emil reprimió una arcada, nunca le había gustado la sangre, pero deseaba entrar en acción, a lo lejos el enemigo huía, estaba seguro que ese ser tenía respuesta para muchas de sus preguntas, se dijo si estaba contemplando al “viejo loco” que le habían hablado en aquella aldea. No escaparás!!, y con un rugido entonó uno de sus hechizos más poderoso, también era el que menos le agradaba.
Una oleada de fuerza y poder lo colmó, durante un tiempo se convertiría en una máquina de matar, eso lo sabía, pero debía ser rápido, el hechizo no duraría mucho. Cogió su espada con fuerza y partió por la mitad a una de las bestias, con el bastón aplastó el cráneo de otra.

Las criaturas a su alrededor se detuvieron inquietas, aquél humano brillaba, les hería sus ojos, y mataba a sus hermanos con fiereza; pero su líder no parecía impresionado, con rugidos y gesticulaciones imperativas los animó de nuevo a luchar, lo miraron un instante y de nuevo se convirtieron en bestias de mirada sanguinolenta que atacaban sin descanso.


Tras un rato de enconada lucha se hizo evidente que las bestias se sentían inseguras, las bajas sufridas pesaban demasiado y cuando su líder cayó salieron en desbandada. Ya era hora, pensó Emil, el hechizo de poder había acabado un instante antes y se encontraba cansado, miró en derredor. El sacerdote estaba tan fresco con el martillo descansando sobre uno de los hombros, miraba preocupado a la distancia, seguro que pensaba en el fallo de haber dejado escapar al hechicero oscuro, pero a su alrededor sus hombres estaban deshechos, habían muerto la mayoría, y el resto o estaba herido o demasiado cansado, algunos se derrumbaban en el suelo de puro esfuerzo, esto hizo sonreir a Emil, si pudiera con gusto haría lo mismo, pero sabía que sería contraproducente, minaría el respeto que ahora tenían aquellos hombres, tras los gestos de extrañeza que le lanzaron tras su excesivo esfuerzo para detener el primer ataque mágico ahora en la refriega las cosas habían sido distintas, le habían visto matar, mutilar y degollar como cualquier buen guerrero, sus ropas así lo sugerían, estaba empapado en sangre y vísceras, y ahora cuando lo miraban había un respeto que antes no hubiera conseguido sólo con sus hechizos. Cierto que había luchado tan bien gracias a un hechizo, pero eso ellos no lo sabían. Oyó como llamaban a Mathos hacia la izquierda, varios hombres se habían dirigido hacia los embozados caídos y parecían nervioso mientras uno de ellos estaba acuclillado sosteniendo la capucha oscura de uno de los enemigos. Frunció el ceño y se dirigió al lugar.
El religioso estaba más cerca y llegó antes que él, sólo pudo oir las últimas palabras del hombre agachado.

-... debemos pedir ayuda, esto es muy grave.

-Somos la única ayuda de que disponemos, no podemos permitir que esto llegue a los oídos de...- el sacerdote guerrero enmudeció rápidamente en cuanto se percató de la cercanía del hechicero.

Pero él ya había visto el rostro del encapuchado antes de que el hombre dejara caer de nuevo la capucha. Increíble!. No podía creerlo, estaba seguro de haber reconocido a la caída. Una mujer, pero no una mujer cualquiera, tenía en la cabeza una especie de diadema que adornaba su frente, una fina lámina de metal con la insignia del Santo Sigmar en el centro; lo había visto a menudo, en novicias de conventos esparcidos por todo el Imperio. Su gesto de estupor debío ser significativo, Mathos y el resto de los hombres se miraron entre sí preocupados.

Tras recoger lo indispensable y dar sepultura a los muertos, tanto hombres como...aquellas mujeres embozadas, Mathos lo convenció de dar media vuelta y regresar a la aldea, ni siquiera le había explicado todo aquél extraño fenómeno, y su mente era un hervidero de pensamientos e ideas encontradas. Ni tan siquiera el recibimiento funerario que les hicieron en el poblacho le hizo pensar en otra cosa, estaba seguro que el religioso tenía cosas que decirle, tenía que contarle todo, sí, tenía que contarle muchas cosas. Se encerró en el cuartucho que le habían alquilado de mala gana y esperó, el sacerdote debía de venir. Estaba oscureciendo, y el cansancio era evidente, pero sabía que no podría dormir aquella noche, no sin respuestas.


Golpes en la puerta. Ahí estaba. Mathos entró en la habitación sin esperar un hipotético permiso que ambos sabían que no importaba. Avanzaba con la cabeza erguida pero le rehuía la mirada. Bien, pensó, eso significa que me respeta, había habido momentos en los que él se había sentido acorralado por religiosos como aquél, aún perteneciendo al mismo bando, pero eso eran ya tiempos pasados.

