miércoles, 20 de mayo de 2015

La luciérnaga tragona (Cuento)

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LA LUCIÉRNAGA TRAGONA
 

Bea entró en el cuarto y aspiró con fuerza. Le encantaba el olor de la librería de su abuelita. Esperaba que no se enfadara si la pillaba allí de noche, pero es que no podía esperar a mañana, las vacaciones eran demasiado cortas. Dirigió sus pasos entre las estanterías rozando con los dedos todos los libros que había. Al fondo creyó ver una luz, lo que era extraño. Enfocó con la linterna allí y las sombras se alejaron un poco, pero aún estaba algo lejos.

A lo mejor era algún adulto que había tenido la misma idea que ella. Dudó un momento en si acercarse y ver quién era o dar media vuelta e irse para que no la pillaran. Al final decidió que era ella la que iba a pillar a alguien, así que no estaba haciendo nada malo, o al menos no sería la única haciéndolo.


No era una luz fuerte, de hecho debía ser también de una linterna como la que llevaba, vieja y dando una luz amarillenta no demasido intensa. Cuando finalmente giró la esquina y miró no pudo ver a nadie. Había unos cuantos libros apilados en el suelo y uno de esos con tapa dura abierto casi por la mitad. Sobre sus páginas una lucecita amarilla flotaba en el aire.

Se quedó confusa, no había nadie, pero aquella lucecita ¿qué sería? Se acercó un poco y la luz tembló perdiendo fuerza. Contempló con la boca abierta un bichito volador que lucía. Recordó que había visto algo parecido hacía poco por la tele. Debía ser una Luciérnaga. Pero ¿qué hacía allí?

—Hola, ¿querías algo?

Bea pegó un pequeño saltito, el bicho había hablado.

—Bueno, si no quieres nada te agradecería que me dejaras seguir con el libro.

—¿Eres una luciérnaga?

—¡Que va!, soy una vaca.

El bichito se acercó volando a la nariz de Bea y esta pudo ver que se estaba riendo. Eso la enfadó un poco.

—Eres una luciérnaga, mi mamá dice que no se debe mentir ¿sabes?

—Pero, si ya sabías lo que soy ¿para qué has preguntado?

—Por si... por si acaso.

—¿Por si era un hada? ¿Un duende?

—No puedes ser un hada, eres un bicho, lo veo bien.

—¿Te gustan las hadas?

—¿Qué?

—Mira, en serio, si no quieres nada de mí seguiré leyendo, ¿vale?

—Espera, sí me gustan las hadas.

—Lo suponía, te he visto por aquí estos días, te gusta mucho leer. A mí también. Entonces, ¿crees que no puedo ser un hada?

—Claro que no.

—Y, ¿por qué?

—Las hadas son niñas pequeñitas con alas. Tú eres... como una hormiga con alas.

—Puedo ser un hada disfrazada.

—Y, ¿por qué te has disfrazado?

—No soy un hada.

—Pero has dicho...

—No tienes que creértelo todo, ni siquiera lo que viene en los libros.

—Eso ya lo sé, los cuentos son cuentos.

—Eso es.

Bea estaba confusa y enfadada, y no sabía bien por qué.

—¿Cómo te llamas?

—¿Por qué quieres saberlo?

—Vale, ha sido un placer conocerte "cómo te llames", yo voy a seguir leyendo, adiós.

—Espera, me llamo Bea.

—Qué nombre más bonito.

—¿Y tú?

—¿Yo?, habíamos quedado en que parezco un bicho, así que no creo que a ti te parezca bonito.

—No, no, ¿cómo te llamas tú?

—Ah, me llamo Lur.

—Es un nombre... raro.

—Las hadas pueden tener el nombre que quieran.

—No eres un hada.

—Tampoco me llamo Lur. Pero me gusta, ¡me lo quedo!

La luciérnaga comenzó a reir y dar vueltas y giros por el aire. Bea dio un pisotón en el suelo.

—Mentir está mal.

—Lo siento, pero es que no tengo nombre.

—Eso no es posible.

—¿Por qué no?

—Todo el mundo tiene nombre.

—No, todos no, yo no tengo.

—Pero, tienes que tener uno.

—Pues no, ¿a ti como te lo dieron?

—No me lo dieron, yo... ya lo tenía.

—¿Ah sí?

—Mamá dice que es como se llamaba una hermana de mi abuela. Bueno, se llamaba Beatriz.

—Entonces no es igual.

—Sí lo es, yo me llamo Beatriz, pero...

—Ah, entonces tú me has mentido.

