COLMENA
Verano. Sobre la superficie metalizada de la caravana el calor irradia
con fuerza, su visión se enturbia, demasiados grados este año. George se
agarra el mentón pensativo, ¿debe cambiar de sitio la colmena del
estanque? Tal vez, un poco más arriba tendrán algo de respiro, ayer ya
se encontró un puñado de cuerpos alrededor que no habían resistido el
calor. Sí, mejor cambiarlas de sitio, pero debe pedirle ayuda a
Charlie. Chasquea la lengua, no estará de humor claro, pero le debe un
favor, y un traslado a estas alturas debe hacerse rápido. Si no le
fallan los cálculos la reina de esa colmena debe estar ya bastante
mayor, pronto la sustituirá otra.
Suspira y se pone en marcha. Al menos Charlie no se le queda mirando. George vuelve a pensar en lo que le atormenta desde que tiene recuerdos. El monstruo, el bicho raro, el tipo con la piel como si fuera la rugosa corteza de un árbol. Es curioso, sus padres nunca fueron capaces de decirle con claridad si de pequeño sufrió quemaduras que curaron mal o si es solo un fenómeno de la naturaleza, cosas que pasan, sí, pero le tuvo que tocar a él. En el pueblo siguen las apuestas, a estas alturas, ¿qué edad tiene ya?, la sesentena debe andar cerca y aún así el pueblo sigue dividido. Se rumorea lo del gran incendio, lo de la mano de Dios interviniendo para salvar al pequeño George de las llamas devoradoras. Y luego están los que solo invierten en mofa o escarnio, que si su madre se alivió un día con un árbol, que si fue su padre el que se encontró con una criatura del bosque que tenía hojas en lugar de pelo... O simplemente se encontraron con una rama reseca un día y la trataron como a un hijo solo porque ninguno de los dos parecía capaz de tener uno propio.
Él se inclina por el incendio, debió estar impregnado de alguna sustancia que, con las llamas, acabó formando surcos, hendiduras, rugosidades y un tono tostado y reseco sobre su piel. Pero se niega al hecho de haber sobrevivido a todo aquello gracias a... ¿a qué?, ¿a Dios?, ¿a la suerte? Da un resoplido. Cada año su cuerpo se pone más rígido, el médico de la capital le dijo hace ya casi treinta años que no había visto nunca algo igual, que poco a poco sus tejidos se iban endureciendo de fuera a adentro. No lo entendió del todo, mucho menos que le recomendara que se fuera a vivir a un lugar húmedo para retrasar esos síntomas. ¿Cómo iba a dejar sus colmenas? ¿cómo dejar atrás su vida tranquila?
Hoy le ha costado levantarse, como otras veces, así que nada de alarmarse, mientras pueda trabajar ya le va bien. Su cuello sigue rígido, desde aquél invierno de hace un par de años, pero no necesita moverlo y se apaña alimentándose de puré, sopa y cerveza. De todas formas no hay dinero para más.
Pasa la mañana revisando las colmenas y su situación respecto al poco viento que pueda levantarse para airearlas por las noches. En cada una se queda embelesado observando cómo las obreras utilizan sus alas para bajar la temperatura de su colmena. Deja para el final a las abejas del estanque, supone que serán las que disfrutan de algo de fresco a pesar de esta calima. Le sorprende descubrir la caja de madera inclinada hacia un lado, pero pronto se pone manos a la obra, no puede permitirse perder aquella colmena, no ahora. Aunque no están ya en el momento álgido de este año para darle una buena cantidad de miel, sí que está seguro que aún puede cosechar la preciada sustancia durante un par de semanas más, y después retirar la cera. Necesita el dinero, aunque lo que le importa es no perder ninguna de sus queridas colmenas. Al final tendrá que tratar de mover la colmena él mismo, debe aprovechar que de todas formas hay que repararla.
Tarda toda la mañana en trasladarlo todo un par de metros más allá, debe ir despacio y no alterar el ritmo de las abejas, así que se toma su tiempo. Al acabar ya ha pasado la hora de comer, así que decide volver a la caravana, debe tener aún la lata de puré de guisantes que abrió el día anterior.
Va a dar el primer paso y se cae. Encontrarse en el suelo es algo nuevo para él, no recuerda haberse caído nunca, tal vez de pequeño, pero no, no lo recuerda, sus pasos siempre son seguros y pausados. No importa, no le duele nada, así que a levantarse. Apoya las manos en el suelo, afianza el pie derecho y... la pierna izquierda no le responde, está completamente rígida. Aún así lo intenta, una, dos, tres veces y no puede levantarse. Nota demasiado calor, y eso empieza a alarmarle. El problema con su piel es que no transpira con facilidad, cada verano le cuesta uno o dos días completamente estático en cama. No debía haber tardado tanto con la colmena. Se deja caer hasta tumbarse sobre el suelo, a su derecha la colmena bulle de actividad, unos pasos más allá algunas cigarras vuelven a entonar su estridente chirrido. No puede quedarse allí, no a aquellas horas, demasiado lejos está la noche, tal vez venga alguien a visitarle. No, no puede hacerse ilusiones, nadie viene a ver al viejo George, ya han quedado atrás aquellos años en que los críos lo espiaban como a un fenómeno de feria.
El estanque. Sí, puede ser la solución, llegar hasta él arrastrándose y así refrescarse hasta que la pierna quizá se recupere, o al menos poder pasar así el día y luego... Resignado se da cuenta que debe ir pensando en arrastrarse hasta la caravana en la oscuridad, y no está cerca.
