lunes, 6 de mayo de 2013

La flecha negra [Relato Warhammer Fantasy]

LA FLECHA NEGRA

- Ya es tener mala suerte. ¡Qué Taal se me lleve! Estúpida flecha. Estúpidos cerdos verdes... - murmura por lo bajo.

Un nuevo pinchazo de dolor le atraviesa de delante a atrás. Agarra más fuerte el trozo de asta de la flecha que tiene profundamente clavada en la parte izquierda del cuerpo, entre la base del cuello y el hombro, mientras empieza a darse cabezazos contra el tablón de madera sobre el que apoya la espalda.

- ¿Te encuentras bien Dunse?

- Sí, sí, estoy... estoy rezando.

La mirada de admiración de su compañero hace que vuelva a tener la sensación de querer vomitar lo que aún pueda quedar en su estómago de su magro desayuno. ¡Estúpidos hijos de mala madre! Allí estaban, sus hermanos de armas, sus camaradas, los Grandes Espaderos de Talabecland, orgullosísimos de su portaestandarte, que no había dado un paso atrás después del comienzo de la batalla, hacía ya lo que le parecía una eternidad.




¡Claro que no había dado un maldito paso atrás!, primero el bastardo del "señor" Conde había ordenado que clavaran el valioso estandarte de "Sigmar Victorioso" en aquella apestosa colina, de modo que todos pudieran ver la heroica defensa que iba a desarrollar la élite de su infantería. No es que aquella fuera la única vez que sucedía, pero sí era la primera en la que el "señor" Conde y su carga de caballería habían resultado un completo desastre, de tal modo que no recordaba haber visto correr jamás al enorme caballo de su señoría con tanto ahínco, al menos en dirección contraria al enemigo. ¿Y qué había pasado entonces? pues que la laureada línea de infantería que iba a mantener la posición contra cualquier cosa verde que se les acercara había dado no uno sino varios pasos atrás para luego salir corriendo tras su señor. Los suyos, lo mejor de lo mejor, habían plantado los pies y habían jurado mantener la colina. ¡Menuda tontería!, pero claro, a él le había costado demasiado conseguir el mandoble como para abrir la boca, y menos aún ahora que tenía el "honor" de portar el honorable y apolillado estandarte, lo que, dicho sea de paso, le había hecho ganar más notoriedad si cabe, y le había abierto bastantes aposentos de bellas damas, y eso teniendo en cuenta lo que había sido era una verdadera proeza. No, ¡por Taal que él había decidido quedarse ahí!, con sus hermanos de armas... bueno quizás un pasito atrás, porque el estandarte estaba clavado en un enorme tablón que a su vez se hundía profundamente en tierra y era imposible moverlo de allí. El dios Ranald había sido testigo que, tras ver la enorme horda de orcos que se les venía encima, sus compañeros se habían vuelto locos, pues permanecieron completamente inmóviles, decididos de verdad a defender la estúpida colina, así que sí, había intentado arrancar el asta del estandarte de aquella estaca, mientras sus orgullosos camaradas no se daban cuenta, pero sólo había logrado sudar como un conejo cocinándose en una olla. Él sólo quería coger el estandarte para... bueno para tenerlo en la mano cuando hicieran una retirada estratégica. Estaba seguro que los suyos serían capaces de no moverse del sitio sólo por tratar de evitar que una manaza pielverde rozara aquella honorable tela.

Ni siquiera sabía de dónde había llegado la flecha. Pero según un dicho muy popular ningún pielverde podría acertar al trasero de la estatua de Shallya de Talabheim ni aun estando a dos pasos, ¡y era un objetivo bien grande demonios! Al menos no debía haberle dado en ningún mal sitio, pues apenas había salido sangre, y después del primer ataque de la horda pielverde tan sólo notaba cierto entumecimiento en la zona, pero poco más. Al principio había tratado de sacarse aquél asta, pero sólo había logrado partir el extremo y que el dolor lo paralizase, y encima estaba seguro que en cuanto tratara de desclavarse de allí iba a desangrarse como un cerdo de la granja de su tía Mollne. Si tan sólo acabara aquella batalla y pudiera pedir una ayudita a algún hechicero… o a una bruja, ¡maldición aceptaría cualquier ayuda que le hiciera sobrevivir a aquello!, pero no, las odiosas bestias parecían infinitas, y el Conde había reunido una buena hueste, aunque él hubiera jurado que cuando montaron el campamento todos parecían unos desarrapados cabezas huecas.

Así que había sido mala suerte, el veleidoso Ranald debía estar jugando con él... o quizás fuera Verena que lo estaba castigando, bien sabía que la diosa de la justicia debía tenerle cierta ojeriza. ¡Estúpidos dio...!

