PRUEBA DE TORMENTA
Estaba
nervioso y se sentía vulnerable. A pesar de sus esfuerzos por mantener
la serenidad las cosas no estaban saliendo como había esperado. Sabía
que aquella prueba era demasiado importante, no solo porque pudiera
otorgarle un estatus mayor en su tribu, si no porque los Hermanos
Celestes habían decidido estar presentes. Si el Gran Dios de la Tormenta
así lo quería podía formar parte de esos poderosos guerreros, los Cimeras Negras, y ese simple conocimiento le daba vértigo.
Captó
un movimiento a su izquierda e inmediatamente se encorvó más para
tratar de esconderse entre la hierba alta. Su respiración se agitó un
poco, pero logró mantenerse quieto el tiempo suficiente hasta descubrir
un gamúe que, sin notar su presencia, siguió su camino
despreocupado. Sus músculos se relajaron, Chuluun sabía que el resto de
participantes de las pruebas debían estar pasando por lo mismo, pero
tenía la desagradable sensación de que él lo estaba haciendo muy mal.
La
estación de tormentas estaba a punto de acabarse, sobre su cabeza el
cielo plomizo cargado de agua y electricidad no tardaría en desatar su
poder y sería otra jornada más perdida. Se irguió un poco, de manera que
pudiera otear por encima de la hierba gris, y decidido se lanzó a la
carrera en una dirección al azar. Lo importante era mantenerse en
movimiento, no pensar demasiado y tratar de superar los objetivos
impuestos. Mientras trotaba con movimientos ágiles fue incapaz de alejar
los pensamientos que le estaban haciendo perder las pruebas y eso lo
contrariaba. A su derecha vio un reducido grupo de carbales y
redujo la velocidad, quizá aquella era la respuesta. Tal vez haber
perdido estos dos días sin resultados era por haber evitado el camino de
los sueños.
Pero someter el alma de un carbal era peligroso. Solo había tenido un viaje carbalar
en su vida, y aún se le encogía el estómago cuando lo recordaba. Aquel
sueño místico lo había marcado, para bien y para mal, pues gracias a él
también había logrado dar forma definitiva a su animal tótem. Sin
embargo, sus sueños eran inquietos, ya no recordaba la etapa de su vida
en que despertaba completamente tranquilo y feliz. Pero no veía otra
solución posible, el reino de los sueños era la respuesta, lo intuía.
Aguzó
la vista mientras se acercaba sigilosamente a la pequeña manada equina,
primero debía asegurarse de que no hubiera algún depredador acechando a
los animales. Convencido de que no había peligro centró su atención
para seleccionar al más indicado para lo que quería hacer. Estaba de
suerte, era una manada de sementales, la mayoría jóvenes y
temperamentales, ejemplos extremos de su salvaje especie; había también
un par de machos adultos, de buena planta, rezumando fuerza y seguridad.
Desechó estos últimos sin pensarlo demasiado, solo cuando él mismo
fuera mayor podría someter aquel tipo de ejemplares. Incluso un carbal joven le iba a dar problemas, estaba seguro.
-Un caballo ruano azulado, similar al carbal que aquí señalo- |
Cuando
lo creyó conveniente se levantó y dejó que el animal hiciera lo mismo.
Aunque parecía tranquilo no se confió y echó mano del saquito de especia
amarilla, cogió un puñado y sopló sobre los belfos del carbal.
El equino echó la cabeza hacia atrás e hizo amago de encabritarse, pero
con palabras suaves logró contenerlo hasta que la especia hizo su
efecto. El animal entró en una especie de duermevela, sus movimientos se
ralentizaron y bajó la cabeza. Pronto quedaría dormido, así que Chuluun
soltó la cuerda y dio comienzo a los preparativos. Volvió a coger el
saquito de las especias y esta vez usó la de color púrpura, la más
preciada. Con ella dibujó un círculo alrededor del carbal y de sí mismo,
así mantendría fuera a los depredadores. Era un enorme gasto teniendo
en cuenta lo que le costaba a un muchacho como él hacerse con la
"especia escudo", pero su tribu contaba con él para superar las pruebas y
estaba decidido a hacer lo que fuera posible.
