viernes, 23 de octubre de 2015

Prueba de tormenta (Relato Wh 40k)

PRUEBA DE TORMENTA

Estaba nervioso y se sentía vulnerable. A pesar de sus esfuerzos por mantener la serenidad las cosas no estaban saliendo como había esperado. Sabía que aquella prueba era demasiado importante, no solo porque pudiera otorgarle un estatus mayor en su tribu, si no porque los Hermanos Celestes habían decidido estar presentes. Si el Gran Dios de la Tormenta así lo quería podía formar parte de esos poderosos guerreros, los Cimeras Negras, y ese simple conocimiento le daba vértigo.

Captó un movimiento a su izquierda e inmediatamente se encorvó más para tratar de esconderse entre la hierba alta. Su respiración se agitó un poco, pero logró mantenerse quieto el tiempo suficiente hasta descubrir un gamúe que, sin notar su presencia, siguió su camino despreocupado. Sus músculos se relajaron, Chuluun sabía que el resto de participantes de las pruebas debían estar pasando por lo mismo, pero tenía la desagradable sensación de que él lo estaba haciendo muy mal.


La estación de tormentas estaba a punto de acabarse, sobre su cabeza el cielo plomizo cargado de agua y electricidad no tardaría en desatar su poder y sería otra jornada más perdida. Se irguió un poco, de manera que pudiera otear por encima de la hierba gris, y decidido se lanzó a la carrera en una dirección al azar. Lo importante era mantenerse en movimiento, no pensar demasiado y tratar de superar los objetivos impuestos. Mientras trotaba con movimientos ágiles fue incapaz de alejar los pensamientos que le estaban haciendo perder las pruebas y eso lo contrariaba. A su derecha vio un reducido grupo de carbales y redujo la velocidad, quizá aquella era la respuesta. Tal vez haber perdido estos dos días sin resultados era por haber evitado el camino de los sueños.

Pero someter el alma de un carbal era peligroso. Solo había tenido un viaje carbalar en su vida, y aún se le encogía el estómago cuando lo recordaba. Aquel sueño místico lo había marcado, para bien y para mal, pues gracias a él también había logrado dar forma definitiva a su animal tótem. Sin embargo, sus sueños eran inquietos, ya no recordaba la etapa de su vida en que despertaba completamente tranquilo y feliz. Pero no veía otra solución posible, el reino de los sueños era la respuesta, lo intuía.

Aguzó la vista mientras se acercaba sigilosamente a la pequeña manada equina, primero debía asegurarse de que no hubiera algún depredador acechando a los animales. Convencido de que no había peligro centró su atención para seleccionar al más indicado para lo que quería hacer. Estaba de suerte, era una manada de sementales, la mayoría jóvenes y temperamentales, ejemplos extremos de su salvaje especie; había también un par de machos adultos, de buena planta, rezumando fuerza y seguridad. Desechó estos últimos sin pensarlo demasiado, solo cuando él mismo fuera mayor podría someter aquel tipo de ejemplares. Incluso un carbal joven le iba a dar problemas, estaba seguro.

-Un caballo ruano azulado, similar al carbal que aquí señalo-
Se aseguró de que el kiliç se mantendría firmemente sujeto a su espalda antes de desenrollar la cuerda. Le tenía demasiado aprecio a la cimitarra para perderla mientras trataba de enlazar al animal. Con la cuerda en una mano y la lanza en la otra se lanzó en una carrera desenfrenada en pos de la manada. Los carbales, sorprendidos, quedaron un momento en suspenso para inmediatamente desbandarse en todas direcciones. Chuluun no perdió de vista a su objetivo, un ruano azulado al que, durante el momento de sorpresa en que se había quedado paralizado, logró enlazar por el cuello en su primer intento. Ahora venía lo más complicado, mientras el carbal reaccionaba saltando y golpeando con sus cascos al aire, debía tratar de trabar sus patas para derribarlo sin hacerle daño a él ni a sí mismo. Los nervios le jugaron una mala pasada y falló la primera ocasión, la segunda fue aún peor, el carbal logró tirarlo al suelo tras dar una fuerte sacudida a la cuerda y a punto estuvo de pisotearlo. Pero él tenía suficiente experiencia gracias a las incursiones de su tribu como para aprovechar aquella situación desfavorable, así que desde el suelo su segunda intentona dio en el blanco, con el asta de la lanza trabó las patas delanteras del animal justo cuando este trataba de alejarse y tropezó cayendo. Sin un respiro Chuluun se lanzó a la cara del equino y le tapó los ojos mientras sus piernas se aferraban a las patas delanteras para mantenerlas aprisionadas. A pesar de los fuertes movimientos del animal, que lanzaba al aire coces con las patas traseras, logró mantenerlo en el suelo entonando junto a su oreja el “canto de serenación” hasta que se tranquilizó poco a poco.