- ¡Ya vuelven!

- Nooo - dijo con un quejido.

- ¿Dunse?

- Digo que ¡no nos harán retroceder!

A su alrededor se elevó un grito secundando sus palabras. Ahora toda la línea de infantería se mantenía firme, a un lado y al otro de los Grandes Espaderos. El Conde, seguramente tras dar la vuelta a su montura para ver el desastre que estaba seguro de presenciar, debió quedarse con la boca abierta cuando un puñado de idiotas o sus mejores soldados, depende de qué humor tuviera su señoría, eran los únicos que permanecían quietos frente al torrente de músculos y dientes que se acercaba. Quizás por vergüenza o, Dunse se inclinaba más por esta otra posibilidad, quizás porque el estandarte que había clavado en aquella colina era algo que difícilmente podría devolver al Gran Templo Sigmarita de Talabheim, se había apresurado a arengar a las tropas, sus tropas, que huían para devolverles el valor y hacerlos regresar junto a "aquellos valerosos héroes que permanecían en su puesto". Dunse sintió cierto alivio al ver regresar a las tropas, aunque apenas se volvió para defenderse de los orcos, que ya estaban a un par de pasos, cuando algo le golpeó en el hombro, lo atravesó y lo clavó al tablón donde permanecía el estandarte. No pudo hacer nada por liberarse, pues sus compañeros ya estaban luchando contra un número abrumador de monstruos verdes, y él mismo tuvo que echar mano de sus espadas para tratar de mantenerse con vida.

Como ahora, que un nuevo muro móvil de orcos se les acercaba a la carrera. Cerró los ojos un momento y trató de relajarse, apartó el hormigueo de la herida a un lado y se concentró en la tierra que temblaba bajo sus pies. Algo le golpeó suavemente en el rostro. El estandarte que ondeaba.

- ¡Estúp...!

Su grito se perdió en el estruendo del choque de ambos frentes. Desvió un horripilante y deslucido espadón aserrado que se dirigía a su cuerpo y clavó profundamente la punta de la espada en el ojo del pielverde que lo atacaba. Al menos se alegraba de no tener su mandoble, no hubiera podido manejarlo clavado, como estaba, en aquella madera. Prefería sus dos espadas de mano, le hacían recordar buenos tiempos en tabernas y callejuelas de los barrios más oscuros de Talabheim. Y sin duda le estaban salvando la vida en aquella asquerosa colina. Paró una nueva acometida con la izquierda y rebanó una mano con la diestra. Había sido un golpe salvaje, y aún así le había costado lo suyo, aquellos monstruos eran demasiado grandes, pero tenían sangre como cualquier humano, y él sabía muy bien donde rajar para que fluyera en cantidad.

Un nuevo enemigo, con las fauces chorreantes de baba, le gritó en su salvaje idioma alguna obscenidad, estaba seguro de ello.

- ¡Eso lo será tu madre! – le gritó a su vez cortándole el cuello.

El monstruo se derrumbó en el suelo pero se negó a morir, con una manaza tapándose la fea herida lo miró con una expresión de odio infinito. Él trató de asestarle una estocada, pero estaba justo fuera de su alcance y la maldita flecha lo mantenía inmóvil allí. Aquella bestia se levantó despacio, se estaba desangrando visiblemente, pero la enorme maza erizada de púas que agarraba con la derecha seguiría siendo un arma que podía hacer mucho daño tan sólo con su peso. Tragó saliva y miró desesperado a izquierda y derecha, ya sabía lo que aquél orco trataría de hacer antes de caer muerto. Le lanzaría la maza, y precisamente hoy no se inclinaba por pensar en que fallara, menos aún con un objetivo como él, que ni podía pensar en agacharse. Colocó ambas espadas cruzadas delante de su cuerpo, esperando al menos poder desviar el impacto.

Cuando el pielverde levantó la maza su frente se perló de sudor. Estaba perdido. Entonces la bestia fue lanzada a un lado con fuerza. Se quedó con la boca abierta, aquella cosa debía pesar al menos como dos vacas juntas, pero voló un par de metros, aunque lo más sorprendente fue el monstruo que se había desembarazado de su moribundo congénere. No había visto jamás un orco más grande que aquél, apostaría incluso sus calzas buenas, las de la suerte, porque aquello no podía ser real. Era bastante alto sí, pero su anchura era paralizante, aquellos músculos eran como gruesas columnas, e iba acorazado, ¡por Taal que aquella cosa lo iba a destrozar!