Acabado el círculo protector se preparó para la conexión, se despojó de las armas y la ropa, y se abrazó al cuello del carbal.
La piel del animal era perfecta, parecía del color de la tormenta, lo
que era muy apropiado. Empezó a acariciarlo con movimientos lentos y
repitió el canto en susurros. Cerró los ojos y se concentró en acompasar
su respiración con la del equino. Sin apenas darse cuenta dio comienzo a
un acompasado vaivén al que de inmediato se sumó el carbal. Se
amodorró y se dejó vencer por el sueño; los latidos de ambos se
abrazaron y avanzaron juntos por el camino de los espíritus.
Chuluun
oía lejano el TUM TUM, las formas a su alrededor comenzaron a
aclararse, pero seguía todo borroso. Sabía que las cosas eran así, pero
se le escapaba por qué. Poco a poco su conciencia se abrió paso y
recordó que estaba en un sueño, había conectado con el carbal.
Eso lo tranquilizó, el sendero de los sueños era siempre confuso, al
menos para alguien como él, que no era un chamán y tan solo podía ser un
mero espectador de lo que los espíritus quisieran mostrarle.
Se sentía pesado, como si estuviera hundido bajo el agua del lago Neike.
Sus ojos revisaron intrigados sus brazos y manos, fascinado descubrió
que su cuerpo parecía transparentarse, algo a lo que aún no se había
habituado. De pronto, poco a poco, todo a su alrededor fue ganando en
nitidez. A sus pies arena negra, salpicada aquí y allá de las formas
irregulares de pequeñas rocas erosionadas por la fuerza del viento. A
pocos pasos a la izquierda la forma de un árbol muerto dejaba entrever
el interior de su tronco. Escarabajos negros como la noche correteaban
de arriba abajo creando un pequeño riachuelo de destellos irisados. Su
mirada quedó atrapada lo que le pareció una eternidad por aquel extraño
baile cuyo movimiento sugería palabras de un lenguaje extraño.
Fue
liberado del embrujo por el húmedo trazo de una lengua en su mano. Bajó
sus ojos hasta tropezar con la familiar figura de su animal tótem. El labir de pelaje anaranjado le insufló resolución y volvió a ponerse en movimiento.
Las
dunas se sucedían sin que sus piernas sintieran el esfuerzo, mientras
en el cielo blanquecino el día y la noche se turnaban a gran velocidad. A
su lado, pegado a su pierna, el cánido avanzaba como si flotara sobre
el aire. El descubrimiento de ruinas medio enterradas detuvo su viaje.
Las estructuras eran desconocidas para él, parecían más restos óseos
estilizados trabajados para crear formas arquitectónicas caprichosas,
casi al azar. Por un instante sus ojos se velaron, a su alrededor
comenzó un baile de formas sinuosas a gran velocidad y cuando todo se
detuvo apareció ante él un edificio nacarado.
El labir
no dudó en penetrar en el lugar, Chuluun lo siguió un tanto preocupado.
Sentía que algo estaba mal. En cuanto traspasó el umbral una presencia
malévola en el aire hizo que su propia esencia titilara. A su alrededor
paredes de color hueso aparecían revestidas con los sinuosos trazos de
un cincel enloquecido, cada línea enmascaraba un poder oscuro y extraño.
Sus ojos fueron atraídos hacia el final de una larga escalera que se
perdía en las sombras. Mientras trataba de atravesar aquella oscuridad
con su mirada un ser de un morado oleoso se materializó en medio de los
escalones.
Era
un ente femenino, sin embargo su curvilíneo cuerpo desnudo era
demasiado estilizado para ser humano. Los rasgos afilados, la piel
aceitosa y la sonrisa endemoniada lo tentaron por un instante, pero su
sensualidad se vio cercenada por una forma anaranjada que la atacó con
violencia. Chuluun sacudió la cabeza con fuerza tratando de volver a
dominar su propio cuerpo. El ruido de la feroz lucha acabó por
espabilarlo y, con un nudo en el estómago, fue testigo de cómo su animal
tótem era lanzado con fiereza hasta estrellarse en una de las paredes
óseas.