Cuando lo creyó conveniente se levantó y dejó que el animal hiciera lo mismo. Aunque parecía tranquilo no se confió y echó mano del saquito de especia amarilla, cogió un puñado y sopló sobre los belfos del carbal. El equino echó la cabeza hacia atrás e hizo amago de encabritarse, pero con palabras suaves logró contenerlo hasta que la especia hizo su efecto. El animal entró en una especie de duermevela, sus movimientos se ralentizaron y bajó la cabeza. Pronto quedaría dormido, así que Chuluun soltó la cuerda y dio comienzo a los preparativos. Volvió a coger el saquito de las especias y esta vez usó la de color púrpura, la más preciada. Con ella dibujó un círculo alrededor del carbal y de sí mismo, así mantendría fuera a los depredadores. Era un enorme gasto teniendo en cuenta lo que le costaba a un muchacho como él hacerse con la "especia escudo", pero su tribu contaba con él para superar las pruebas y estaba decidido a hacer lo que fuera posible.

Acabado el círculo protector se preparó para la conexión, se despojó de las armas y la ropa, y se abrazó al cuello del carbal. La piel del animal era perfecta, parecía del color de la tormenta, lo que era muy apropiado. Empezó a acariciarlo con movimientos lentos y repitió el canto en susurros. Cerró los ojos y se concentró en acompasar su respiración con la del equino. Sin apenas darse cuenta dio comienzo a un acompasado vaivén al que de inmediato se sumó el carbal. Se amodorró y se dejó vencer por el sueño; los latidos de ambos se abrazaron y avanzaron juntos por el camino de los espíritus.

Chuluun oía lejano el TUM TUM, las formas a su alrededor comenzaron a aclararse, pero seguía todo borroso. Sabía que las cosas eran así, pero se le escapaba por qué. Poco a poco su conciencia se abrió paso y recordó que estaba en un sueño, había conectado con el carbal. Eso lo tranquilizó, el sendero de los sueños era siempre confuso, al menos para alguien como él, que no era un chamán y tan solo podía ser un mero espectador de lo que los espíritus quisieran mostrarle.

Se sentía pesado, como si estuviera hundido bajo el agua del lago Neike. Sus ojos revisaron intrigados sus brazos y manos, fascinado descubrió que su cuerpo parecía transparentarse, algo a lo que aún no se había habituado. De pronto, poco a poco, todo a su alrededor fue ganando en nitidez. A sus pies arena negra, salpicada aquí y allá de las formas irregulares de pequeñas rocas erosionadas por la fuerza del viento. A pocos pasos a la izquierda la forma de un árbol muerto dejaba entrever el interior de su tronco. Escarabajos negros como la noche correteaban de arriba abajo creando un pequeño riachuelo de destellos irisados. Su mirada quedó atrapada lo que le pareció una eternidad por aquel extraño baile cuyo movimiento sugería palabras de un lenguaje extraño.

Fue liberado del embrujo por el húmedo trazo de una lengua en su mano. Bajó sus ojos hasta tropezar con la familiar figura de su animal tótem. El labir de pelaje anaranjado le insufló resolución y volvió a ponerse en movimiento.

Las dunas se sucedían sin que sus piernas sintieran el esfuerzo, mientras en el cielo blanquecino el día y la noche se turnaban a gran velocidad. A su lado, pegado a su pierna, el cánido avanzaba como si flotara sobre el aire. El descubrimiento de ruinas medio enterradas detuvo su viaje. Las estructuras eran desconocidas para él, parecían más restos óseos estilizados trabajados para crear formas arquitectónicas caprichosas, casi al azar. Por un instante sus ojos se velaron, a su alrededor comenzó un baile de formas sinuosas a gran velocidad y cuando todo se detuvo apareció ante él un edificio nacarado.

