miércoles, 8 de julio de 2015

Las zapatos de Daniel (relato no ficción)

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El siguiente relato nace como un experimento, está relacionado con este otro: Las zapatillas de Dani. Y planeo seguir "jugando" con el personaje y su vida.
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LOS ZAPATOS DE DANIEL

—¡Mamá! ¿Dónde están los zapatos rojos?

Daniel paró un momento de buscar para escuchar la respuesta de su madre. No pudo distinguir lo que le contestó, pero no importaba, seguro que no tenía ni idea de dónde estaban. Suspiró y apartó de un manotazo el pequeño montón de ropa que solía dejar en una esquina del armario. ¿Por qué demonios le escondía las cosas?, no eran suyas joder.

—¡Mamá! ¡He quedado con Sebas en veinte minutos en frente del Sinfonía! Necesito los zapatos.

Después de un par de vueltas más por toda la habitación se dejó caer en la cama. Tendría que ponerse los zapatos negros o las botas, pero no era lo mismo. Qué asco de vida. Tras un par de golpes en la puerta su madre entró sin esperar a que le diera permiso.

—A ver, ¿no los has visto?

—No, claro que no, ¿me los ves puestos?

—Como te he visto echado en la cama...

Oh, venga, ¿en serio? Suspiró y se levantó. No pensaba enfadarse, esta noche tenía que ser la hostia.

—Que sí que he mirado, pero no están, he mirado por todos lados, por todos.

—¿Y encima del armario? Donde guardamos las mantas.

Su madre no esperó respuesta, nunca lo hacía. Ya estaba abriendo las porteras de madera puesta de puntillas.

—¿Ves?, míralos, ahí están.

Daniel alzó la vista al techo con gesto contrariado y meneó la cabeza de un lado a otro.

—¿Y qué hacen ahí?, yo no los he puesto.

—Los puse yo, después de limpiarlos de vómito.

Con gesto de asco apartó a su madre a un lado para alcanzar los zapatos. Agarró los cordones y tiró para abajo, se apartó a tiempo para que no le dieran. Luego les dio vueltas en las manos para examinarlos.

—¿Tan mal estaban?

—Estaban muy mal Dani, espero que esta noche no los manches.

Daniel sabía que lo que quería decir es que no vomitara o, lo que era lo mismo, que no se emborrachara. Así que le hizo gestos con la mano izquierda para que se marchara mientras se sentaba en la cama de nuevo para ponerse los zapatos.

—Que sí, que sí, no te preocupes.

—Ten cuidado, no llegues tarde y nada de quedarte en casa de Sebas a dormir ¿eh?

—Qué síii.

Su madre se detuvo un momento en la puerta, Daniel temió que empezara a molestarle con una de esas charlas suyas, pero de fondo empezó a sonar el teléfono y su madre desapareció por la puerta. Menos mal. Se ató con fuerza los cordones y salió disparado hacia el baño, se le había olvidado lavarse los dientes.

Antes de salir de casa saludó con la mano a su madre, que estaba enganchada al teléfono, lo que le venía de perlas. Aún así, en cuanto ya había puesto un pie fuera del piso, tuvo que hacerse el sordo cuando le gritó que se abrigara bien y no volviera tarde.

El Sinfonía tenía una cola en la puerta que para qué. Joder. Sebas llegó tarde, para variar, pero estaba muy animado así que cambiaron sus planes sobre la marcha.

—Nos acercaremos al Monkey's, me han dicho que por dentro es la leche.

—Pero Sebas, ahí nos van a crujir, no ando muy bien de pasta.

—¡¿Qué coño?! Un día es un día, además estará lleno de tías. Pagamos la entrada, una consumición y listo.

—Nos van a clavar.

—Qué no macho, vamos.

La cola del Monkeys's era mucho más corta, y estaba llena de chicas. Sebas le dio un par de codazos completamente convencido de que había sido una suerte que el Sinfonía estuviera hasta arriba.

Pero antes de entrar el portero los paró.