Intentó desembarazarse de la flecha. Podía morir desangrado si lo lograba, pero prefería eso a que aquél gigante le acertara con el hacha que llevaba. Movió el cuerpo de un lado al otro, de adelante hacia atrás, pero sólo consiguió que un dolor lacerante le recorriera todo el pecho. Su enemigo ya había lanzado su ataque, el filo del arma volaba hacia su estómago.

¡Su estómago! Sí, podía salir bien. Apretó los dientes y con un tremendo esfuerzo elevó las piernas hasta conseguir que su cuerpo rotara sobre la flecha de manera que en un momento dado se mantuvo en el aire completamente estirado hacia un lado, clavando profundamente las espadas en el tablón. En el mismo instante en que le parecía que era el delgado proyectil el que soportaba su peso, y pensaba que un fuego al rojo se había instalado entre su cuello y su hombro, una brutal sacudida lo lanzó por los aires dando vueltas.

El golpe contra el suelo apenas lo notó, pero se sintió desfallecer y su visión se volvió negra durante un momento. Pero el que hubiera volado por el aire significaba que el plan había salido bien, el hacha del pielverde debía haber partido el listón de madera clavado en el suelo. Aún atontado se incorporó, miró alrededor mientras sus ojos trataban de enfocar, algo enorme se acercaba. Buscó desesperadamente, palpando con las manos en el suelo, cualquiera de sus espadas. Una sombra se encumbró sobre él, así que se giró hacia un lado con celeridad. El hacha impactó con un tremendo estruendo justo donde, instantes antes, había estado su cuerpo. El monstruoso pielverde quería cobrarse su presa.

De pronto se dio cuenta que había podido moverse sin problemas, lo que significaba… ¡que ya no estaba la flecha!, ya no estaba clavado en el estúpido pendón, ¡y no se había desangrado! Un espeluznante gruñido volvió a obligarle a moverse del sitio y un nuevo impacto hizo temblar el terreno bajo sus pies. Tenía que encontrar un arma lo antes posible. Su mirada tropezó entonces con el estandarte, estaba a dos o tres pasos, en el asta sobresalía el trozo de flecha de madera negra. Maldijo por lo bajo, pero era lo único que podía usar, pues el estandarte estaba coronado por una punta de lanza antigua pero bien cuidada. Serviría para atravesar a la bestia.

Empezó a correr hacia la honorable tela cuando se vio empujado por algo pesado en su espalda. El golpe lo lanzó tan sólo unos pasos hacia delante pero se dio un tremendo golpe que sintió por todo el cuerpo. Su nariz se estampó contra el duro suelo y se rompió. Tirado en tierra notaba un peso sobre la espalda. Trabajosamente se puso a cuatro patas y lo que lo aprisionaba se deslizó a un lado. Era uno de sus compañeros, parecía un muñeco desmadejado, con medio cuerpo atravesado por un profunde corte. Seguramente se había puesto en medio del gigante verde y éste no sólo le había herido de muerte sino que se lo había lanzado a él por los aires.

La mano izquierda comenzó a dolerle en aquél momento. La miró. No sabía si reír o llorar. Podía ver cómo un trozo de proyectil de madera oscura le atravesaba limpiamente la mano de parte a parte, saliéndole por el dorso, mientras su palma se encontraba en contacto con el asta del estandarte. Con un grito de odio empezó a tratar de sacárselo, pero el pielverde no le dejó tiempo. Quizás por instinto volvió a rodar a un lado.

Interpuso desesperadamente el estandarte entre él y el orco acorazado. Sonrió estúpidamente, pensando que confiar en que un viejo pedazo de tela y la delgada asta pudieran parar ni el más débil golpe de aquél salvaje era una necedad propia de un campesino de su aldea. Pero el vetusto pendón comenzó a brillar poco a poco, y sintió como se calentaba en sus manos. El pielverde descargó un tremendo tajo con el hacha, pero aquél golpe fue repelido por una fuerza invisible. ¡Por las pelotas de Sigmar!

Tanto él como el orco se quedaron un tiempo paralizados, mirando ora al hacha, ora al estandarte. Acabó por sobreponerse a la sorpresa y se levantó con rapidez. El monstruo seguía quieto, mirándolo como un lerdo. Peor para él. Se acercó en dos pasos y lanzó una estocada con la punta del asta hacia el cuello de la bestia, ésta despertó de su ensimismamiento y trató de echar a un lado el ataque con su hacha. De nuevo el arma fue repelida por la misma fuerza invisible, y la punta se clavó profundamente bajo la barbilla del enorme guerrero.

Dunse creyó percibir un suave siseo mientras clavaba el estandarte. Definitivamente debía estar bendecido o quizás era mágico. No importaba, podía ver como atravesaba piel y músculo con suma facilidad, como si fuera un cuchillo al rojo cortando manteca. Finalmente el gigante se derrumbó con una expresión de salvaje sorpresa pintada en su feo rostro.