El labir no dudó en penetrar en el lugar, Chuluun lo siguió un tanto preocupado. Sentía que algo estaba mal. En cuanto traspasó el umbral una presencia malévola en el aire hizo que su propia esencia titilara. A su alrededor paredes de color hueso aparecían revestidas con los sinuosos trazos de un cincel enloquecido, cada línea enmascaraba un poder oscuro y extraño. Sus ojos fueron atraídos hacia el final de una larga escalera que se perdía en las sombras. Mientras trataba de atravesar aquella oscuridad con su mirada un ser de un morado oleoso se materializó en medio de los escalones.

Era un ente femenino, sin embargo su curvilíneo cuerpo desnudo era demasiado estilizado para ser humano. Los rasgos afilados, la piel aceitosa y la sonrisa endemoniada lo tentaron por un instante, pero su sensualidad se vio cercenada por una forma anaranjada que la atacó con violencia. Chuluun sacudió la cabeza con fuerza tratando de volver a dominar su propio cuerpo. El ruido de la feroz lucha acabó por espabilarlo y, con un nudo en el estómago, fue testigo de cómo su animal tótem era lanzado con fiereza hasta estrellarse en una de las paredes óseas.

El ente comenzó a reírse y el sonido reverberó por toda la estructura. Con esa desagradable cadencia de fondo Chuluun se acercó poco a poco al labir mientras trataba de no perder de vista al monstruo femenino. El cánido parecía malherido, su forma, que siempre había sido nítida, comenzaba a transparentarse, de igual modo a como el propio Chuluun se veía siempre que caminaba por el sendero de los sueños. Las implicaciones de aquello no le pasaron desapercibidas, si su animal tótem perdía completamente su corporeidad desaparecería para siempre.

La ira lo invadió mientras veía los penosos intentos del labir por incorporarse. Sabía que era una estupidez, pero su mano buscó el kiliç a su espalda. Puede que en la realidad, allá donde su cuerpo y el del carbal seguían su rítmico vaivén, estuviera desnudo, pero en el reino onírico él se encontraba vestido con sus ropas de guerrero, y su cimitarra estaba ahí, enfundada a su espalda.

Apretó la empuñadura y tiró de ella hasta colocarla frente a sí, con un gruñido constató que el kiliç era también semitransparente. No importaba, había tomado una decisión. Lanzó una mirada retadora al ser y antes de dar un paso hacia ella ya la tenía ante sí. Su cuerpo se congeló, ni siquiera la había visto moverse. A escasos centímetros de su rostro los ojos almendrados refulgían con el color de la plata; los labios, arqueados en una sonrisa lasciva, dejaban mostrar unos dientes afilados y puntiagudos.

Con un esfuerzo logró devolver resolución y movimiento a su cuerpo, y lanzó un tajo con el kiliç al cuello de la entidad monstruosa. La hoja de la cimitarra simplemente se diluyó como el humo cuando se topó con el cuerpo aceitado, y el ente, aquel odioso ser que mostraba una frágil desnudez del todo engañosa, volvió a reír con sorna mientras lo aferraba del cuello y lo levantaba del suelo sin esfuerzo.

Los dedos se convirtieron en garras que torturaban su garganta. Comenzó a notar cómo se asfixiaba e intentó débilmente aferrar con sus propias manos el rostro del ser. Cuando comenzaron a aparecer puntitos negros en su visión periférica vio como se formaba una intensa luz en la barbilla del ente. Esta, sorprendida, también se fijó en la iluminación que empezaba a generarse en su cuerpo. De improviso ambos fueron lanzados con un fuerte estruendo por los aires.

Su cuerpo se estrelló a unos pocos pasos del inicio de la escalera, al ser no podía verlo pero sí a la nueva enorme figura que estaba enmarcada en el quicio de la puerta. Era un Hermano Celeste, estaba seguro de ello. Un Cimera Negra.

El gigante poseía un cuerpo completamente nítido. Su cara, y los retales de piel que podía entrever a través de la túnica oscura que llevaba, estaba jalonada de tatuajes negros con destellos azulados. En sus manos rielaban pequeños rayos de luz que perdían intensidad poco a poco.

—Volverá, debes prepararte.

Chuluun asintió y se levantó. El Cimera Negra se acercó primero al labir, que casi había desaparecido. Simplemente posó sus manos sobre el pelaje anaranjado y el cánido comenzó a cambiar, su forma se materializó nítidamente de nuevo, dobló su tamaño y el naranja pasó a transmutarse en un gris oscuro.

