domingo, 8 de noviembre de 2015

El señor de los mocas (Relato no ficción)

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EL SEÑOR DE LOS MOCAS

Se sienta ahí día tras día. Junto a la ventana. Quizá trata de descubrir si lo que se desarrolla a través del vidrio forma parte de la realidad o es solo una pantomima escenificada solo para él.


La camarera lo conoce, pero tan solo como a cualquiera de las mesas a las que cada amanecer debe arrancar un lustre que jamás han tenido. No masca chicle, tal vez lo único que al hombre pudo haberle asombrado los primeros días en que su visión se velaba sobre el café ardiente. Pero sí tiene ese gesto de hastiado cansancio de película americana, la mirada derrotada y esa sonrisa impostada mil veces ensayada antes de agarrar el mandil cada mañana.

Él llega temprano, se sienta en su mesa, aquella pegada a la ventana más grande, y con tono suave da los buenos días y pide el café chocolatado. Un sobrecito de azúcar pierde el sentido en sus manos, pero le da vueltas mientras se recrea en el espectáculo callejero. Un suspiro, una sonrisa irónica y la cucharilla se hunde en el espumoso océano tintado de avellana. Deja que su mente divague, y que el tiempo se escurra mientras la camarera despliega el guión de la cartelera para los peregrinos deseosos de confesar sus miserias. Tras el primer sorbo el color se aligera en el escenario. Actores y peregrinos pasan a ser simples objetos animados, sin mayor importancia que la rebelde manchita del mantel de caucho sobre la que posa las yemas de los dedos día a día.

Al rato se marcha, no necesita pedir la cuenta. Junto a la taza vacía deposita dinero y propina, se despide y se afana en volver al escenario de fuera. A su espalda la camarera suspira, incapaz de descubrir el secreto mientras a través del vidrio ve como la sonrisa perenne del hombre acompaña su jovial soltura barriendo sin descanso la acera.


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