De acuerdo, poco a poco. Se gira hasta quedar boca abajo y empieza a arrastrarse usando los codos y la pierna derecha. Debe ofrecer un aspecto de lo más curioso, un tronco vestido con camisa y pantalones reptando hacia el agua. Se reiría si no fuera porque ya nota la cabeza algo pesada. Poco a poco va acercándose al agua, aunque su mirada se vuelve más borrosa con cada palmo que avanza y, está seguro, su ropa se está haciendo jirones. Tal vez no está tan mal acabar desnudo, al menos se refresca un poco. ¡Menudo calor!
Cuando solo falta un último empujón para remojarse algo se engancha en su rígido pie izquierdo. Mira como en sueños, ahora apenas distingue las formas de lo que le rodea, pero aquello blanquecino con forma de cubo debe ser la maldita colmena que le ha dado tanto trabajo. Por un instante se le pasa por la cabeza tratar de arrastrarse a un lado, y así sortearla, pero bien sabe que ya no puede hacer mucho esfuerzo más. De acuerdo, su salud bien vale una colmena. Reune todas las fuerzas que le quedan y, tras el crujido lastimero del reino de las abejas, puede por fin sumergir la cabeza y los hombros en el agua.
Despierta justo cuando empieza a ahogarse. Bracea metiéndose más en el estanque hasta que puede darse la vuelta y tomar una buena bocanada de aire. Jadea con alivio al sentir que su cuerpo parece enfriarse. Salvado por el momento, mejor dejar para después el hecho de no saber nadar. Bueno, solo debe flotar, parece un tronco, ¿no? No será difícil. Aquella pequeña muestra de humor no le ayuda demasiado. Después de un rato se da cuenta que sí, que flota mientras no se mueva, pero también va a la deriva hacia el centro del estanque. Volver a la caravana parece quedar cada vez más lejos.
Resignado deja pasar el tiempo hasta que el sol se esconde en el horizonte. Pero la noche le sorprende completamente agotado y no puede evitar dormirse.
Despierta poco a poco, primero escucha el ruido familiar de sus abejas, luego siente el agua bajo su cuerpo y, finalmente, su mente le obliga a recordar. Asustado prueba a moverse y descubre que ya ninguna de sus piernas le responde, su brazo derecho tampoco. La desesperación lo atenaza un buen rato hasta que su atención es atraída por la intensa actividad de abejas a su alrededor. Más que ver, imagina lo que pasa fascinado, si ha derribado la colmena del estanque es casi seguro que sobre su cuerpo ha caído parte de esta y, sea o no posible, la propia reina debe haberse instalado sobre su cuerpo. Por un momento le seduce lo que eso implica, convertirse en una colmena viviente es fascinante, de hecho le sería muy útil porque... pero, ¿qué está pensando? Se le está yendo la cabeza. Busca con su mano izquierda la posible ubicación de la reina pero, desiste preocupado, si lo que ha tocado es real, su cuerpo sí que se ha convertido en una colmena. Sobre su piel no solo hay multitud de abejas, sino que en las hendiduras y recovecos hay celdillas, panales enteros. ¿Cuánto tiempo puede haber pasado?, no pueden haber hecho aquello en unas horas, no con aquella actividad, y menos habiendo ya miel almacenada.
Se desespera, trata de pensar si en un día las abejas pueden hacer aquello. Sí, claro, es... es posible, ¿no?, tal vez día y medio, incluso dos, pero no más. No, no pueden ser tres, ojalá no sean más. Su agitación parece alterar también a las abejas y una nube densa de ellas se ha formado alrededor. No le preocupa, sus aguijones nunca han atravesado su piel, pero intenta serenarse.
Pasan las horas y se concentra en la actividad de las abejas que han hecho de él su colmena. Le sorprende notar todos y cada uno de los movimientos, pues su piel no es que sea sensible precisamente. Sin embargo, es como si tuviera cierta conexión con las abejas. En un momento dado nota sabor de miel en la boca y suerbe con avidez. Tiene hambre, así que tarda un buen rato en tratar de explicarse aquello, solo puede significar que unas cuantas celdillas con miel deben haberse construido cerca de su boca, aunque no puede verificarlo visualmente. Quizá pueda aguantar así hasta que alguien lo vea, tal vez Charlie se pase en busca de trabajo.
Los días se suceden sin apenas darse cuenta. La rigidez se adueña de él por completo una mañana, no puede ya mover ninguna parte del cuerpo, ni siquiera logra abrir los ojos. Lejos ya de desesperarse lo acepta como su nueva vida, mientras las abejas sobrevivan él lo hará, la dieta de miel no parece irle mal y como apenas se mueve tampoco necesita demasiada. El único problema será el invierno. Aunque en la región el frío no llega a ser tan alto como en otros sitios, para las abejas unos grados de más o de menos lo son todo, y aunque sabe que pueden sobrevivir como grupo, también sabe que mueren tantas que la actividad en la colmena casi queda paralizada, y las reservas de alimento también se reducen considerablemente. Poca miel podrá obtener en ese momento.
Pasó el otoño y llegó el invierno, pero él ya no se dio cuenta. Completamente rígido, ya ni siquiera oía, y sus latidos eran tan lentos que solo poseía un hilo de vida. Pero así y todo, convertido casi en un vegetal, George acabó viviendo casi tres décadas más, mientras su cuerpo-colmena era testigo mudo del esplendor y la decadencia de un buen puñado de reinas que se fueron sucediendo hasta que finalmente unos muchachos tuvieron la feliz idea de sacar del estanque aquél tronco tan raro con forma de hombre para jugar un rato hasta que acabó siendo pasto de las llamas de una hoguera.
(La imagen que aquí aparece es una alteración de varias imágenes obtenidas por internet)
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