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DE MADERA
La cálida madera lo esperaba una
noche más. Lo miró mientras se acercaba despacio, enterrando los pies descalzos en la alfombra, con esa expresión triste y ausente que casi nunca lo abandonaba desde que lo había conocido. Con la soltura que da la práctica se sujetó la rebelde melena en una apretada coleta a la altura de la coronilla y se arremangó por encima de las muñecas.

Se sentó en el taburete de siempre y empezó a acariciarla. Sus ojos, cansados y apagados, seguían las líneas veteadas que iban rozando las yemas de los dedos. La madera, un enorme trozo de olivo centenario, había acabado aprendiendo que formaba parte de un ritual, aunque le había costado casi un año aceptar la situación. Cuando la trajeron, lo primero que vio fueron las herramientas del oficio de su nuevo dueño. Perder su libertad le había dolido más que dejar atrás su vida, pero saber que su forma estaría a merced del capricho de aquel hombre taciturno la había aterrado.