jueves, 25 de junio de 2015

Bajo tierra (Relato no ficción)

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(El siguiente relato lo escribí como consecuencia de un experimento. Debía escribir un relato sacando la idea de una frase dada, con un período de tiempo máximo de tres horas para hacerlo y una extensión de no más de dos páginas en word con letra times new roman a tamaño 12
Frase que da la idea para el relato: A largo plazo todos estaremos muertos. (John Maynard Keynes).).
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BAJO TIERRA

Hideshi miró de nuevo a través del espeso follaje. No oía nada, pero eso no importaba, sabía que estaban ahí, tenían que estarlo. Se dejó caer por el agujero una vez más y encajó con fuerza la tapa.

Al menos aquí abajo se estaba fresco. Se permitió sonreír un momento mientras se quitaba la gorra y se enjugaba el sudor de la frente con la manga del uniforme. Con lo sucio que estaba no iba a lograr más que añadir churretes a su ya de por sí manchado rostro, pero no importaba. Es más, así fortalecía su camuflaje.


Más adelante creyó oír algo, enfocó su linterna de aceite pero ya sabía que apenas podría ver más allá de su brazo. Suspiró y se encogió de hombros, agarró con más fuerza el fusil y sopló para apagar la llama. En completa oscuridad se lanzó a correr por los túneles.

Nunca se hubiera creído capaz de tener tan agudos los sentidos, pero tras tantas semanas se había acostumbrado a detectar los recodos y las desviaciones. No era tan difícil, ahí abajo siempre se tenía la sensación de estar a punto de ser aplastado por varias toneladas de tierra, por mucho que uno supiera que apenas lo separaban unos metros de la superficie. Así que, cuando algo cambiaba en ese desasosiego significaba que había un nuevo camino, como ahora, que giró directamente hacia lo que parecía el vacío que se había abierto en una de las paredes que lo aprisionaban mientras corría. No se detuvo, tan solo levantó hacia un lado el puño con que apretaba el fusil raspándose los nudillos con la pared de tierra para cerciorarse de cuánto se curvaba aquél desvío.

Otro giro, otro más, y de pronto detectó una luz tenue. No era posible, aún no había llegado a su destino. ¿O sí?, empezó a ir más despacio hasta que acompasó sus pasos con los latidos de su corazón. De pronto, una figura tapó la débil luz y le hizo detenerse. No era de los suyos, demasiado grande, demasiado…

Dio media vuelta en cuanto la voz del intruso extranjero se dejó oír. No tenía ni idea de lo que le decía, pero no pensaba darse la vuelta, era el enemigo. Tenía que correr.

A su espalda notó un fuerte estallido y un muro de aire lo empujó con fuerza lanzándolo un par de metros adelante. Perdió la linterna pero mantuvo el fusil firmemente aferrado. Un insistente pitido se apoderó de su cabeza y fue dando tumbos tratando de mantener el equilibrio. No podía pensar, pero no cejó en su empeño de seguir corriendo.

Con un miedo creciente se dio cuenta de dos cosas, la primera era que aquel pitido no desaparecía, y la segunda era que había perdido la seguridad en sus sentidos, porque ya se había estrellado dos veces contra una pared que no debería estar ahí. Además, cojeaba, notaba cierto dolor frío en la pierna derecha, pero apretó los dientes y luchó contra la sensación de entumecimiento. Estaba lejos de su punto de reunión, pero tal vez pudiera llegar hasta el centro de información desde allí.

Avanzó lo que le pareció una eternidad hasta que se topó de bruces contra una de las salidas. No sabía cuál era, ni siquiera tenía idea de donde estaba. Decidió parar a descansar y quizá echar un vistazo.

Dejó a un lado el fusil y alargó las manos hacia los agarraderos de la puerta. De improviso esta se despegó hacia afuera y la luz del sol lo cegó un instante. Pensó que todo se había acabado, debía ser le enemigo. Notó como lo agarraban de los hombros y lo zarandeaban. Alguien volvió a tapar la luz y logró vislumbrar a dos hombres. Eran de los suyos. Suspiró de alivio y se desembarazó del agarre en sus brazos.

La poca luz que se filtraba de la puerta ayudaba a ver las caras de aquellos hombres, pero el pitido le impedía oír nada de lo que hablaban. Con gestos logró que entendieran que no los oía.

***

—¿Qué hacemos con él?

—Está sordo, no sirve.

—Pero, está vivo, no podemos…

—¿Y crees que lleva comida encima?

Ambos se volvieron a mirar al muchacho. El de la izquierda se pasó una mano por la comisura de los labios, el de la derecha miraba nerviosamente a todas partes y a ninguna.

—Tengo hambre.

—Y yo. No podemos llevarlo, sería una carga.

Quizá el muchacho entendió algo o simplemente estaba asustado, pero empezó a mirarlos algo preocupado.

—No saldremos de esta maldita isla, ya lo sabes.

—Órdenes.

—Órdenes. No podemos desobedecer las órdenes.

—No tenemos que hacerlo, solo hay que ganar algo de tiempo.

El muchacho, sentado sobre una pierna, trataba ahora de prestar demasiada atención a la herida de la otra mientras, poco a poco, alargaba la mano hacia el fusil que tenía cerca.

—No saldremos de esta maldita isla.

—Ninguno de nosotros lo hará, pero podemos decidir si viviremos un día más.

Entonces los dos hombres se abalanzaron sobre el muchacho.

FIN


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