viernes, 17 de mayo de 2013

En la noche (relato no ficción)

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EN LA NOCHE

La farola sobre la que apoyo la mano titila intermitentemente. La miro, su luz me deslumbra. Desvío los ojos mientras me derrumbo con un quejido. Jadeo desesperadamente, me falta el aire. El dolor me atrapa, y estoy asustado.

Temo sumergirme en el amanecer, ese fuego anaranjado que a Mandy le gustaba tanto. Cierro los ojos y los aprieto con fuerza. Necesito recordar algo de ella. Un instante fugaz se materializa en mi mente. Mandy, de espaldas, sentada sobre un lecho revuelto de sábanas tibias, su silueta se recorta sobre un ambarino amanecer de verano, lleva un minúsculo shorts amarillo pálido. Vuelve su cabeza coronada de caoba y me mira, esos hermosos ojos verdes flanqueando una naricilla que tanto había besado. La boca, suave, se curva en una sonrisa de felicidad, mostrando deliciosamente un collar de perlas blancas. Un escalofrío me recorre al recordar sus ansiosos mordiscos en mis orejas, mientras iniciamos un nuevo asalto en el cuadrilátero de muelles gastados.




 
Lanzo un quejido inhumano, abro los ojos, mis manos porfían por pegarse a mi cara. Una serie de estremecimientos convulsos me anuncia algo que pensaba que no llegaría. Siento que mis ojos vacían el río de dolor que se había alojado en mi estómago, en mi garganta, en mi corazón.

Mis manos se crispan. Auténticos martillos con los que golpeo cualquier cosa que está a mi alcance. Entre un velo borroso observo como la farola se pliega a mi maltrato. La luz desaparece bruscamente. Asalta mi mente un nuevo recuerdo.

Mandy, sentada en el borde de una ventana. Está radiante, su mirada esmeralda acompaña la enorme sonrisa que lo ocupa todo. Su mano descansando en su estómago. Me mira, agita la cabeza afirmativamente, me tiende ambos brazos y salta hacia mí. La recojo en el aire. Reímos y lloramos.

Vuelvo a la realidad, mis sollozos se han ido apagando. La luz del alba me ha atrapado en mitad de la calle. Giro la cabeza a un lado. Entre dos paredes descoloridas un escaparate me devuelve un sombrío reflejo de un hombre derrumbado en el suelo, sus ropas arrugadas como un papel desechado, el hombro apoyado en una farola inclinada lastimosamente. No me atrevo a mirar los ojos de aquél hombre.

Me sobresalta una música que recuerdo vagamente. Poco a poco la lucidez regresa. El móvil. Rebusco torpemente, aprieto el botón y me lo pongo en la oreja.

- ¿Julio?

- Sí – ¿Esa es mi voz?.

- ¡Está viva!

Un fuego trepa por mi espalda y calienta mi cuerpo.

- ¿Mandy?

- No,… tu hija, ¡está viva!

Enmudezco. Al otro lado siguen hablando. Me dan una dirección, me alientan, me dan esperanzas. Cierro los ojos y Mandy vuelve, sólo su rostro, me sonríe, luego se diluye, desaparece. La dejo ir.

Me aferro desesperadamente a la voz del teléfono, le ruego que me repita dónde. Luego cuelgo, me levanto como un autómata. Miro un momento la farola, poso mi mano en ella. Luego me giro y echo a correr.

Fin

3 comentarios:

  1. Muy bueno, en tu linea de genialidades, pero me falta un final feliz, bueno un final feliz más evidente.
    Saludos.

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    1. Este tenía que ser así Cylde, decidí que iba a relatar algo duro, así que...

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  2. Debe ser que soy un romántico empedernido

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