-Y bien?, supongo que todo esto tendrá una explicación no?.

-Señor Von Sorga... el asunto...- sus miradas se habían cruzado y el religioso se dio cuenta de que tenía el ceño fruncido-..ejem, lo que ha visto antes es vergonzoso...

-Ya basta! –increíble, lo trataba como un feligrés de una ermita perdida en algún rincón, estaba furioso, pero debía contenerse- Mathos usted y yo sabemos que no soy tan corto de mente como para que trate de dar rodeos sin sentido, vaya al grano.

-Esta bien, esos..esas encapuchadas pertenecían a una de las órdenes relativamente nuevas de una región vecina, habían llegado rumores a la Iglesia de conductas herejes en conventos afiliados a Sigmar. Se me envió para aclarar el asunto hará cosa de tres meses, y encontré un convento vacío y corrupto. Investigué y descubrí rumores sobre algo “milagroso” que estaba ocurriendo, de hecho había gentes que pensaban que era cosa del mismísimo Sigmar, y se hablaba de “procesiones” de acólitas devotas al Dios del Martillo. La incredulidad de la gente llega a tal extremo que en cuanto me veían hablaban de milagros que estaban ocurriendo, había seres que aparecían y desaparecían sanando aquí y allá a enfermos y malheridos. Milagros!, rápidamente inicié mis pesquisas, los “curados” no llevaban ya una vida normal, se alejaban de su gente y “peregrinaban” a las montañas. Seguí una de estas procesiones y lo que vi al llegar a la meta me erizó el vello. Todos eran sacrificados en un altar blasfemo, el poder corrupto crecía más y más, había que hacer algo. Así que puse en conocimiento de los Altos Cargos eclesiásticos lo que estaba ocurriendo, la Inquisición se interesó rápidamente y se organizaron batidas de purga. Le puedo asegurar que “destruimos” gran cantidad de elementos corruptos, pero aún así el poder oscuro no parecía decrecer, hasta que de repente todo cesó, no volvieron a aparecer ni “curados” ni esas “sanadoras” por ningún lado. La Inquisición dijo oficialmente que el mal había remitido, pero no todos los inquisidores pensaban igual, siempre ha habido disputas entre las diferentes ramas del clero, así que los Altos Cargos se lavaron las manos, dejaron libertad para que cada cual obrase según los designios de Sigmar. Yo estaba al servicio de un Gran Inquisidor muy conocido por su celo, y me dijo que siguiera investigando y vigilando. Así fue como descubrí ciertos rumores que hablaban de Karaz Uzkul como de un lugar oscuro y peligroso, un lugar al que muchos iban y no volvían..se da cuenta?? vuelven a aparecer peregrinaciones, y a no mucha distancia de las que ya se habían dado. Informé a mi superior, y este habló con algunos inquisidores más, pero no había soluciones, nadie quería mover efectivos hasta que no fuera probado el asunto, incluso se le negó a mi superior intervenir directamente, pero no se le impedía seguir investigando, así pues se me encargó formar un grupo de “investigadores”...

-Y donde encajo yo?.

-Usted? no lo sé, me fue “señalado” y...

-Necesitaban alguien que no estuviera vinculado con ninguna otra fuerza inquisitorial, alguien con poderes mágicos. Ambos sabemos que los hechiceros de la Inquisición están muy vigilados y seguramente podría meter en un lío a su jefe si “pedía” la inclusión de uno de estos hechiceros en su grupo investigador.

-Así es...

Se produjo un espeso silencio. Lo que había contado el sacerdote lo preocupaba, no el hecho de esas peregrinaciones, ni siquiera por el creciente mal de aquél lugar, Karaz Uzkul, sino por su propia seguridad, en cierto modo actuaban a espaldas de la propia Inquisición, aún cuando aquél religioso pensara que estaba haciendo lo que debía la Inquisición en sí no quería saber nada del asunto, lo que significaba que se mantendría a la espera de cómo se desarrollaran los acontecimientos, y no era bueno que él estuviera ahí como un “mal necesario”. No, no le gustaba la idea, pero todo lo que había ocurrido hasta el momento no le hacía más que desear ver el final de todo aquello. Ahora lo que le urgía era saber quién lo había “señalado”, hasta el momento se había sentido incluso honrado de que alguien lo tuviera en cuenta para este trabajo pero... y si era un antiguo enemigo?? sería una manera de deshacerse de él, meterlo en este lío... El golpe de la puerta al cerrarse lo hizo salir de sus pensamientos, Mathos se había ido. Ahogó una imprecación y se recostó sobre el camastro. Siempre habría oportunidad de preguntar sobre el que lo había elegido.

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