Luego le tocó a él, el Hermano Celeste posó su enorme mano sobre su pecho y los rayos azules lo envolvieron un instante. Notó como su cuerpo se llenaba de poder. Cuando el Cimera Negra se alejó y se inclinó a recoger algo del suelo Chuluun se contempló las manos, ahora no era semitransparente y sus antebrazos estaban surcados por finas hebras negras cuyos bordes latían de un intenso azul eléctrico antes de apagarse lentamente.

Miró al gigante con intención de interrogarle, pero las palabras murieron antes de nacer al observar lo que este sujetaba en las manos. Su kiliç, que momentos antes no era más que una empuñadura desdibujada a punto de desaparecer, ahora era un arma completa, con la hoja más larga y más ancha que antes, pero con las inconfundibles marcas de su vieja y querida cimitarra. El Cimera Negra le pasó el arma y entonces la sopesó en su mano, sorprendentemente no notaba un mayor peso, y en la hoja, justo cuando su mano se cerraba en la empuñadura, se formó una vaporosa niebla jalonada de energía estática.

Embelesado apenas se dio cuenta de que el gigante se marchaba de nuevo por la puerta. Inquisitivo quiso pedirle explicaciones, necesitaba saber. Pero tan solo recibió unas palabras antes de que el Hermano Celeste desapareciera por la puerta cerrándola tras de sí.

—Debes vencer al demonio si quieres pasar esta prueba. Utiliza lo que te ha sido otorgado.

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Notas:

Carbal: es un animal que me he inventado. Digamos que se acerca a parecer un caballo, en este caso concreto un caballo salvaje de las estepas centroeuropeas o asiáticas, que normalmente son pequeños.
 - Chuluun: es el nombre del protagonista, pero está sacado de la realidad, o eso creo. Es un nombre mongol que significa "piedra". Aunque repito, no estoy cien por cien seguro. Lo elegí por el tema del color, pensando en una piedra gris, color que asocio a la tormenta.
- Cimeras Negras: son un capítulo de Marines Espaciales creado por mí, descendientes de los Merodeadores, que a su vez proceden de los Cicatrices Blancas. Información sobre ellos, aquí.
- Gamúe: es un animal que me he inventado. Digamos que se acerca a parecer un gamo o similar.
- Hermanos Celestes: hace alusión a los Marines Espaciales, en este caso concreto, al capítulo de los Cimeras Negras. En una sociedad tribal como la que aquí señalo, los Marines Espaciales deben verse como algo muy especial, algo que viene o proviene de las estrellas.
- Kiliç: es un tipo de cimitarra o alfange típico de los denominados turco-mongoles, de gavilanes rectos y empuñadura recurvada hacia la hoja, posee una hoja curva de un solo filo y contrafilo en su último tercio, el cual, es ligeramente más ancho que la hoja (Anchura la cual se le dice "Yelman").
- Labir: es un animal que me he inventado. Digamos que se acerca a parecer un lobo. Cuando en el relato es anaranjado sería similar a un lobo europeo más bien pequeño (como los ibéricos por ejemplo), cuando acaba siendo gris oscuro sería más cercano a un lobo siberiano, grande, pelaje espeso y de buena planta. En todo caso en mi mente es una raza de lobo de un planeta distinto a la Tierra, para mí un labir será siempre más grande y de rasgos algo distintos, más afilados.
 - Lago Neike: un lugar de mi invención.
- Ruano azulado: Es un "tipo de color" de pelaje, en este caso para un equino. Un ruano azul es un color raro. El caballo tiene patas negras, crín negra y la cola, a menudo negra. El cuerpo, especialmente alrededor del abdomen y los flancos, tiene una amplia dispersión de pelos blancos – llamado roaning – lo que hace que el pelaje a la luz parezca azul. Es un aspecto único, y se puede distinguir de otros ruanos porque no hay pelos rojos. // En el relato es importante este color para el protagonista por el tema de la tormenta, que es algo especial para su cultura así, el pelaje ruano azul parece un cielo tormentoso.
- Tótem animal o animal-tótem: es un tema chamánico, al menos en este caso. Hablo de creencias de la realidad, no inventado por mí, ojo. Se dice que todos tenemos un animal tótem, pero que puede costar bastante descubrir. No puedo explicar demasiado porque poco sé del tema, solo diré que una de las maneras de saber cual es tu animal tótem es por medio de los sueños o la meditación. ¿Para qué sirven?, ya digo que sé poco, pero yo diría que posiblemente refuerzan la seguridad en uno mismo, ayudando por ejemplo a tomar decisiones o señalando problemas y soluciones, todo ello en los sueños, que luego cada uno debe saber extrapolar a la realidad.

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