Se sintió exultante por aquello. Tal vez no era tan mala idea tener clavado algo tan poderoso en su mano. Mientras lo pensaba miró el punto en el que tenía clavada la flecha que estaba unida al asta del estandarte. Su mano aparecía violácea y sus dedos empezaban a ennegrecerse. ¿Qué era aquello? ¿Qué estaba pasando?

Recordó habladurías, chismes, cuentos de viejas, en las que se decía que utilizar magia conllevaba un castigo, que era innatural, que los dioses de los hombres no permitirían que nadie usara el poder corruptor del Caos.

¡No es posible! ¡No es cosa mía!, yo no quería usar magia, yo… Miró alrededor, sin que se hubiera dado cuenta los enemigos lo estaban rodeando. El sentimiento de desesperación se tornó en ira. Un fuego rojo que le aceleró el corazón y le hizo lanzar desafíos a voz en cuello. Sí el estúpido estandarte lo iba a matar al menos podría llevarse a algunos de aquellos cerdos verdes con él. Ojalá estuviera entre ellos el que le había disparado la flecha negra.

Apretó ambas manos sobre el asta del pendón y cargó contra el primer grupo de orcos que se acercaban. Notó como el estandarte volvía a calentarse. Su visión se emborronó. Estaba llorando, nunca lo había hecho desde que había abandonado su aldea. Como en un sueño percibió que a sus costados formaban varios seres más que cargaban junto a él. Un enorme griterío inundó sus oídos.

* * *

- Descláveselo.

- Señoría…

- ¿Qué? ¡Necesito ese estandarte!

- ¡Baje la voz!

- ¡¿Cómo te atreves?!

El Conde Elector de Talabecland agarró al hechicero de su corte del cuello de la túnica. Inmediatamente dos caballeros de su guardia personal lo alejaron trabajosamente del hechicero. A unos pasos un caballero con los símbolos de oficial se mesaba el espeso bigote. Finalmente el Conde se alejó bufando.

- Lo necesito, ¿entiende? Lo NE-CE-SI-TO – dijo su señoría antes de irse.

El oficial de caballería se acercó al mago. Ambos miraron de nuevo el cadáver de un hombre que tenía clavado el asta de un sagrado estandarte por una flecha de color oscuro.

- El señor Conde tiene razón. Ese estandarte es muy importante.

- No es el estandarte lo que me impide separar el cuerpo, Maestre – murmuró el hechicero de batalla.

- ¿Me está diciendo que es cosa del gran espadero?

- No, no, ojalá fuera eso.

- ¿La flecha? ¿La maldita flecha? – casi gritó el oficial.

- Creo que sí, no sé qué es. No sé qué poder hay en su interior.

- Pero… pero… ¿se da cuenta de lo que eso significa? – ahora el Maestre había bajado la voz mirando nervioso a todos lados.

- Sí, lo sé – comenzó el hechicero sin ninguna emoción en la voz – significa que la carga heroica que ha dado al Conde la victoria no tiene que ver con poder imperial alguno.

- ¡Taal todopoderoso!, ¿ese… ese gran espadero ha hecho huir a buena parte de la primera línea de la horda orca con el poder de los demonios?

- Yo… no lo sé. Dudo que el desdichado supiera siquiera qué le estaba pasando.

- ¿Sabe que entre las tropas ha corrido como la pólvora el que el tipo este era como un avatar del mismísimo Sigmar? No podemos decirles la verdad.

- No, supongo que no.

El oficial comenzó a dar vueltas alrededor del cuerpo sin vida de Dunse. De pronto se paró mirando fijamente el rostro macilento.

- ¡Quémelo!

- ¿Qué? su señoría ha dicho…

- ¡El estandarte no, estúpido!, buscaré un mandoble, cortaré el asta y luego… luego queme a este desgraciado, y a la maldita flecha con él.

* * *

Aquella batalla se olvidó tan sólo en una generación. No pasó a la historia del Imperio, pero sí quedó algo. Hoy en día existe una colina a la que los lugareños llaman la Colina de la Flecha Negra, aunque no tienen idea de la razón de aquél nombre, sólo creen que es porque los hierbajos que en ella crecen tienen un tono apagado, oscuro. No saben que fueron un par de vecinos de aquella región los que, tras cobrar una importante suma, enterraron a un hombre completamente calcinado con un extraño proyectil clavado en una mano. Un trozo de flecha que parecía no haber sido ni siquiera tocado por las llamas a pesar de ser de un color negruzco.

Aquellos dos hombres murieron poco después jurando y perjurando que una flecha los perseguía en sus sueños.

FIN


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