El ente comenzó a reírse y el sonido reverberó por toda la estructura. Con esa desagradable cadencia de fondo Chuluun se acercó poco a poco al labir
mientras trataba de no perder de vista al monstruo femenino. El cánido
parecía malherido, su forma, que siempre había sido nítida, comenzaba a
transparentarse, de igual modo a como el propio Chuluun se veía siempre
que caminaba por el sendero de los sueños. Las implicaciones de aquello
no le pasaron desapercibidas, si su animal tótem perdía completamente su
corporeidad desaparecería para siempre.
La ira lo invadió mientras veía los penosos intentos del labir por incorporarse. Sabía que era una estupidez, pero su mano buscó el kiliç a su espalda. Puede que en la realidad, allá donde su cuerpo y el del carbal
seguían su rítmico vaivén, estuviera desnudo, pero en el reino onírico
él se encontraba vestido con sus ropas de guerrero, y su cimitarra
estaba ahí, enfundada a su espalda.
Apretó la empuñadura y tiró de ella hasta colocarla frente a sí, con un gruñido constató que el kiliç
era también semitransparente. No importaba, había tomado una decisión.
Lanzó una mirada retadora al ser y antes de dar un paso hacia ella ya la
tenía ante sí. Su cuerpo se congeló, ni siquiera la había visto
moverse. A escasos centímetros de su rostro los ojos almendrados
refulgían con el color de la plata; los labios, arqueados en una sonrisa
lasciva, dejaban mostrar unos dientes afilados y puntiagudos.
Con un esfuerzo logró devolver resolución y movimiento a su cuerpo, y lanzó un tajo con el kiliç
al cuello de la entidad monstruosa. La hoja de la cimitarra simplemente
se diluyó como el humo cuando se topó con el cuerpo aceitado, y el
ente, aquel odioso ser que mostraba una frágil desnudez del todo
engañosa, volvió a reír con sorna mientras lo aferraba del cuello y lo
levantaba del suelo sin esfuerzo.
Los
dedos se convirtieron en garras que torturaban su garganta. Comenzó a
notar cómo se asfixiaba e intentó débilmente aferrar con sus propias
manos el rostro del ser. Cuando comenzaron a aparecer puntitos negros en
su visión periférica vio como se formaba una intensa luz en la barbilla
del ente. Esta, sorprendida, también se fijó en la iluminación que
empezaba a generarse en su cuerpo. De improviso ambos fueron lanzados
con un fuerte estruendo por los aires.
Su
cuerpo se estrelló a unos pocos pasos del inicio de la escalera, al ser
no podía verlo pero sí a la nueva enorme figura que estaba enmarcada en
el quicio de la puerta. Era un Hermano Celeste, estaba seguro de ello.
Un Cimera Negra.
El
gigante poseía un cuerpo completamente nítido. Su cara, y los retales
de piel que podía entrever a través de la túnica oscura que llevaba,
estaba jalonada de tatuajes negros con destellos azulados. En sus manos
rielaban pequeños rayos de luz que perdían intensidad poco a poco.
—Volverá, debes prepararte.
Chuluun asintió y se levantó. El Cimera Negra se acercó primero al labir,
que casi había desaparecido. Simplemente posó sus manos sobre el pelaje
anaranjado y el cánido comenzó a cambiar, su forma se materializó
nítidamente de nuevo, dobló su tamaño y el naranja pasó a transmutarse
en un gris oscuro.
Luego
le tocó a él, el Hermano Celeste posó su enorme mano sobre su pecho y
los rayos azules lo envolvieron un instante. Notó como su cuerpo se
llenaba de poder. Cuando el Cimera Negra
se alejó y se inclinó a recoger algo del suelo Chuluun se contempló las
manos, ahora no era semitransparente y sus antebrazos estaban surcados
por finas hebras negras cuyos bordes latían de un intenso azul eléctrico
antes de apagarse lentamente.
Miró
al gigante con intención de interrogarle, pero las palabras murieron
antes de nacer al observar lo que este sujetaba en las manos. Su kiliç,
que momentos antes no era más que una empuñadura desdibujada a punto de
desaparecer, ahora era un arma completa, con la hoja más larga y más
ancha que antes, pero con las inconfundibles marcas de su vieja y
querida cimitarra. El Cimera Negra
le pasó el arma y entonces la sopesó en su mano, sorprendentemente no
notaba un mayor peso, y en la hoja, justo cuando su mano se cerraba en
la empuñadura, se formó una vaporosa niebla jalonada de energía
estática.