—¡No! Yo no miento.

—Pero no te llamas Bea.

—Sí que me llamo Bea, y también Beatriz.

—Entonces te llamas Bea Beatriz.

—No, son lo mismo, solo se le quita "triz" a Beatriz. Mamá dice que eso es porque soy pequeña.

—Ah, entonces sois como yo.

—¿Luciérnagas? ¿Hadas?

—No. Os coméis letras.

—¿Tú comes letras?

Bea echó un vistazo alrededor mirando todos los libros.

—Sí, como letras.

—Pero... pero estropeas los libros, con lo bonitos que son. No puedes hacerlo.

—Yo no estropeo los libros, a mí también me parecen bonitos.

—Entonces, ¿por qué comes letras?

—Comerme letras no estropea los libros.

—Sí que lo hace, la abuela dice que hay bichitos que se comen el papel de sus libros.

—Sé de quienes hablas, pero yo nunca me comería el papel de estos libros tan bonitos. Ni siquiera les daría un mordisquito.

—Entonces, ¿cómo comes letras?

—Con los ojos.

—¿Con los ojos?

—Claro, ¿ves ese libro que hay ahí abierto? es "Alicia en el País de las Maravillas", ahora mismo Alicia está charlando con una oruga gigante.

—¡Lo he leído!

—Shh, no me lo cuentes.

—Pero, eso no es comer letras, eso es leer.

—No, creo que no.

—Sí, es leer, te lo aseguro.

—A ver, dices que te acuerdas del cuento, ¿no?, pero si solo lo has leído.

—Claro, por eso lo recuerdo.

—No, entonces recordarías solo las palabras, pero ¿a que tienes ahora mismo en mente cómo es Alicia?

Bea se puso un dedito en el labio inferior pensativa.

—Bueno, es que al leerlo me lo imagino.

—Ah, pero entonces no estás solo leyendo.

—Pero tampoco estoy comiendo.

—Pues yo creo que sí. ¿Por qué comes?

—¿Qué?

—¿Por qué tienes que comer todos los días?

—Porque tengo hambre.

—No, porque tu cuerpo necesita energía para vivir, y comer te da esa energía.

—Pero leer no da energía.

—Yo creo que sí. Pero te lo explicaré de otra manera, cuando comes los alimentos pasan a formar parte de tí, ¿no?

—Supongo.

—Sí, lo hacen, si no fuera así no te moverías, ni crecerías.

—Vale.

—Ahora piensa por qué antes hemos hablado de hadas.

—Porque... bueno, no eres un hada.

—Olvida eso, me refiero a que tú sabes lo que son las hadas, ¿no?

—Sí, claro.

—¿Por qué lo sabes?

—Porque lo he leído.

—Eso es, pero no solo lo has leído, sino que en tu mente las has "creado" o imaginado, es decir, las hadas han pasado a formar parte de ti.

—No lo entiendo.

La luz de la luciérnaga se intensificó mientras revoloteaba con mayor velocidad alrededor de Bea.

—A ver, a ver, si solo lo hubieras leído no te las imaginarías, lo que has hecho ha sido leerlo y pensar en ellas, eso es comer letras.

—Pero...

—Cuando comes tú no solo abres la boca y chupas la comida, ¿no?

—No, claro que no, porque entonces seguiría teniendo hambre.

—Eso es, cuando lees no solo lees sino que también imaginas.

—Pero sigue sin ser comer.

—Ya, pero es lo que se le acerca más ¿no?

—Pero, no es lo mismo.

—Vale, ¿sabes qué? yo seguiré comiéndome letras, tú haz lo que quieras. Un placer haberte conocido Bea, ahora, si me disculpas...

La luciérnaga revoloteó de vuelta al libro abierto y se quedó suspendida sobre las páginas. Bea estuvo un rato mirando, cuando tenía que pasar las páginas el bichito hacia un enorme esfuerzo, pero luego se frotaba las patas y prestaba toda su atención a las palabras del cuento. Cuando ya había visto cómo pasaba unas cuantas páginas se mordisqueó el labio inferior y se acercó despacito a la luciérnaga.

—Perdona, ¿me dejas comer contigo?

—¿Eh? Por supuesto que sí, mira alrededor, esto es un banquete. Y ahora guarda silencio que estoy saboreando un gatito invisible muy gracioso.

A Bea se le iluminó el rostro y buscó un rinconcito cerca del bichito, cogió un libro de color verde y se sentó cruzando las piernas.

FIN









(La imagen es una alteración de varias encontradas en la red)

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