—Lo siento, no podéis entrar.

—¿Qué dices tío?, si aquí la mayoría son de nuestra edad.

—Es por el calzado de tu amigo.

Sebas y él miraron sus zapatos. Su amigo llevaba unos zapatos negros con la punta cuadrada y él los rojos de piel. Ambos se miraron sin comprender. El portero lo señaló a él.

—Pero si son unos zapatos, ¿ves?

Se levantó los pantalones para enseñarlos bien.

—No sé, son rojos.

—¿Y?, siguen siendo zapatos.

A sus espaldas algunos chicos empezaron a protestar. Sebas le rodeó el cuello con el brazo y, mientras ponía una de sus sonrisas falsas, se encaró al portero.

—Venga tío, son sus zapatos de la suerte, ¿qué más te da el color?

El portero se lo pensó un momento, encogió los hombros pero negó con la cabeza. Sebas y él no insistieron y se alejaron cabizbajos.

—No te preocupes tío, ya vendremos otro día.

—Podría ir a casa a cambiarme.

—¿Y quitarte los zapatos de ligar?, ¿estás de coña? Mira cómo nos fue la semana pasada, lo pasamos a lo grande.

—Sí, aunque no me acuerdo mucho del último par de horas.

—Ni yo, joder, solo sé que eché la papilla sobre tus zapatos y mira, como nuevos.

Los dos estallaron en carcajadas. A sus espaldas oyeron que los llamaban y se volvieron. Tres tíos con mala pinta se les acercaban.

—Puto gilipollas, por tu culpa no me han dejado entrar en la puta discoteca.

Ambos se miraron.

—Sí, te lo digo a ti, zapatitos rojos.

—No te conozco tío.

—El hijo de puta del portero dice que no llevo calzado adecuado, seguro que ha sido porque tú le has mosqueado.

—¿Qué?, ¿yo?, pero...

Aquellos tíos llevaban unas deportivas de colores vivos, ni de coña eran como sus zapatos, pero estaba claro que buscaban pelea. Comenzó a sudar y pensar cómo salir de allí.

—No queremos problemas.

Mientras Sebas lo decía le echó una mirada rápida y Daniel comprendió de inmediato. Sin mediar palabra ambos se dieron la vuelta y echaron a correr. A sus espaldas oyeron un par de gritos y ruidos de pisadas fuertes. Les seguían. Mierda, mierda.

Pasaron como una exhalación por la Plaza de la Viña y torcieron hacia la Vicaría. Pronto se dio cuenta que Sebas iba más lento que él.

—¡Vamos, vamos!

—Joder, no puedo ir más rápido estos zapatos son una mierda.

Los pulmones le quemaban y no dejaba de oír los latidos de su corazón. Echó un rápido vistazo atrás y no vio a nadie. Se detuvo y su amigo lo imitó. Los dos se apoyaron en la pared mientras respiraban entrecortadamente.

Oyeron sonidos de correr y ambos se tensaron mirando hacia la entrada de la calle. El ruido pasó de largo.

—O los hemos perdido o se han cansado de perseguirnos.

—¿Tú crees?

Sebas se encogió de hombros y le dio unas cuantas palmaditas en el hombro. De pronto se dobló sobre sí mismo y vomitó. Daniel saltó asqueado hacia atrás mirándose los zapatos.

—¡Sebas! Mira cómo me has puesto otra vez los zapatos, tíiio.

—Lo siento macho, debe haber sido por la carrerita.

—Joder. Me vuelvo a casa.

—Y luego volvemos a probar en el Monkey’s.

—No, si me cambio es para ir al Sinfonía, me importa una mierda si tenemos que esperar, ¿vale?

Sebas volvió a encogerse de hombros mientras seguía limpiándose insistentemente los labios.

—Pero esta vez le dices a mi madre que me los has manchado tú ¿eh?

—Vaaale.

Daniel seguía convencido de que aquella iba a ser una noche fantástica, llevara o no sus zapatos rojos.

FIN



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