Embelesado
apenas se dio cuenta de que el gigante se marchaba de nuevo por la
puerta. Inquisitivo quiso pedirle explicaciones, necesitaba saber. Pero
tan solo recibió unas palabras antes de que el Hermano Celeste
desapareciera por la puerta cerrándola tras de sí.
—Debes vencer al demonio si quieres pasar esta prueba. Utiliza lo que te ha sido otorgado.
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Notas:
- Carbal: es
un animal que me he inventado. Digamos que se acerca a parecer un
caballo, en este caso concreto un caballo salvaje de las estepas
centroeuropeas o asiáticas, que normalmente son pequeños.
-
Chuluun: es el nombre del protagonista, pero está sacado de la
realidad, o eso creo. Es un nombre mongol que significa "piedra". Aunque
repito, no estoy cien por cien seguro. Lo elegí por el tema del color,
pensando en una piedra gris, color que asocio a la tormenta.
- Cimeras Negras: son un capítulo de Marines Espaciales creado por mí, descendientes de los Merodeadores, que a su vez proceden de los Cicatrices Blancas. Información sobre ellos, aquí.
- Gamúe: es un animal que me he inventado. Digamos que se acerca a parecer un gamo o similar.
- Hermanos Celestes: hace alusión a los Marines Espaciales, en este caso concreto, al capítulo de los Cimeras Negras. En una sociedad tribal como la que aquí señalo, los Marines Espaciales deben verse como algo muy especial, algo que viene o proviene de las estrellas.
- Hermanos Celestes: hace alusión a los Marines Espaciales, en este caso concreto, al capítulo de los Cimeras Negras. En una sociedad tribal como la que aquí señalo, los Marines Espaciales deben verse como algo muy especial, algo que viene o proviene de las estrellas.
- Kiliç: es un tipo de cimitarra o alfange típico de los denominados turco-mongoles, de gavilanes rectos y empuñadura recurvada hacia la hoja, posee una hoja curva de un solo filo y contrafilo en su último tercio, el cual, es ligeramente más ancho que la hoja (Anchura la cual se le dice "Yelman").
-
Labir: es un animal que me he inventado. Digamos que se acerca a parecer
un lobo. Cuando en el relato es anaranjado sería similar a un lobo
europeo más bien pequeño (como los ibéricos por ejemplo), cuando acaba
siendo gris oscuro sería más cercano a un lobo siberiano, grande, pelaje
espeso y de buena planta. En todo caso en mi mente es una raza de lobo
de un planeta distinto a la Tierra, para mí un labir será siempre más
grande y de rasgos algo distintos, más afilados.
- Lago Neike: un lugar de mi invención.
- Ruano azulado: Es un "tipo de color" de pelaje, en este caso para un equino. Un ruano azul es un color raro. El caballo tiene patas
negras, crín negra y la cola, a menudo negra. El cuerpo, especialmente alrededor del abdomen y los
flancos, tiene una amplia dispersión de pelos blancos – llamado roaning –
lo que hace que el pelaje a la luz parezca azul. Es un aspecto único, y
se puede distinguir de otros ruanos porque no hay pelos rojos. // En el relato es importante este color para el protagonista por el tema de la tormenta, que es algo especial para su cultura así, el pelaje ruano azul parece un cielo tormentoso.
- Tótem animal o animal-tótem: es un tema chamánico, al menos en este caso. Hablo de creencias de la realidad, no inventado por mí, ojo. Se dice que todos tenemos un animal tótem, pero que puede costar bastante descubrir. No puedo explicar demasiado porque poco sé del tema, solo diré que una de las maneras de saber cual es tu animal tótem es por medio de los sueños o la meditación. ¿Para qué sirven?, ya digo que sé poco, pero yo diría que posiblemente refuerzan la seguridad en uno mismo, ayudando por ejemplo a tomar decisiones o señalando problemas y soluciones, todo ello en los sueños, que luego cada uno debe saber extrapolar a la realidad.
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